En su objetivo vemos como, por ejemplo, el independentismo catalán recurre cada día a un falseamiento de la Historia y a la invención de toda clase de mitos. Y no duda en presentar al Estado como un ente opresor que impide ejercer un supuesto «derecho a decidir», poco menos que violentando con ello el ordenamiento legal universal.
Nada más lejos de la realidad. Son estos movimientos independentistas los que rechazan no sólo las normas nacionales, sino el mismo Derecho Internacional. Nos tememos que pocos políticos nacionalistas catalanes –tanto vale para los vascos u otros– seguirán el consejo de Baroja. Pero el reciente fallo del Tribunal Constitucional alemán sobre Baviera es la mejor lección que pueden recibir de hasta qué punto las mistificaciones independentistas chocan por igual en todas partes con la democracia y con los Estados de Derecho.
El Alto tribunal germano ha inadmitido el recurso de un ciudadano que pretendía convocar un referéndum de independencia en su länd, en nombre del Partido de Baviera, una formación ultranacionalista que apenas logra el 2% de los votos. El Constitucional ha sido rotundo al concluir que ni éste ni ningún otro de los estados federados que integran la República alemana pueden celebrar consultas de autodeterminación, puesto que con ello se conculcaría el orden constitucional vigente. La Carta Magna no recoge, como es lógico, el derecho de secesión de sus länder.
Pero, por si no fuera suficiente, el Constitucional germano recuerda que la soberanía reside en «el pueblo alemán», que en su conjunto, «en virtud de su poder constituyente y en libre autodeterminación», se otorgó la Ley Fundamental en 1949. Por lo tanto, corresponde a todo el pueblo alemán, y no sólo a una de sus partes, decidir sobre lo que siga siendo Alemania. Son razonamientos incontestables que nos suenan mucho por estos lares. Como se recoge en casi todas las constituciones avanzadas del mundo, también la nuestra consagra que «la soberanía reside en el pueblo español». Y es por ello, siguiendo los argumentos del Constitucional alemán, que un cambio en las reglas de juego fundamentales y un principio como el de la «indisoluble unidad» de la nación son asuntos que atañen a los 46 millones de españoles, no sólo a los casi ocho millones de catalanes.
La situación política de Baviera respecto a Alemania tiene muchos paralelismos, aunque también notables diferencias, con Cataluña o el País Vasco. Estamos hablando del segundo länd en número de habitantes –más de 12 millones– y uno de los que tienen una renta per capita más alta de todo el país. Posee una cultura muy específica y goza de un elevado grado de descentralización administrativa, en este caso como el resto de los länder. Baviera posee su propio Parlamento regional, su policía y capacidad para regular y ejercer las competencias exclusivas del territorio.
Estamos hablando de una región con una fortísima identidad. No en vano, fue un reino hasta 1918 –aunque algunas décadas antes se había incorporado ya al Segundo Imperio Alemán–. Y el hecho de que su población sea mayoritariamente católica, frente a la de gran parte de Alemania de mayoría protestante, ha reforzado a lo largo de la Historia su singularidad. Y, sin embargo, lo cierto es que pocos ciudadanos bávaros no se sienten hoy alemanes. El partido local hegemónico, la CSU, es socio de gobierno del partido de Merkel desde hace décadas. Es un ejemplo de como las identidades regionales conviven con éxito y normalidad en el seno de los grandes estados-nación.
El derecho de autodeterminación, inspirado por el presidente Wilson, fue invocado por la Sociedad de Naciones para promover los procesos de descolonización en un momento histórico muy concreto. Pero que independentistas de algunas de las regiones más ricas de Europa, en las que rige la democracia plena, lo invoquen hoy, es un disparate anacrónico. Aquí, en Baviera y todas partes.