Antonio Escohotado-El Mundo
El autor cree que el 21-D se pondrá a prueba la efectividad de los métodos conductistas de Pávlov con un pueblo al que sus líderes han tratado de aislar con la lengua y enrabietar con un discurso supremacista
IVÁN PETRÓVICH Pávlov (1849-1936), que había recibido el premio Nobel de 1904 por sus estudios sobre fisiología de la digestión, era uno de los principales aspirantes al paseíllo desde el golpe de Estado bolchevique, dada su condición de burgués acomodado y una viva oposición al nuevo régimen. Sin embargo, Lenin –y luego Stalin– se ocuparon de que su Instituto de Medicina Experimental siguiese recibiendo subvenciones generosas, y al firmar su Decreto sobre Raciones (1919) el primero estableció que tanto él como su esposa recibirían «una ración igual en caloricidad a dos raciones académicas». Lenin le otorgó el privilegio añadido de retener derechos de autor en Rusia y el resto del mundo, explicando que sus estudios sobre acciones reflejas involuntarias eran la mejor prueba de que «todo depende de la organización».
Institucionalizado algo después como conductismo por psicólogos anglosajones, el núcleo originario de sus hallazgos fueron estudios meticulosos sobre la glándula salivar de perros, pues el hecho de activarse antes de comer le sugirió llamarla «psíquica». Todos estamos al corriente de que sus perros –muchas veces sometidos a la espantosa crueldad llamada vivisección– obraban como si tuviesen alimento en un plato sin necesidad de tenerlo, en función de ruidos y descargas eléctricas; pero solo los informados saben que ilustró ante todo la llamada inhibición transmarginal (ITM), comprobando cómo reaccionaban cuatro distintos temperamentos –desde el más fuerte al más débil– ante estímulos abrumadores de estrés o dolor provocados por electroshocks.
Fruto de investigar la ITM han sido hasta 10 «elementos de control», usados no solo en centros de tortura y tratamiento psiquiátrico, sino en todo tipo de instituciones educativas, oficinas de reclutamiento y empresas dedicadas a crear prosélitos «blindados», entendiendo por ello personas convencidas mediante condicionamiento –manipulando factores externos– en vez de persuadidas con razones. Por ejemplo, la pretensión de confundir a los homosexuales con enfermos suscitó tratamientos como ver cine Xgay y coordinar cada clímax con una descarga en los testículos, repitiendo la escena hasta crear un reflejo inhibidor. Si él o ella quisiesen luego echarse una canita al aire, con personas de verdad, dicha reacción involuntaria les impedirá consumar su patológico pecado.
No obstante, todo el campo del aprendizaje por asociaciones –cuyo denominador común es sustituir la mente por una caja negra situada entre estímulos y respuestas– tiene como límite el refuerzo, pues si tras el clímax no llegase la descarga eléctrica el reflejo se extinguirá. En definitiva, anular la deliberación voluntaria se paga invirtiendo sin pausa en ello, y el crimen de lesa humanidad llamado control antecedente no puede prescindir de controles sucesivos. Quizá solo eso nos defiende del tropel dispuesto a manejar el sistema nervioso ajeno desde su teclado, que merced a técnicas de ITM renovó las maneras de ahogar la libertad ajena.
Pero propongo detenernos un momento en qué se distingue la «inmersión» catalana de un experimento conductista a lo Pávlov, ya que su complejo de inferioridad/superioridad lleva más de dos décadas ignorando el derecho de todos a recibir información no solo veraz sino ecuánime, sinónimo esto último de la que se orienta a conocer algo ignorado, en vez de confirmar tópicos sectarios. Cuando en vez de usarse para afinar la expresión y entendernos, las lenguas se subvencionan como vehículos de aislamiento, ridículos como telefonoak, bankoak, arteak y sus equivalentes catalanes delatan su pretensión de ponerle puertas al campo, paralela a querer pasar de administradores locales a titulares mesiánicos de una soberanía ilimitada, y sembrar discordia en lugar de concordia.
