IGNACIO CAMACHO-ABC

Cospedal y Santamaría encarnan dos facetas del tardomarianismo. Su duelo aleja la viabilidad de un cambio de ciclo

HAY temblor de estructuras en el PP porque el pulso de poder entre Cospedal y Sáenz de Santamaría va a dejar al fin de ser soterrado. Es un partido sin cultura de la confrontación, acostumbrado a la jerarquizada disciplina del mando, y cunde la inquietud –si no el desánimo– ante el abierto enfrentamiento de las dos damas por el liderazgo. La mayoría prefería a Feijóo, sin duda el candidato con más proyección electoral, porque garantizaba la continuidad del patrón orgánico, una zona de confort, como se dice ahora, en la que no era necesaria la opinión de los afiliados. La espantada del presidente gallego, quizá temeroso él también de no contar con un consenso asentado, ha provocado una sensación de salto al vacío ante el que la organización entera siente cierto pánico. La desazón de la mentalidad acomodada que de repente se enfrenta a una brusca mudanza de hábitos.

A los populares, sean militantes, dirigentes o cuadros intermedios, les cuesta entender la oportunidad que supone este escenario inédito. La cuota de protagonismo que les va a proporcionar ante la sociedad y los medios cuando la brusca caída del poder los ha relegado a un papel subalterno. La posibilidad de desprenderse siquiera en parte de su halo de partido acartonado, impermeable, hermético. Y sobre todo, la necesidad de presentarse ante los españoles, tras la corrosión de su marca en los últimos tiempos, como una fuerza dispuesta a reinventarse a sí misma en un nuevo comienzo. Pero están atenazados por el miedo a lo desconocido, a lo incierto. Les puede el desasosiego porque no ven más que fantasmas de división y de fractura en un proceso que bien podría constituir su mejor plataforma de relanzamiento.

En realidad, el único peligro de estas primarias consiste en que las dos principales candidatas representan, cada una a su manera, al tardomarianismo. Por haber estado demasiado cerca del líder caído, al que le deben la carrera, sólo pueden ofrecer entre sí diferencias de talante o de estilo. Ninguna de ellas encarna ni sugiere el imprescindible giro, de índole refundacional, que exige el cambio de ciclo. El suyo es un pulso del pasado cuyo único rasgo innovador, o al menos actual, es su carácter femenino. El resto significa más de lo mismo: las lugartenientes de Rajoy prolongando, como en aquella foto de la silla vacía entre ambas, su viejo conflicto.

En ese duelo no va a quedar espacio real para ningún tercero. Lo podría ser Pablo Casado, un heraldo de la generación sin hipotecas que requiere el momento, pero además de salir lastrado por un estúpido asunto académico es difícil que la colisión de trenes le deje en la práctica algún hueco. Con todo, la lid interna, el voto de las bases, supone para la derecha española un aire de refresco. Y como es probable que la travesía hacia el poder no sea corta, esta experiencia puede constituir para el futuro un buen entrenamiento.