IGNACIO CAMACHO-ABC
- El sistema sanitario no ha aprendido nada de la pandemia. Ni en coordinación territorial, ni en estructura ni en estrategia
Cuatro años se van a cumplir en marzo del estallido de la pandemia y la coordinación del modelo sanitario no ha avanzado un solo palmo. Ha habido tiempo –y varios ministros– para pensar y negociar un sistema preventivo y de respuesta ante los futuros retos víricos que augura la ciencia, pero nadie se ha preocupado de ajustar una estructura que durante la crisis del Covid mostró demasiadas grietas. El aumento de enfermedades respiratorias y su impacto en la atención primaria y hospitalaria estaba cantado desde hace semanas en todas las curvas de incidencia, con un pico fácil de identificar tras la intensa interacción social de las fiestas, y sin embargo el ministerio y las autonomías no se han sentado hasta ayer en la misma mesa. Para acabar con una imposición, no del todo irrazonable, ante el desacuerdo de las administraciones implicadas en ese supuesto diálogo sin reglas usado como teórica solución ante cualquier clase de emergencia.
Esta vez es sólo la gripe, aunque acompañada de rebrotes covidianos, virus sincitiales y comunes catarros. Nada que no pueda haberse previsto ante la llegada del frío y la multiplicación navideña de contactos. Ni siquiera algo tan sencillo como decidir si es necesario usar mascarilla en transportes y centros médicos escapa al habitual encontronazo entre las autoridades territoriales y un Gobierno que ha tardado semanas en darse por enterado. Nada parece haber cambiado entre 2020 y 2024 salvo, por fortuna, la influencia de la vacunación masiva en la baja peligrosidad del contagio. Ni el paradigma de gestión (?) ha registrado ningún cambio ni los responsables sectoriales han extraído lecciones del pasado inmediato. Continúa vigente el mismo afán de culpar al adversario porque cada ambulatorio, cada hospital, es una oficina electoral en el pensamiento de una clase política acostumbrada a utilizar el voto como único patrón de cálculo.
Tampoco ha cambiado la batalla propagandística. Un espectador de televisión podría concluir que sólo hay problemas asistenciales en Madrid y Andalucía, los feudos de la derecha donde la sanidad constituye la principal herramienta de la oposición socialista. No vaya a ser que alguien se pregunte cómo es posible que la mayor epidemia en un siglo no haya proporcionado ningún avance en estrategia de contención vírica. O por qué un simple repunte infeccioso en las fechas clásicas –intenso, sí, pero predecible– tiene capacidad de provocar un colapso general de prestaciones sanitarias en un país que vivió varios estados consecutivos (inconstitucionales por cierto) de alarma. O para qué ha servido la experiencia de aquella memoria dramática, qué aprendizaje puede concluirse de aquella `descojogobernanza´ de competencias dispersas y acusaciones cruzadas. Si algo enseñó el coronavirus fue la certeza de nuevas amenazas, pero la red española de salud pública las va a recibir gripada.