Antonio Elorza, EL CORREO, 28/9/12
Es lícito constatar que Patxi López queda como un buen gestor, nunca como un líder capaz de dar un vuelco en una mentalidad política dominada por los mitos nacionalistas
Ala hora de valorar la gestión de gobierno socialista, la lectura de las series de Euskobarómetro ofrece buen número de datos significativos. Resulta así esclarecedora la persistencia de la oposición a la fórmula de gobierno socialista con apoyo del PP, así como la sombra de ilegitimidad extendida desde el PNV, que vio siempre al nuevo Gobierno como un usurpador. Al lado del rechazo casi unánime a la situación creada entre los nacionalistas, destacaba el débil apoyo entre los electores constitucionalistas. Más allá de la legitimidad conferida por el propio sistema representativo, estaba claro que las bases socio-políticas del nuevo Gobierno fueron siempre débiles. Eso sin contar el telón de fondo de la lucha a muerte en Madrid entre PSOE y PP.
Una muestra inequívoca es que ya al término del recorrido, mientras una mayoría expresaba una opinión negativa del Gabinete presidido por Patxi López, era en cambio positivo el balance de su gestión. Otrosí, aun cuando es general la creencia en que los socialistas perderán el poder, dentro de una amplia dispersión de preferencias Patxi López encabeza la lista de aspirantes. Como en la vieja canción, para el Gobierno socialista vasco su delito es haber nacido.
Las circunstancias han sido además muy desfavorables, empezando por la incidencia de una crisis económica cada vez más aguda. Cierto que tanto en Euskadi como en Navarra intervienen los beneficios indiscutibles del Concierto económico, los cuales permiten reducir las cifras negativas, aun cuando no el impacto de la tendencia general a la recesión. No debe extrañar que el PNV anuncie que tiene en su posesión los medios de política económica cuyo efecto será evitar la catástrofe provocada por López. Es un recurso fácil, a favor de corriente de cara a la opinión, e imposible de contrastar por lo que concierne a las soluciones alternativas. Como veremos, el propio Patxi López utiliza también esta carta, al presentarse como adalid de la oposición a la política de recortes en cadena del gobierno Rajoy.
Peor fue el efecto de la partida jugada al mismo tiempo por los socialistas vascos en dos campos, al depender recurrentemente en Madrid el Gobierno Zapatero de los votos del PNV. Es difícil saber hasta qué punto esa dependencia condicionó la política, en muchos momentos reverencial, hacia el nacionalismo, y en cualquier forma colocó al lehendakari en posición de ofrecer una brutta figura, con el PNV en auténtico defensor de los intereses vascos. Patxi López supo salvar los muebles en esa difícil circunstancia, como hombre paciente y cauteloso que es, si bien la sombra de la lealtad hacia Madrid, con Rubalcaba en la dirección del PSOE, reapareció al actuar como ariete frente a los recortes de Rajoy, dando lugar a la ruptura de la alianza de gobierno con el PP. Cabe pensar, no obstante, que aquí jugaba otra estrategia, ahora acentuada: ponerse en vanguardia del rechazo a la política antisocial del Gobierno ‘popular’, al plantear que el socialismo constituye el instrumento más adecuado para defender el autogobierno y encarnar los intereses de las capas populares en la sociedad vasca.
Este pilar de la campaña electoral socialista debiera encontrar el complemento de algunos aspectos francamente positivos de la gestión de gobierno. El principal, sin duda, haber contribuido por activa y por pasiva a la normalización de la vida política y social vasca, impulsando tanto desde la consejería de Interior una actuación rigurosa –la «tolerancia cero»– frente al terrorismo de ETA y sus ramificaciones sociales, como una propuesta de reconciliación fundada sobre lo que llamaríamos una memoria reflexiva acerca de las décadas de plomo. Fue una cuadratura del círculo regida por la discreción, sin cantos de victoria ni llamamientos espectaculares a la opinión pública, a la cual es dado juzgar por sus resultados, una vez que el cuadro político se ha visto modificado por el fin de la acción terrorista.
El Gobierno de Patxi López no ha podido obviamente lograr que la izquierda abertzale diera un giro copernicano en la valoración del terror –los votos les invitan a seguir la senda elegida–, ni que desaparezcan las reticencias del PNV a reconocer sus errores de transigencia hacia ETA en el pasado –incluso frente a la Ley de Partidos–, pero ha conseguido en cambio reencauzar la vida política vasca hacia pautas civilizadas. Ya es suficiente.
Esta normalización ha de valorarse teniendo en cuenta el punto de partida: una buena muestra es la política en el ámbito de la Cultura, contra «la guerra de idiomas», por introducir la memoria en la enseñanza, o al defender a la Universidad de los tajos que sufre en otras autonomías. Ocurre, sin embargo, que ese logro de la normalidad acaba pareciendo, como sucede con la derrota de la propia ETA, el fruto espontáneo de una inconsciente labor colectiva. Lo que es falso.
Al alcanzar la última vuelta del camino, sin olvidar el pecado original nunca borrado, ni la labor de desgaste permanente ejercida por el PNV, desde su relación privilegiada con Zapatero, es lícito constatar que Patxi López queda como un buen gestor, necesidad perentoria en 2009, nunca como un líder capaz de dar un vuelco en una mentalidad política dominada por los mitos nacionalistas. No para luchar contra la nación vasca, sino para enderezar la construcción nacional de Euskadi hacia un concepto de nación fundado en la doble identidad y con la autonomía como única meta democrática posible, disipando el sueño –la pesadilla– de esa Euskal Herria que sigue animando desde el mundo abertzale la consecución de una sociedad homogénea hacia el interior y proyectada hacia el irredentismo exterior (Navarra, Iparralde). Una finalidad que inevitablemente conduce a la supresión del pluralismo, tanto político como cultural, y al ejercicio de una u otra forma de violencia. Los mitos son costosos.
Antonio Elorza, EL CORREO, 28/9/12