Mas ha dicho que «si no logramos una mayoría excepcional no se nos va a tomar en serio». Eso es peor que confundir la velocidad con el tocino, embarullar lo cuantitativo con lo cualitativo.
Manuel Bueno, el hombre que dejó manco a Ramón del Valle Inclán, fue uno de los grandes periodistas de la Generación del 98. En 1933 escribió en Blanco y Negro: «Mientras en Castilla el hombre vale siempre espiritualmente más que el paisaje, en Cataluña el uno y el otro se corresponden e identifican en una sorprendente unidad». Inteligente observación en la que se esconde el intríngulis de la triste situación, más oportunista que esencial, que tiende a sustituir al río Ebro en una muralla de acusaciones recíprocas, incomprensiones mutuas y separadora de dos partes de un todo. Una lástima que, además de tener un montón de padres, de aquí y de allá, resulta conveniente al electoralismo a que se reduce el pensamiento político español, el catalán incluido.
En el arranque de la campaña electoral de las autonómicas catalanas, el presidente de la Generalitat y candidato de CiU a la reelección, Artur (pronúnciese con acento en la «u» y no, tal que en las tertulias radiofónicas, como si se tratara de un inglés) Mas, ha dicho que «si no logramos una mayoría excepcional no se nos va a tomar en serio». Eso es peor que confundir la velocidad con el tocino, embarullar lo cuantitativo con lo cualitativo. El movimiento que Mas acaudilla, aunque lo haga por delegación, será igual de «serio» con muchos que con pocos votos. La democracia define mayorías y minorías, pero nunca otorga la verdad ni, mucho menos, la razón. Adolf Hitler o Francisco Franco, uno con elecciones y otro sin ellas, fueron líderes indiscutidos en sus respectivos territorios, pero eso ni les justifica ni les redime de su responsabilidad histórica.
El eslogan de CiU para la campaña electoral en curso —«La Voluntad de un pueblo»— es hermoso, que tampoco la belleza tiene compromiso con la verdad, y acude a lo que Jaume Vicens Vives le decía a Josep Pla: «La característica principal de Cataluña es la voluntad de ser». No consta si el maestro de historiadores se refería a los hombres o al paisaje; pero, como decía el mejor de los Machado, Manuel, la voluntad es algo vago y efímero: «Mi voluntad se ha muerto una noche de luna / en que era muy hermoso no pensar ni querer…». Gritar «independencia» ahora, en el centro de una crisis económica brutal y con cifras de paro espeluznante, ¿es una expresión de voluntad? Más bien parece un «sálvese quien pueda» ante un naufragio español que será inevitable sin la debida unión entre los ciudadanos cabales, independientemente de lo esencial o circunstancial de su paisaje autonómico. Cataluña es en lo económico, junto a Madrid, Baleares y poco más, el tuerto en un país de ciegos; pero, fuera de España, puede convertirse en el gran ciego del Mediterráneo. Por cierto, Manuel Bueno murió asesinado en Montjuich en 1936.
Manuel Martín Ferrand, ABC 10/11/12