En una tira del grandísimo Quino, Mafalda trata de consolar a su amigo Miguelito que al día siguiente va a tener su primer día de escuela. “No te preocupés”, le decía. “Ahora la escuela ya no es como antes. Los maestros no pegan a los niños”. “¿Ahora son los niños los que pegan a los maestros?”, pregunta ilusionado su amiguito. “No, tampoco es eso”, dice ella, a lo que replica el neófito: “Lo que me temía. En este país los cambios nunca son de fondo”.
A juzgar por la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana que prepara la Coalición Progresista (Copro, en atinada síntesis de Bustos) hay que decir que en España sí lo son gracias al sanchismo. Ni a los más enloquecidos miembros de aquello que convinimos en llamar ‘antifranquismo’ y que no cuajó hasta décadas después de la muerte del dictador, se nos habría ocurrido pensar que en el futuro no correríamos delante de la Policía, sino detrás, y que los Cuerpos de Seguridad ya no dispondrían de herramientas disuasorias: pelotas de goma, botes de humo y otros materiales antidisturbios.
Esta es una reforma legal que Sánchez y sus socios han venido trabajándose a cencerros tapados, aunque algo de lo que traman hemos podido saber. Una de las primeras cuestiones que plantea la reforma es la credibilidad de la Policía, aunque este era un extremo que ya estaba en cuestión antes la reforma. Los miembros de Podemos y la prensa amiga dictaminaron que el Supremo juzgó y condenó al diputado Alberto Rodríguez por haber patear a un policía sin más pruebas que el testimonio de este. “Alberto Rodríguez fue condenado sin pruebas por un delito que no cometió”, escribió esa triste criatura que ejerce la portavocía de Podemos en el Congreso.
El tiempo de las pelotas de goma como material disuasorio toca a su fin. ¿Cómo podrán hacer frente las unidades antidisturbios a manifestantes violentos? Quizá mediante el diálogo, que es un medio en el que siempre ha tenido mucha fe el Gobierno. Jamás mediante el uso de la violencia.
Las manifestaciones no tendrán que ser autorizadas, ni siquiera anunciadas, porque los cuerpos de seguridad no tendrán capacidad para disolverlas. Hay veces que las protestas surgen de manera espontánea, como pudiera ser por la reacción ante una noticia. La espontaneidad admite Twitter, que fue el procedimiento empleado por Rubalcaba para que varios cientos de manifestantes violaran espontáneamente ante la sede del PP en Génova la jornada de reflexión el 13-M de 2004.
Hasta ahora, grabar a los policías en el ejercicio de su trabajo era sancionable, servidumbres de un tiempo en que no estaban garantizadas todas las libertades. Gracias a la reforma de la ley, expresiones como “me he quedado con tu cara” pasarán a ser una descripción literal del manifestante con móvil al agente fotografiado. Y una amenaza implícita. Otra novedad es que ante un individuo que se niegue a identificarse, los policías podrán llevarlo a comisaría durante un periodo máximo de dos horas, transcurrido el cual deberán devolverlo al lugar en el que lo abordaron.
Esperemos a que la transparencia de la Copro nos permita conocer la reforma en su totalidad, pero deberían profundizar un poco más: prohibir que los antidisturbios lleven escudos y cascos. Los cascotes, ladrillos y cócteles molotov de los manifestantes reclaman a gritos juego limpio. Una cosa es que Iglesias haya dejado de ser vicepresidente (gracias Cayetana, gracias Rocío, gracias Isabel) y otra muy distinta que se le quiera negar su muy legítimo derecho a emocionarse y excitarse cuando su chusma le patea la cabeza a un guardia.