Cuando un abertzale se suicida no lo hace por Euskadi, ni por el euskera. Lo hace porque ha dejado de creer en las grandes palabras de su comunidad. Ha perdido su identidad y no tiene otra, porque hace años que perdió las identidades que a otros se nos mezclan en el alma.
El suicidio de una etarra recluida en una cárcel francesa ha congregado en su honor a miles de personas en San Sebastián. Debe tratarse de una de esas nuevas tradiciones. Porque ni en la cristiana ni en la revolucionaria se ha rendido homenaje a los suicidas.
En esas culturas se ve con buenos ojos el martirio, que consiste en entregar la vida por la fe. Es decir, por la comunidad de los creyentes. Por eso nos explicaban de niños que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Por su parte, los islamistas llaman mártires a los que nosotros llamamos terroristas suicidas. Porque esas personas deciden morir matando por el islam y se sienten protegidos hasta el fin por su comunidad religiosa.
Que no haya habido terroristas suicidas entre los etarras puede ser por causa de la tradición cristiana, donde está bien visto esperar cantando a que te coman los leones, pero está mal acabar tú misma con tu vida aunque se haya convertido en un despojo. Ni siquiera Sabino Arana prometió la vida eterna a quien diese su vida por mejorar la raza. Sea por lo que sea, el martirio no se encuentra en el manual. Para un vasco, aunque sea terrorista, una buena cena con los amigos es el mejor final de un día de trabajo.
En consecuencia, cuando un abertzale se suicida no lo hace por Euskadi, ni por el euskera. Lo hace porque ha dejado de creer en las grandes palabras de su comunidad. Pero tampoco puede escapar al sinsentido de su confesión política, porque fuera de su comunidad reinan las tinieblas. La descalificación del mundo exterior a la secta ha dejado su huella inmovilizadora. Mantiene la creencia de que extramuros de los suyos no merece la pena vivir. Ha perdido su identidad y no tiene otra, porque hace años que perdió las identidades que a otros se nos mezclan en el alma.
El sábado pasado, Otegi y los suyos se pasearon por Donostia proclamando a gritos su comunión mística con ETA, algo que casi todos sabíamos, incluidos los jueces. A ver si ahora también se enteran los partidos del Gobierno vasco. Esos manifestantes también proclamaron su solidaridad con la suicida. «A buena hora, mangas verdes» dijeron los soldados españoles de Flandes cuando llegaron los refuerzos después de que el enemigo les pateara a gusto.
Ah, en Donostia también llamaron asesino al PNV. Con esa justificación post mortem del suicidio es como si dijeran a ETA: ellos los suicidan y nosotros nos ocupamos del funeral. Claro que después de la manifa, Otegi y los otros se fueron a celebrar con una buena cena el éxito de la batalla callejera contra contenedores de basura y los beltzas de la Ertzaintza.
Y es que las antiguas tradiciones se resisten a acomodarse en el basurero de la historia.
Ainhoa Peñaflorida, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 14/7/2004