La sesión de control al Gobierno prevista para hoy podría ser una sesión de control a la oposición, si no fuera porque la oposición que hoy encarna el par director Casado-Egea es un modelo de autocontrol. Teodoro no acudirá a formular la pregunta anunciada para Yolanda Díaz: «¿Considera que este Gobierno defiende adecuadamente los derechos de los autónomos?». Una decisión prudente, obligada por otra más prudente aún: la de dimitir ayer por la tarde. En cambio sí va a asistir Pablo Casado, que interpelará a Pedro Sánchez sobre: “¿Cuánto más está dispuesto a ceder ante sus socios independentistas para seguir en La Moncloa?”
No es una pregunta que pueda hacer mucho daño al okupa de La Moncloa, pero tampoco está previsto que Sánchez vaya a escabecharlo en sus respuestas. Por estas amables paradojas de la vida política española, el debate que Pablo vaya a mantener con Pedro en el Congreso se presenta como más amable que el que con los barones de su partido, tan empeñados en echarlo del cargo como el Gobierno de mantenerlo. O sea, que no es previsible que haga sangre y el todavía presidente del PP podría aprovechar para hacer una despedida sentimental de todo esto.
Es una hipótesis, pero no parece posible que Casado pueda llegar políticamente vivo a la Junta Directiva del martes, ni siquiera que pueda alentar después de la reunión de hoy mismo con los barones que van a exigirle, todos, menos Ana Beltrán, un congreso extraordinario. Hasta López Miras, y ya está dicho todo. Item más, la dirección del Grupo Parlamentario, hasta Pablo Hispán, que fue su jefe de Gabinete, también piden congreso extraordinario. Y sus vicesecretarios: Elvira Rodríguez, Ana Pastor, Andrea Levy, Cuca Gamarra, Belén Hoyos o Jaime de Olano, entre otros.
Por si todo lo que antecede fuera poco, su nombre está ya escrito junto al de Egea, temblando en un papel, la denuncia que un abogado ha presentado en el juzgado de guardia de Madrid por revelación de secretos, o sea los datos fiscales de Tomás Díaz Ayuso (art. 197 del Código Penal).
Es la muerte en soledad. El tiempo final de Pablo Casado tiene aires de carnicería, pero es un final que él mismo se ha trabajado con mucha aplicación. Su ejecutoria al frente del PP ha sido una acumulación de errores de proporciones regulares, que empezaron con la destitución de Cayetana como portavoz en agosto de 2020 y que dos meses después se corregía y aumentaba en su discurso contra Santiago Abascal en la moción de censura contra Sánchez. Nada le obligaba a votarla, sobre todo porque Vox no se lo pidió, pero se equivocó grandemente al tomar a Abascal por su principal adversario antes que Sánchez. Una abstención habría bastado. Pero es que 18 meses antes había ofrecido ministerios en la campaña de las generales de abril de 2019: «Vox o Ciudadanos, tengan diez escaños o tengan 40, van a tener la influencia que ellos quieran tener para entrar en el Gobierno». Dos meses antes habían posado juntos en Colón los tres. El golpe de gracia se lo dio él mismo la semana pasada en su entrevista con Herrera.
La única opción ahora parece la de Núñez Feijóo. No es diputado, ciertamente, por lo que haría bien en reponer en el cargo de portavoz a Cayetana. A nadie se le ocurre que como presidente nacional del PP y con esa compañía, mostrase pujos de nacionalista gallego.