EL CONFIDENCIAL 12/09/16
ESPERANZA AGUIRRE
· ¿Qué podían encontrar como seña de identidad para atraer a los votantes? El odio sin fisuras al PP, un odio patológico, un afán de sacar el centro-derecha español del terreno político
El debate de investidura del candidato propuesto por el Rey al Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy, terminó con el rechazo de la candidatura por parte de la mayoría de la Cámara. Ese rechazo prorroga la situación de interinidad política en la que vive España desde la disolución de las Cortes en octubre del año pasado.
Mucho se ha escrito sobre la incapacidad de los políticos para llegar a coaliciones, acuerdos o pactos con los que traducir en un programa de gobierno los deseos que, en seis meses, los españoles han expresado por dos veces en las urnas.
Pero mucho menos ha sido analizada la falta de contenido ideológico de esos líderes, tanto en sus discursos parlamentarios durante las sesiones de investidura como en sus declaraciones a la prensa desde el 20-D o, por supuesto, en las dos campañas electorales.
Esos líderes han evitado entrar de lleno en el debate ideológico, explicar a los ciudadanos cuáles son sus principios y valores, cuál es su concepción política
En las intervenciones de estos últimos meses, los líderes han hablado mucho de aritmética (hemos llegado a aprendernos de memoria el número de escaños de cada uno y hasta el número de votos que obtuvieron en las elecciones), han expresado sin ambages sus fobias y sus vetos (fobias y vetos casi siempre personales) y han culpado a los otros de no ceder lo suficiente para que hubiera un Gobierno.
Pero esos líderes han evitado entrar de lleno en el debate ideológico, han evitado explicar a los ciudadanos cuáles son sus principios y valores, cuál es su concepción de la política, de la economía y de la sociedad, y cuál es su postura y sus propuestas ante los retos que España tiene hoy planteados.
Esto se puede decir de todos ellos —y habrá que dedicarles otros artículos—, pero la indefinición ideológica de los socialistas es la más llamativa.
Los socialistas no han sido capaces de recoger los votos de los millones de ciudadanos que han abandonado al Partido Popular desde el 20-D
Hay que partir de los datos fríos, y especialmente duros, para Sánchez y su partido. El 20-D consiguió el peor resultado de la historia del PSOE, pero el 26-J lo empeoró aún más. Con Sánchez, los socialistas tienen hoy solo un 42% de los diputados que tuvieron con Felipe González en 1982, y solo un 48% de los votos que tuvieron hace ocho años con Zapatero.
Esta pérdida de apoyo popular tiene un agravante, y es que se ha producido cuando el PP —que es, o debería ser, su antagonista natural— ha sufrido una pérdida de apoyos más que considerable. Los socialistas no han sido capaces de recoger los votos de los millones de ciudadanos que han abandonado al PP.
Una caída tan grande debería haber desencadenado en el PSOE un proceso de estudio, reflexión y crítica, que no se ha dado.
Con Sánchez, los socialistas tienen hoy solo un 42% de los diputados que tuvieron con Felipe González en 1982, y solo un 48% de los que tuvieron con Zapatero
El gran éxito de los partidos socialdemócratas europeos desde el final de la II Guerra Mundial hasta la caída del Muro, se fundamentó en:
1) su radical enfrentamiento con el comunismo,
2) su aceptación sin reservas de la economía de mercado, y
3) la consolidación en esos países de un modelo que otorgaba al Estado un papel creciente en el reparto de la riqueza que la economía libre producía.
La crisis económica ha demostrado que todos —y, en primer lugar, los estados— estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Esto ha desconcertado de manera radical a los socialdemócratas de todos los países, que habían basado sus políticas en ese creciente afán recaudatorio para repartir lo recaudado entre los más desfavorecidos. Les ha desconcertado porque cada vez hay menos que repartir, ya que la economía se ha parado, y los ciudadanos lo que piden a sus gobiernos es que creen las condiciones para que la actividad económica vuelva a relanzarse. Y aquí los socialdemócratas europeos y los españoles se han quedado sin ideas.
El problema de los españoles es que, puestos a buscar ideas fuerza sobre las que apoyar sus políticas y sus propuestas para afrontar los dos principales problemas de España —las tensiones independentistas y la crisis económica— no han sido capaces de elaborar las suyas propias. Por el contrario, han hecho o están a punto de hacer suyas las ideas de otros.
Esto se ve claramente en el caso de Cataluña: desde 2003, el PSC decidió competir con los nacionalistas a ver quién era más nacionalista, y el resultado es que los nacionalistas se han hecho independentistas y los socialistas… están casi a un paso de la desaparición.
Algo parecido les puede pasar en otros sitios si continúa su coqueteo con los neocomunistas de Podemos, como vemos cada día en el Ayuntamiento de Madrid, uno de los ayuntamientos que el PSOE ha puesto en sus manos. Aquí, los socialistas no solo apoyan con entusiasmo todas las propuestas de Podemos, sino que pretenden competir con los podemitas en radicalidad revolucionaria.
Como ya no les queda nada de su anticomunismo militante y cultivan sin rubor cierta envidia del izquierdismo de Podemos, y como las únicas ideas que se les ocurren para activar la economía son las estatalistas mil veces fracasadas, ¿qué podían encontrar como seña de identidad para atraer a los votantes? El odio sin fisuras al PP, un odio patológico, un afán irracional de colocar al centro-derecha español fuera del terreno de juego político. Si alguno de ellos hubiera leído a Ortega, hace ya tiempo que hubiera escrito un ‘Delendum es PP’. Sin darse cuenta de que ese odio es el embrión del totalitarismo, y que, además, intentar que los ciudadanos se movilicen por el odio es el mejor camino de que se movilicen, pero contra el que lo predica.