La sonrisa y la camisa

EL MUNDO 03/10/14
SANTIAGO GONZÁLEZ

La sonrisa está muy sobrevalorada. Ya tuvimos un presidente que sabía sonreír. Un día, en un mitin andaluz, una joven le gritó: «José Luis, tienes que sonreír más, que tienes una sonrisa muy bonita». El candidato se acercó a ella y le pidió el teléfono. Un tiempo después, cuando ya era presidente, la llamó, pero no con propósitos normales, sino para ofrecerle una Ministeria. Era Bibiana Aído y ambos sobrepasaron largamente su nivel de incompetencia.

Pedro Sánchez, camisa blanca de mi esperanza, tiene también una sonrisa muy bonita. Vaya por delante que era el mejor de los tres candidatos a la Secretaría General, pero no sé yo si tiene conceptos muy claros. Fíjense en este enunciado suyo de ayer, en desayuno de trabajo: «Haré que las víctimas de terrorismo machista sean también reconocidas con funerales de Estado, con la presencia del Gobierno y del presidente del Gobierno en el momento en el que se produzcan esos asesinatos viles».

Impresionante: en una sola frase tres errores. Evidentemente, la hipotética presencia del Gobierno y su presidente en un funeral nunca se produciría «en el momento en que se produzcan esos asesinatos», sino forzosamente después. Por mucha prisa que se dé, cada tiempo tiene su afán, lo dice el Eclesiastés. Pero vayamos a lo conceptual. Sánchez desconoce el sentido de los funerales de Estado. No son para honrar a víctimas de crímenes execrables y dar ocasión a los gobernantes buenos de mostrar su compasión socialdemócrata, sino para honrar a servidores del Estado que han perdido la vida en su defensa. En tercer lugar, es bastante impresionante que un hombre que aspira a gobernar un país en el que tanto ha matado el terrorismo desconozca lo más elemental de su naturaleza.

Verá, mi admirado señor Sánchez, el rasgo más característico del terrorista es que él no tiene nada personal contra sus víctimas; derrama lo que Juan Aranzadi llamaba justamente «sangre simbólica» en un gran artículo sobre el tema. Mata al policía por el uniforme que lleva, al juez por su toga y a civiles cualesquiera para demostrar su posición. Paul Wilkinson, un gran experto, definía el fenómeno en su libro Terrorismo político como «el uso sistemático del asesinato, el daño y la destrucción o la amenaza de ellos, para crear un clima de terror, a fin de dar publicidad a una causa y de intimidar a un sector más amplio para que satisfaga los objetivos de los terroristas». El asesino maltratador, por el contrario, quiere venganza contra una mujer muy concreta, la suya. No quiere escarmentar a ninguna otra, señor Sánchez. Si me permite la expresión, el resto de las mujeres se la suda. Le convendría leer al citado Wilkinson, a WalterLaqueur y, si no tiene tiempo para lecturas que puedan parecerle áridas, a Sánchez Ferlosio, que escribió un magnífico tríptico, Notas sobre el terrorismo, en El País, entre marzo y abril de 1980.

Definamos el problema con alguna precisión. Y luego ya reclamemos funerales de Estado, que serán mano de santo si son federales. Y, a ser posible, laicos.