Lo que acaba de ocurrir en Cataluña, si se prefiere Catalunya, podría parecer el gemido de un pueblo expoliado por invasores, y el sempiterno victimismo adobado con inyecciones de propaganda sigue convenciendo a corresponsales tan inclinados hacia ERC como el del New York Times. Sin embargo, de la brutalidad policial desmedida –con «millones de heridos» según un tuit de la CUP del 2 de octubre– hemos pasado a elecciones para precisar cuál es el estado de la opinión pública, sin saber entretanto de nadie concreto acogido al asilo que ofreció aquel mismo día el presidente Maduro. Lejos de ser algo resuelto, qué quieren sus electores es un misterio en toda regla, para empezar porque ahora no es mañana ni pasado, y de la campaña asumida por las formaciones unionistas dependerá en buena parte el voto.
Dentro de mes y medio, tanto aquel grupo como la humanidad entera habrán dado un paso significativo en la dirección de aclararse, porque operarán a la vez tres factores tradicionalmente disociados: en primer lugar, la idiosincrasia –que desde la perspectiva ITM es el temperamento innato–, en segundo las técnicas avanzadas de control por manipulación de estímulos externos, y en tercer lugar algo tan inédito como un rato de ir viendo la evolución de lo uno y lo otro. Quizá alguien alegue que la única novedad del presente caso es pasar de comicios amañados a fiables; pero le recuerdo que ningún ámbito político conocido –salvo error u omisión mía– se ha independizado por decidirlo parte de sus funcionarios, todos ellos nombrados y remunerados en función del ordenamiento jurídico vigente.
Sin rastro de pasado funcionarial, las colonias norteamericanas se independizaron de Inglaterra sabiendo que les costaría una guerra dura e incierta, y Lenin derrocó al gobierno democrático ruso ansiando una guerra civil que permitiera cumplir su plan de limpieza social. En agudo contraste, la clique de Catalunya cree suficiente una clac como la dedicada a aplaudir, abuchear y llorar en calles y teatros, pues dos décadas de invertir a su antojo los fondos públicos le deparó el lugar de quien monta la producción de reflejos condicionados. Un toque de cainismo por aquí, otro de pensamiento débil por allá, y con algo de suerte tomar a broma las leyes pasará por democracia pacífica; en otro caso se equivocan los teóricos del conductismo, y la mente no es una caja negra donde el estímulo incondicionado va transformándose en condicionado a gusto del controlador.
VEREMOS, POR TANTO, si aderezar los rencores del paleto con ambiciones supremacistas creó una secreción psíquica equiparable a la saliva de animales incapaces de dosificarse el alimento, y si el reflejo automatizado puede o no prescindir del refuerzo inherente a gobernar. Hasta el 21 de diciembre se las habrá en igualdad de condiciones con el espíritu de la democracia liberal, que disfruta compitiendo en elocuencia y veracidad con el fanático y el tramposo, pues sus reglas de juego permiten algo tan inaudito para Lenin, Hitler y otros mesías laicos como la candidatura de cualquiera, procesado o no por sedición. Tampoco suspenderán el condicionamiento montado desde primaria para el espectador de TV3 y el cliente de medios afines, ni la eminencia económica del señor Roures, a cuyo juicio Marx no exigió prohibir el trabajo por cuenta propia.
Todos los catalanes podrán sopesar imprevistos como la migración masiva de sus empresas, o el denuedo inicial de su president, y el resto de los españoles sabremos a ciencia cierta hasta dónde llega el poder de mecanismos ITM aplicados al fomento de la rabia. Un escenario posible es que la persuasión gane terreno al condicionamiento, aunque no será sin el concurso inteligente y coordinado de las formaciones políticas dispuestas a respetar el derecho.
es filósofo. Su última obra publicada son los tres volúmenes que conforman Los enemigos del comercio (Espasa, 2016).