PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • ¿Quién tiene más derecho sobre la memoria de un padre, su hijo o sus antiguos compañeros? Criticar al PP en el País Vasco sale gratis desde hace tiempo

Que un hijo diga a los conmilitones de su padre que dejen de hacer política con las víctimas porque pretendan homenajear su memoria y recordarle en el aniversario de su asesinato, sobre ser ya un caso recurrente entre nosotros, merece siempre una reflexión lo más sosegada posible.

Lo primero que anotamos es el hecho de que una declaración así solo se produzca en un ámbito político como el del llamado constitucionalismo; es decir, el que representa la derecha actual en el País Vasco. En ningún otro es pensable algo así. ¿Se imaginan que algún familiar de presos de ETA dijera a los organizadores de Sare que dejen de utilizar a su padre o a su hermano políticamente? ¿O a un familiar de un represaliado por el franquismo que les dijera a los del Instituto Gogora que dejen de hacer política con el sufrimiento de su familiar? ¿Por qué en esos ámbitos es impensable que surja alguna voz así? ¿Porque son más respetuosos con las víctimas a las que dicen defender? ¿Porque no las utilizan políticamente? ¿Porque las ideas políticas en esos ámbitos son más convincentes? ¿O porque tienen miedo a las represalias, a ser tratados como traidores y apestados?

Sabemos que criticar al PP en el País Vasco sale gratis desde hace tiempo. Es un partido que no tiene clientela, que no ofrece posibilidades laborales ni ascenso social. En los demás partidos, sean nacionalistas o de izquierda, la militancia tiene recorrido y eso exige una fidelidad mínima, un agradecimiento. ¿Significa por eso que en esos partidos más promisorios no se aprecien otros valores, como la autenticidad, la entrega o el compromiso? No, pero estarán de acuerdo conmigo en que cuando, además de eso, hay un interés por el medio, una ventaja, un aprovechamiento, pues eso también ayuda a mantener las formas. Nada de eso se da en el PP vasco actual.

En el fondo de este episodio late además la ponderación de dos principios: el de la sangre por un lado y el de las ideas por otro. ¿Quién tiene más derecho sobre la memoria de un padre, su hijo por ser de su sangre o sus antiguos compañeros por defender sus mismas ideas? Son dos ámbitos diferenciados que en el nacionalismo y la izquierda van más unidos, a lo que se ve, que en la derecha. El hijo que añora a su padre no parece comprender que los compañeros necesitan también recordarle porque le mataron a él como les podían haber matado a cada uno de ellos por militar en un partido y defender unas ideas. Unos terroristas se dispusieron a eliminarles y ellos se mantuvieron firmes porque en eso les iba su libertad y su dignidad, y prefirieron quedarse antes que irse; porque así su vida tenía sentido y yéndose lejos se quedaba vacía, desarraigada, vencida y humillada.

Es bueno que en un ámbito político surjan voces disidentes que manifiesten su desacuerdo con la postura general o dominante. Es necesario, es esencial. El problema es que eso se tiende a confundir, en el juego político, con debilidad, falta de liderazgo, desestructuración. En cambio, la ausencia de disidencia denota fortaleza, cohesión, ideas claras. Lo que de puertas adentro puede ser marcaje férreo, disciplina y represión de la disidencia, de puertas afuera denota unidad, proyecto compartido y liderazgo eficaz. Son las reglas de la política, que poco tienen que ver, al menos desde Maquiavelo, con la moral o la bonhomía.

Pero el hecho de que esa disidencia siempre surja de una esquina del cuadrilátero político y siempre de la misma, y que la ausencia de voces discrepantes nunca aparezca por otros ángulos, denota un problema. Un problema que, además, por lo que respecta al PP vasco, puede también incluir hartazgo, desesperación, frustración y abandono respecto de sus dirigentes de Madrid. El ámbito del centro-derecha no nacionalista en el País Vasco da, con este episodio, una nueva muestra de lo que es el partido por dentro, diciendo que no quieren que se acuerden de sus muertos con un ramo de flores cada aniversario, depositadas en un monolito por los dirigentes locales rodeados de apenas una docena de militantes. La escena es triste, es casi patética, sobre todo si la comparamos con las casi doscientas marchas del pasado fin de semana, con miles de participantes a favor de los presos de ETA.

En cualquier caso, y al margen de todos los factores concomitantes, al hijo del político asesinado y ahora recordado por sus compañeros nadie le ha dicho, parece ser, que el aprecio que se siente por su padre no va en función de quiénes o cuántos se junten para ponerle un ramo de flores, ni del tamaño del ramo, sino porque la idea que representa permanece intacta: a su padre le mataron porque simbolizaba el valor político de la libertad y la tolerancia a exterminar en esta tierra. Y eso ningún derecho de sangre lo puede sustituir, ni cuestionar, ni mucho menos hacer olvidar.