LUIS HARANBURU ALTUNA-EL CORREO

  • Las políticas de Sánchez chocan con la esencia del modelo que ahora enarbola y están alejadas de la centralidad

Pedro Sánchez reivindica la socialdemocracia como eje vertebrador de sus políticas, pero algunas de sus políticas contravienen la esencia de la corriente de la que blasona. La socialdemocracia es un modelo que triunfó en el norte de Europa en países como Finlandia, Suecia, Noruega, Alemania o Dinamarca, en los que se hizo compatible la defensa de los derechos de los trabajadores con la libertad económica y la libre competencia de las empresas. La socialdemocracia consagró el lema que proclamaba «la competencia donde sea posible y la planificación donde sea necesaria», redactado en el programa de Godesberg (1959) que relanzó al partido socialista alemán convirtiéndolo en modelo a imitar. Es ese modelo al que se abrazó el PSOE cuando renunció a la ortodoxia marxista en el congreso de Suresnes que catapultó a Felipe González para erigirse en artífice de la modernidad y la apertura a Europa que impulsaron sus gobiernos.

Sánchez se ha abrazado a Felipe González en el 40 Congreso del partido celebrado en Valencia. El actual presidente del Gobierno es experto en abrazos y a ellos suele recurrir no tanto como muestra de emotiva efusión sino más bien para sostenerse en la necesidad. Se abrazó a Pablo Iglesias cuando, tras repetir las elecciones en 2019, decreció en el número de diputados y no tuvo otro remedio que coaligarse con quien juró no hacerlo jamás. Ahora se ha abrazado a Felipe González en busca del apoyo que los sondeos le niegan.

Abrazar para sustentarse y no caer, he ahí una táctica eficaz para no perecer. Con el abrazo a González, el líder socialista ha buscado escenificar un regreso a la centralidad que sus políticas desmienten. La deriva populista que Sánchez ha puesto en evidencia en sus reiteradas cesiones a las exigencias de Podemos muestra el verdadero sesgo de sus políticas, cada vez más alejadas de los postulados de la socialdemocracia de Olof Palme, Willy Brandt o Tony Blair.

La requisa de beneficios a las empresas eléctricas, la intervención política en el ámbito de los alquileres, el asalto a la seguridad jurídica o la prometida cancelación ideológica de la reforma laboral constituyen trazos regresivos que chocan con la libertad de la economía y de empresa que figuran en el ADN de la verdadera socialdemocracia, que hace compatibles la libertad económica y el bienestar social. Pero el problema reside no solo en el predominio de la ideología sobre la realidad, sino en la incapacidad gubernamental para monitorizar la creación de riqueza y el progreso económico.

Se compadecen mal el progresismo ideológico del Gobierno con el retroceso social que suponen el aumento de la pobreza, el paro estructural y el colapso social de las nuevas generaciones, que carecen de horizonte existencial y laboral. Mal van las cosas cuando al avance de las colas del hambre solo cabe oponer la sopa social de Cáritas o las improvisadas ONG que tratan de evitar la exclusión social. Es una lástima que en el congreso valenciano del PSOE no figurara entre las ponencias el último informe de Cáritas y Foessa, donde se denuncia el aumento de la pobreza severa en España con seis millones de españoles pobres y once millones en riesgo de exclusión social. ¿No habíamos quedado en que nadie se iba a quedar atrás? ¿Es este el modelo de recuperación que situará a España en la vanguardia de Europa?

En los Presupuestos Generales presentados abundan las prebendas a los socios de Gobierno, las sinecuras a los que ya gozan de la estabilidad laboral o las propinas a los nuevos votantes, pero no existe un sólido plan para acometer la reforma de las vetustas estructuras económicas o la modernización de nuestras anquilosadas burocracias, para despejar el sombrío horizonte de nuestros jóvenes. Faltan un diseño creíble de país y un riguroso plan de reforma económica.

Max Weber observó que la ética protestante se hallaba en el origen del capitalismo, pero al parecer también estuvo presente en la construcción de la socialdemocracia del norte de Europa. El capitalismo del sur de Europa (el de España, sobre todo) se parece mucho al capitalismo clientelar (‘crony capitalism’), que no deja de ser una expresión aberrante del capitalismo. Pero, por lo visto, la aberración alcanza también al modelo socialdemócrata del sur de Europa, que no logra acoplar el crecimiento económico y la creación de riqueza con el bienestar social deseado. Históricamente, la cultura protestante ha propiciado la austeridad, la eficacia, el esfuerzo, el ahorro y el mérito como valores personales y colectivos. El catolicismo, sin embargo, ha propiciado la ética de la elusión, el despilfarro, el dispendio, la deuda y su condonación.

Se suponía que España se había secularizado y había dejado de ser católica, pero los hechos lo desmienten. Nuestra socialdemocracia no ampara el esfuerzo, sino la comodidad; no prima el mérito, sino la adhesión; no busca el progreso, sino la regresión igualitaria; no busca la equidad, sino la identidad; no persigue la concordia, sino la inquina. La socialdemocracia de Sánchez es, sin duda, una socialdemocracia católica y sureña. ¿O habría que calificarla de caribeña?