Ignacio Camacho-ABC
- El socio de los enemigos del Estado carece de autoridad moral y política para repartir estigmas antidemocráticos
El PP tiene razones de sobra para no coaligarse -que es distinto a pactar- con Vox, la mayoría expuestas durante aquel discurso de Pablo Casado que se hizo célebre por algunos denuestos verbales tan injustos como innecesarios. También tiene motivos para hacerlo, entre los que no es menor el deseo de una parte significativa de su propio electorado. Tendrá que elegir él, no Mañueco, porque el impacto de la decisión rebasa de largo el territorio castellanoleonés y repercutirá en la escena pública nacional durante al menos los dos próximos años. Sin embargo, el único argumento que no puede atender es el rechazo de un presidente y un partido que se han aliado con los antisistema de Podemos, los sediciosos catalanes
y los legatarios del terrorismo vasco. Después de eso cualquier radicalismo queda despenalizado. Quienes han puesto el destino de España en manos de los enemigos del Estado carecen de autoridad moral, política e institucional para repartir estigmas antidemocráticos. Apártate que me tiznas, dijo la sartén al cazo.
Además la inquietud de Sánchez es, como todo en él, falsa, farisaica, fraudulenta. Nadie, quizá ni siquiera Abascal, está tan interesado en que Vox alcance parcelas de poder concretas. Eso le permitiría blanquear su política de alianzas espurias estableciendo con el PP una -también ficticia- comparación simétrica, y sobre todo le daría pretexto para pasar el resto de la legislatura pregonando la alerta contra el peligro de la ultraderecha. Es la única baza que le queda para movilizar a la izquierda decepcionada de su impostura palabrera. El desplazamiento del voto hacia una mayoría de signo distinto se ha convertido en un fenómeno constante y progresivo. Los candidatos socialistas llevan perdidas cuatro elecciones de las últimas cinco y las de Andalucía van por el mismo camino. Del desgaste ha pasado al desprestigio. Sólo la invención de un enemigo hiperbólico puede darle oxígeno a un Gobierno en evidente ciclo mortecino.
De momento, con el debate sobre Vox está logrando desviar el foco mediático de su más reciente derrota. Su influencia sobre la conversación pública es de una potencia arrolladora. Por eso el primer cometido de Casado debe ser el de aislarse de interferencias y gestionar su apurada victoria, pero victoria al fin, ciñéndose a una agenda propia. Sin intromisiones ajenas, y menos de los que han hecho del extremismo una trinchera ni de un gobernante que disponiendo de solución alterna cerró en veinticuatro horas un acuerdo con Pablo Iglesias. El consenso transversal es deseable pero tiene unas reglas y Sánchez las ha transgredido todas desde el minuto uno de su presidencia. Ya nadie cree en su capacidad de enmienda. El líder popular cuenta con la ventaja de que en Castilla y León sólo puede haber un Ejecutivo de derecha. Le corresponde establecer su estrategia, atenerse a ella… y que salga el sol por donde sea.