Ignacio Camacho-ABC
- La áspera franqueza de Otegi ante los suyos ha dejado la estrategia sanchista con las vergüenzas al desnudo
Hay días, por desgracia no muchos, en que los columnistas tenemos el jornal ganado antes de empezar a escribir. Hoy, por ejemplo, la actualidad sugiere, casi impone, glosar las declaraciones de Otegi en Éibar, pero la honestidad profesional me obliga a advertirles que no me va a salir un análisis mejor ni una interpretación más clara que sus propias palabras. Ningún comentario ni adjetivo perfeccionará un mensaje formulado con tal nitidez que no hace falta quitar ni añadir nada. Está todo el plan ahí, explícito, diáfano, y ni siquiera el uso del euskera puede enturbiarlo. Un objetivo, un proyecto, una táctica, un método pragmático explicado con sencillez a un auditorio de partidarios. Los trompeteros sanchistas, expertos en aplicar bálsamo a los escozores gubernamentales, arguyen que se trata de una explicación «de consumo interno» para tranquilizar a los más exaltados. Pero nadie aporta ninguna razón para demostrar que el comunicado de tímida palinodia del lunes por la mañana fuese sincero y en cambio el rudo alegato materialista de la tarde, el que puso patas arriba la tramoya oculta del pacto, formase parte de un argumentario falso. Y por lo general, en ese teatro que es la política suele haber más verdad en lo que se dice en privado.
De cualquier modo el discursillo de Otegi ante los suyos ha dejado al Ejecutivo de Sánchez con las vergüenzas al desnudo. El presidente, que no es el hombre con más credibilidad de España, se agarró al simple recurso del «no rotundo» mientras sus ministros se escabullían sin querer pronunciarse sobre un asunto de contornos decididamente turbios. De repente han descubierto que Bildu tal vez no sea un socio imprescindible en la aprobación de los Presupuestos, detalle que contrasta con el insistente cortejo que vienen prodigándole en los últimos tiempos. La llaneza del terrorista en excedencia -«pero cómo se le ocurre decir eso en este momento»- ha sembrado el desconcierto en las filas del Gobierno, que sí tiene, pese a su negativa oficial, margen de acción para aliviar el cumplimiento de penas de los etarras presos. No para acortarlo, aunque la estrategia batasuna contempla esa posibilidad en los próximos años, pero sí para favorecer a través de la Fiscalía progresiones de grado con la colaboración del poder autonómico vasco, cuyos dirigentes andan estupefactos por la manera en que ha salido a la luz el tinglado. Ahora va a ser más difícil, en todo caso, al menos hasta que amaine el escándalo.
Volvamos al principio: la prédica de Otegi a sus fieles no necesita exégesis. Ni siquiera ha dicho nada que no se supiese; si acaso lo ha hecho de forma más indiscreta, y también más precisa, que otras veces. Los que se tienen que explicar son quienes creen que es posible comprometerse con un partido -o lo que sea- de intenciones tan transparentes. Los que prefieren ignorar que una serpiente siempre muerde.