- Sería muy conveniente que los responsables políticos que lanzan acusaciones vagas sobre formaciones políticas rivales, como generadoras de discursos negacionistas, de odio y de ruptura, analizaran si con ello están contribuyendo a sembrar, ellos sí, precisamente, la semilla del odio
La delegada del Gobierno de España en Melilla, Sabrina Moh Abdelkader, es una persona joven, muy joven. Aludo a su juventud al comienzo de estas líneas, no pretendiendo ser irrespetuoso con ello, porque solo desde esa perspectiva se puede asumir una percepción tan maniquea de las circunstancias por las que ha atravesado nuestra nación desde la época del régimen surgido de la Guerra Civil, cómo acabó sus días y cómo se produjo el proceso de su desarticulación y su sustitución por el sistema democrático en el que actual y afortunadamente vivimos.
La pasada semana, con ocasión de la celebración del Aniversario de la Constitución, hizo un análisis sobre la evolución de la situación en España desde la Transición hasta nuestros días que resulta un tanto sorprendente por representar, como mínimo, una interpretación extraordinariamente simple de un período de tiempo considerablemente complejo.
Contrapone la delegada, en su reflexión, el texto constitucional a lo que ella denomina «mensajes negacionistas, mensajes de odio y mensajes de ruptura», sin detallar a qué se refiere, exactamente, mencionando este tipo de mensajes. Se entiende que, para ella, los mensajes discrepantes, los que no coinciden con su manera de interpretar la realidad española, son negacionistas, de odio o de ruptura. Representa esa reflexión, un rechazo a la discrepancia política a la que parece no existir derecho en la España en la que ella parece creer.
O se está de acuerdo con su percepción sobre la realidad española o se está en contra de la Constitución y, consecuentemente, fuera de la ley.
También afirma más adelante la delegada del Gobierno que el texto constitucional nació del consenso, del diálogo y del trabajo conjunto, permitiendo «romper» con la etapa más oscura de nuestro país, omitiendo el hecho de que la Transición española no representó una «ruptura», sino una «reforma», precisamente a través de la Ley de Reforma Política de 1977, que fue aprobada por los españoles mediante referéndum, tras haber sido previamente debatida, votada y aprobada por las Cortes Generales.
Fue, precisamente, este debate sobre la reforma y no la ruptura lo que permitió avanzar en el proceso constituyente «de la ley a la ley a través de la ley» en célebre expresión de Torcuato Fernández Miranda, presidente de aquellas Cortes preconstituyentes.
Cuando se traslada el presunto conocimiento de este proceso a los estudiantes, como presume la delegada de haber hecho en unas jornadas celebradas en los días 4 y 5 de este mes de diciembre, conviene hacerlo de la manera adecuada y ajustada a la realidad a fin de promover en ellos el deseable sentimiento de concordia entre los españoles que presidió nuestra Transición y no el de confrontación en el que parece querer instalarlos esta narración alterada del proceso real, además de promover en ellos un pensamiento crítico real y no un pensamiento único transmitido a través de una interpretación notablemente sesgada de lo que realmente representó nuestra Transición.
La delegada alertó sobre el auge de lo que ella denomina mensajes «negacionistas, de odio y de ruptura» sin manifestar a qué mensajes en concreto se refería como lanzando una descalificación general a todos aquellos que discrepan de sus puntos de vista diciendo que «echan por alto (sic) todo el trabajo que se ha estado haciendo y ponen en riesgo derecho que ha costado muchísimo trabajo conseguir y por los cuales muchas personas han pagado hasta con su propia vida».
Se desconoce, porque no se refiere a ello, si incluye entre estas personas a las víctimas de ETA que perdieron su vida por ganarse el derecho a sentirse vascos y españoles en su propia tierra o a quién se refiere en concreto. Esa ETA, por cierto, de la que el Gobierno actual dice que no se debe hablar, porque ya no mata. Y pelillos a la mar. Ea.
La delegada abunda en su descalificación a los que representan opciones políticas distintas a la suya pidiendo «no maquillar los mensajes que», según dijo, «están lanzando tanto la derecha como la ultraderecha y que solo vienen a desestabilizarnos como país y como democracia». No cabe duda de que es mucho más estable el estado de cosas en el que nadie discrepa porque se pretende prescindir de la aportación de los discrepantes al funcionamiento de la sociedad. Un posicionamiento, no obstante, dicho sea de paso, bastante antidemocrático.
Cuando habla de los mensajes que lanza la derecha y la ultraderecha se sobreentiende que se refiere al Partido Popular y a Vox, respectivamente, pero bien pudiera ser que maquillara su discurso de esa manera porque pensase que la estrategia de criminalización o satanización de ambas formaciones ante la opinión pública se produce más eficazmente cuando no se las cita explícitamente. No es una técnica que utiliza ella con exclusividad, sino que resulta evidente, por repetida y manida, que forma parte de la estrategia electoralista del Partido al que la delegada representa, el Partido Socialista Obrero Español.
El logro más relevante e indiscutible de la Transición fue la superación de la percepción de que se podía prescindir de media España por convertir sus aportaciones en clandestinas por no sujetarse a los criterios del gobernante de turno. Fue precisamente el reencuentro y la aceptación de la legitimidad mutua de aquellos que previamente se la habían negado recíprocamente lo que caracterizó aquel proceso que hoy parece ser objeto de revisión en cuanto a su protagonismo y su alcance. La alternancia en el poder es consustancial con la democracia y no debe caerse en la tentación de identificar la democracia con las posiciones personales de uno mismo, descalificando las del resto como antidemocráticas o anticonstitucionales a no ser que se acredite fehacientemente y no de manera vaga la anticonstitucionalidad de los actos de aquellos a los que se acusa de ello.
Por último, sería muy conveniente que los responsables políticos que lanzan acusaciones vagas sobre formaciones políticas rivales, como generadoras de discursos negacionistas, de odio y de ruptura analizaran si con ello están contribuyendo a sembrar, ellos sí, precisamente, la semilla del odio.