- El multiculturalismo es un relativismo cultural basado en la premisa de que todas las culturas son respetables… salvo la propia de nuestra civilización
Todavía llamamos izquierda al wokismo porque así se presenta. «Liberals» en Estados Unidos, una trampa para traductores despistados cuyo imperdonable desconocimiento desorienta al inadvertido. Claro que la continuidad nominal viene avalada por ser las formaciones históricas de izquierdas, en primera instancia, las que chapotean entre causas políticas aparentemente aisladas que, para mayor confusión, resultan a menudo incompatibles entre sí. Un supuesto feminismo nuevo traiciona su razón de ser al abrazar la autodeterminación de género, cuya lógica lleva a la participación de deportistas XY, autoidentificados como mujeres, en competiciones femeninas. Con las previsibles ventajas, que no se agotan en lo deportivo: se traducen en obtención de becas, por ejemplo. El uso de vestuarios y aseos ajenos, la instalación de machos en prisiones para mujeres, constituyen la forma más vistosa –aunque solo sean la punta del iceberg– de un retroceso innegable no ya de los derechos (que también), sino de la propia identidad femenina.
Que ese feminismo comulgue asimismo con el multiculturalismo es otra incongruencia asombrosa si atendemos a los términos en que el wokismo entiende el concepto. Tomaría mucho espacio explicarlo, pero, resumiendo, el multiculturalismo es un relativismo cultural basado en la premisa de que todas las culturas (identidades, tradiciones, valores, cultos) son respetables… salvo la propia de nuestra civilización, la de las democracias liberales, de raigambre grecolatina y judeocristiana. Otra clamorosa contradicción woke desafía la propia base moral y estructural de su mosaico de causas: todas las identidades son bienvenidas… salvo la judía, siempre sospechosa. ¡Qué casualidad! La protesta antisionista, consustancial al wokismo, no significa otra cosa que la negación del derecho del pueblo judío a tener un hogar nacional. Europa, precisamente, no puede permitirse una negación tal. Su historia la desautoriza para siempre. No hay otro Estado en el mundo al que se le niegue el derecho a existir. Y, puesto que Israel existe, ser antisionista significa postular su destrucción. «Del río al mar…» De ahí el filoterrorismo en los medios y la academia (medios y academia son la vanguardia del wokismo, las herramientas principales de consecución y mantenimiento de su hegemonía cultural).
Les siguen el entretenimiento y las artes (corporatistas) en la disolución de los valores fundacionales y civilizadores de Occidente. De democracia a despotismo cancelador. Por el camino se disgregan (¡no puede ser de otro modo, ilustrados!) los valores de la izquierda racional, hoy insignificante. La indigesta macedonia woke nos lega una masa irracional e hipersensible instalada en el caos, el sinsentido. Este caos, de nuevo, demandaría un análisis extenso. Aquí solo podemos intuirlo a través de imágenes absurdas cada vez más corrientes: movimientos trans propalestinos (pro Hamás y pro Hezbolá, para ser más exactos). Es decir, favorables a la estrategia terrorista de los proxies de Irán. Cualquiera con dos dedos de frente sabe qué destino inmediato espera a esos manifestantes si acuden a Teherán o a Gaza a ofrecer el apoyo trans a su causa. Es justamente la pérdida de sentido lo que da vía libre a postulados (contradictorios) cada vez más aberrantes.