HERMANN TERTSCH-ABC
EL historiador Heinrich August Winkler nació en Königsberg en 1938, cuando aun estaban intactos todos los puentes sobre los dos brazos del río Pregel en torno a la isla del Kneiphof. Eran los siete puentes que daban pie al célebre problema matemático que entretenía a un grupo de sesudos matemáticos, entre ellos un tal Immanuel Kant o Johann Gregor Hamman y que resolvió su joven colega Leonhardt Eulen. Aquellos puentes desaparecieron en 1945 cuando toda la ciudad quedó reducida a un desierto de escombros que pasó a llamarse Kaliningrado. Todo centroeuropa era una escombrera. Winkler, hoy célebre historiador y profesor de la Universidad Humboldt ha escrito mucho sobre la guerra que destruyó su infancia, sobre el nacionalsocialismo que llevó a aquella guerra y una «Historia de Occidente». Ahora publica «¿Se rompe Occidente?» con dudas sobre la evolución de Europa. No lo hace desde la perspectiva socialdemócrata que achaca todos los males a quienes protestan contra el consenso político dominante desde 1945.
Winkler denuncia los afanes de destrucción de los estados nacionales que percibe en fuerzas supuestamente «europeístas» y unos sectores intelectuales que desde el mundialismo o los regionalismos separatistas promueven esta ofensiva contra los estados nación históricos en una siniestra pinza. En un artículo en Der Spiegel, Winkler habla de Cataluña como un caso flagrante. Desmiente rotundamente que los fundadores de la Unión Europea incluso aquellos que pretendían un federalismo quisieran «superar» o liquidar los estados nacionales como pretenden algunos que quieren dar legitimidad europeísta a separatismos regionales como el catalán. En Europa una inmensa mayoría en las poblaciones de los diversos países se mantienen firmes en su lealtad nacional en los estados antiguos. Esto explica que los pueblos europeos hayan comenzado a defenderse contra los intentos de liquidación de los estados nacionales. Estos proceden de curiosas y siniestras alianzas como son los lazos del globalismo izquierdista antinacional de George Soros con las izquierdas locales y los movimientos separatistas. Hay situaciones inauditas. Organizaciones separatistas y fuerzas en favor de la inmigración ilegal, el tráfico humano y todo tipo de activismo de ONG que son financiadas al mismo tiempo por Soros y su Intimo enemigo Vladimir Putin. Es evidente que en España hay una alianza de fuerzas izquierdistas, globalistas y nacionalistas, para nada pacíficas ni democráticas ni civilizadas que quieren romper el estado nación. La supuesta sociedad civil catalana no es hoy más que un entramado subvencionado por fuerzas antiespañolas, tanto españolas como extranjeras. El profundo arraigo de los estados nacionales europeos se demuestra en la nueva vitalidad de los movimientos reactivos surgidos en toda Europa en los pasados años, que, pese a la masiva descalificación de la ideología socialdemócrata dominante, crecen sin cesar. Que todos esos movimientos sean tachados por sus adversarios como ultraderechistas no sorprende y es hasta lógico, pero cada vez es menos eficaz como arma electoral.
La derecha española es vaga e inculta. El gobierno actual es el ejemplo de esa fatalidad histórica. Porque estaba cargado desde un principio de razones que legitiman una intervención para poner fin al movimiento sedicioso que en absoluta impunidad ha organizado esta amenaza existencial para la nación española. Pero además es infinitamente ingenua. Los hay hasta extrañados de que los comunistas de Podemos apoyen el golpe de Estado separatista. La socialdemocracia del consenso español ha alimentado el nacionalismo antiespañol durante cuatro décadas. Por eso España es el mejor ejemplo de la incesante actividad de esa alianza de globalismo y separatismo contra los estados nación europeos. Pero también es España ya el mejor ejemplo de la reacción de la nación grande que se levanta contra la agresión combinada de enemigos de dentro y de fuera.