Las democracias europeas, que existen gracias a la decisión de Washington de combatir a la tiranía con sangre americana vertida lejos del hogar, jamás han exportado la democracia a ninguna parte. Si llegara a Irak, se recordará que fue a pesar de ellas.
La imagen se aferra a la retina. Es portada en periódicos de todo el mundo. Tres pistoleros matan en la calle, a plena luz del día, a unos iraquíes que trabajaban en la comisión que organiza las elecciones generales de enero. No había nadie cerca que pudiera ayudar a estos infelices cooperantes en la creación de condiciones para que los iraquíes puedan elegir a su Gobierno por primera vez en la historia. Miles de iraquíes han muerto de la misma forma en los últimos meses, en las colas de alistamiento para la policía y el ejército que han de proteger el desarrollo de los comicios, inaugurando instalaciones de agua potable para la población o intentando normalizar los suministros de alimentos o electricidad a sus compatriotas. O acudiendo a rezar como el domingo en Nayaf y Kerbala.
Desde que quedó claro que -salvo catástrofe que hasta hoy no se ha dado- las elecciones serán el día 30, los grupos terroristas de sectores del sunnismo, de la red internacional del jordano Al Zarkawi y bandas de delincuentes se han lanzado a una espiral de violencia para impedir la consulta. No les conviene el éxito de este gigantesco paso hacia la plena legitimización de un Gobierno iraquí y de un parlamento constituyente, un hito histórico en Oriente Próximo. Pese a ello, centenares de individuos, partidos y listas conjuntas se han inscrito ya para participar en las elecciones. Decenas de miles de iraquíes se juegan la vida -como los tres muertos del domingo- preparando los comicios. Millones parecen dispuestos a votar pese a las amenazas. Como hicieron los afganos hace poco.
Parecería lógico esperar que todo ello generara en el mundo una corriente de simpatía y apoyo hacia esta oportunidad para los iraquíes de decir en las urnas «sí» al Gobierno de la mayoría y respeto a las minorías, «no» al terror y a las dictaduras vitalicias. Cabría pensar que incluso los más críticos con la invasión, pasados los momentos más duros de desavenencias transatlánticas, se avendrían a participar en este proyecto de estabilización de Irak en el que la alternativa a la victoria de la democracia es el triunfo de un enemigo a muerte de todas nuestras sociedades abiertas. Pues no en Europa. Cada atentado terrorista contra el pueblo iraquí y su derecho a expresarse se recibe en la mayoría de los medios europeos como una bienvenida confirmación de que la razón está con los Gobiernos europeos que no apoyaron -cuando no sabotearon- la política de Washington y sus aliados. «Se lo advertimos y allá se apañen», parece la consigna de mucho Gobierno y de unas sociedades fáciles de convencer de que están más seguras parapetadas tras la neutralidad. Las demandas de ayuda de EE UU y los iraquíes han sido ignoradas sistemáticamente. «Solidaridad atlántica» lo llaman. O la soberbia del débil, insensible a las consecuencias de su pasividad.
Si esta postura es casi tan cobarde como irresponsable y ciega, roza la infamia al glorificar como insurgentes o resistencia nacional a quienes aterrorizan a los iraquíes. Una insurrección popular es algo muy distinto en cantidad y calidad como bien saben quienes se esconden tras este término para no hacer nada ante la barbarie que intenta dinamitar los comicios. Es posible que, con sólo cien instructores de cada país de la OTAN ayudando a las tropas iraquíes, estuvieran hoy vivos los tres trabajadores citados y muchos de los muertos de estos meses. La traición a los aliados americanos, británicos y de otros países y ante todo al pueblo iraquí, lo es también a la seguridad europea. La paz por separado como respuesta a una amenaza común es indigna y además inútil como demuestra la historia. En Europa tiene tradición. Aquí ya somos especialistas. Hay quien cree que así gana simpatías y seguridad. En realidad sólo genera desprecio y fama de presa fácil. El presidente George W. Bush ha sido proclamado «persona del año» de la revista Time por aguantar y convencer a su pueblo de que hay que hacerlo. Las democracias europeas, que existen gracias a la decisión de Washington de combatir a la tiranía con sangre americana vertida lejos del hogar, jamás han exportado la democracia a ninguna parte. Si llegara a Irak, se recordará que fue a pesar de ellas.
Hermann Tertsch, EL PAÍS, 21/12/2004