Ignacio Varela-El Confidencial
- No es la primera vez, ni la última, que algún político necio rodeado de asesores que se creen muy listos hace un uso imprudente del privilegio de disolver abruptamente un Parlamento
«No te pido que atajés los penales que van al ángulo, me alcanza con que no metás al arco los remates que van afuera», dijo Alfredo Di Stéfano, entrenador del Valencia, a uno de sus porteros.
En uno de esos países que llamamos ‘de nuestro entorno’, ante un resultado electoral como el de Castilla y León ya estaría en marcha una negociación entre los dos partidos mayoritarios para hacer posible que gobierne el más votado —en este caso, el Partido Popular con el consentimiento del Partido Socialista—, más o menos condicionado y sin que ello comporte necesariamente un compromiso de apoyo para toda la legislatura ni la renuncia a ejercer una oposición razonable.
El objetivo de una solución como esa sería obvio: si, a tenor de sus declaraciones, ambos consideran sumamente dañino que el Gobierno de esa comunidad quede sometido a la voluntad de un partido extremista de la internacional nacionalpopulista que, para empezar, niega de raíz el Estado autonómico —y, por tanto, se supone que hará lo posible por abatirlo—; si los números hacen inviable cualquier fórmula de gobierno que no pase por las horcas caudinas de Vox, y si no cabe considerar siquiera el esperpento de una repetición de las elecciones, los dos partidos constitucionales que han recibido la confianza del 61% de los votantes tienen la responsabilidad de impedirlo con una acción concertada que preserve a la vez la lógica de las urnas y la gobernación sensata de la región.
Podría argüirse que ello resultaría intolerable para los votantes del PP y del PSOE, pero no es así. Una de las características de este tiempo político desquiciado es que los ciudadanos son mucho más juiciosos que los dirigentes. Una encuesta de Metroscopia realizada entre el 8 y el 11 de febrero muestra que:
- El 53% de la población de Castilla y León desaprueba un Gobierno de coalición entre el PP y Vox, frente a un 40% que lo aprueba.
- El 51% considera que, ante una situación como la que ha resultado de la votación, el PSOE debería facilitar la investidura de Mañueco para evitar un Gobierno con Vox. Solo el 36% de los encuestados rechaza esa solución.
- La posición favorable a que el PSOE facilite la investidura —se supone que con una abstención negociada en sus términos y límites—, contribuyendo así a cerrar el paso a ‘la ultraderecha’ que tanto dice detestar, es compartida por el 55% de los votantes socialistas (16 puntos más que los que la rechazan) y por el 60% de los del PP. De hecho, los únicos que están mayoritariamente contra esa solución son, naturalmente, los votantes de Vox. En todos los demás espacios políticos, son más quienes contemplarían favorablemente ese escenario.
Por supuesto, no existe la menor esperanza de que tal cosa suceda. Y no existe porque los mandamases de los partidos mayoritarios del país, sedicentes moderados, hablan de esto, como de casi todo, con lengua de serpiente.
No es cierto que Sánchez considere una calamidad la entrada de Vox en los gobiernos del PP; por el contrario, lo ve como una oportunidad providencial para él, la bendición que le permitirá camuflar su derrota estrepitosa en esta elección, escabullirse de todos sus errores y desafueros y, quizá, salvar el pellejo haciendo resonar en todo el país las trompetas de la emergencia antifascista. El objetivo estratégico del PSOE en esta votación no era ganar (siempre supieron, pese a las encuestas prevaricadas de Tezanos, que era imposible), sino que el PP quedara prisionero de Vox y dejarlo así, atado y bien atado. El partido de Abascal es el comodín con el que cuenta Sánchez para convertir en cautivos a sus votantes descontentos y quedarse en la Moncloa.
El PSOE actual no está disponible para frenar a la extrema derecha, de la misma forma que el PP de Casado no hizo en su día el menor ademán por impedir que Sánchez entregara las llaves del Estado a la extrema izquierda de Iglesias y Díaz y a los nacionalismos destituyentes. Al revés, ambos juegan conscientemente a expulsar a su adversario del espacio de la centralidad —que, en este caso, es el de la constitucionalidad— y echarlo en los brazos de las fuerzas extremistas. El regocijo que siente Sánchez cuando ve al PP atrapado por Vox es gemelo al de Casado ante un PSOE convertido en caricatura de sí mismo, hipotecado por Podemos y aceptando chantajes permanentes de los enemigos de la Constitución.
Es hora de admitir que los dirigentes de Vox están comprendiendo mejor que nadie algunos fenómenos de fondo que operan en España
El drama español de hoy es precisamente que los moderados —aún mayoritarios, veremos por cuánto tiempo— prefieren subir a su barco a los inmoderados —provisionalmente minoritarios— antes que hacer el menor esfuerzo por entenderse entre sí. El ‘noesnoísmo’ no fue tan solo un empecinamiento de Pedro Sánchez en 2016; con el tiempo, se ha instalado como la cultura prevalente en la política española, a ambos lados de la trinchera. Lo que significa que el régimen del 78 ha quedado derogado en su espíritu, aunque siga formalmente en vigor. Y sus verdugos no han sido sus enemigos declarados, sino los irresponsables herederos de quienes lo construyeron. Ya no cabe llorar sobre la leche derramada, pero la historia dirá de ellos lo que tenga que decir.
Por lo demás, esta elección absurda nació de una convocatoria frívola, extemporánea y cegata que jamás debió producirse. No es la primera vez, ni será la última, que algún político necio rodeado de asesores que se creen muy listos hace un uso imprudente del privilegio de disolver abruptamente un Parlamento, buscando obtener una posición de ventaja, y los votantes lo dejan con un palmo de narices. No dudo de que Pablo Casado posee conocimientos y capacidades notables en varias materias, pero, a estas alturas, es ya palmario para todos, dentro y fuera de su partido, que entre ellas no están la perspicacia estratégica ni la contención verbal. Este error es de los que conducen, como mínimo, al rincón de pensar.
La derecha dobló su ventaja sobre la izquierda, pero toda la ganancia corresponde a Vox. El PP quedó atascado y Ciudadanos prosigue su agonía terminal. Es hora de admitir dos cosas: primero, que los dirigentes de Vox están comprendiendo mejor que nadie algunos fenómenos de fondo que operan en un sector importante de la sociedad española, y sacan beneficio de ello. Segundo, que ese partido dispone ahora mismo de la maquinaria electoral más moderna y eficiente que existe en nuestro país. Las campañas sirven para algo y, desde 2015 (con la única excepción del 4-M madrileño), Vox ha progresado en todas ellas, dando un baño considerable a todos sus competidores.
Abascal fue el único líder nacional que compareció en la noche electoral de Castilla y León, eso lo dice todo. Sánchez y Casado (autor intelectual de la convocatoria) se escondieron en sus guaridas, y Yolanda Díaz, directamente, ha dejado tirados a los suyos en estas elecciones. Eso también dice cosas de cada uno de ellos.