Los políticos suelen frecuentar las sorpresas. Como ese giro inesperado en los cuentos de Maupassant, o el fogonazo súbito en los escritos de Rodrigo Cortés. Se reservan una baza ganadora, una carta mágica, como Daniel Craig en Casino Royale, el mejor filme de Bond. Así González Pons, en su tedioso desafío con Bolaños para renovar las sillas del CGPJ, recurrió a una hábil triquiñuela al final de la sentada. Deslizó de rondón el nombre de José María Macías para ocupar la plaza vacante en el Constitucional. Al ministro de Justicia se le encogieron al unísono los cinco músculos de las ingles y se le puso cara de bayeta estrujada y se hizo cruces en el mingitorio. ¿Has dicho Macías? ¡Nooooo! ¡Detente, Satanás!.
La inesperada propuesta estuvo a punto de dinamitar el muy trasegado pacto de los jueces. La plaza de magistrado del TC por la cuota del PP en el Senado estaba pendiente de renovar desde hace dos años, cuando Alfredo Montoya renunció por motivos de salud. Enfrascados en Ginebra, ante la implacable mirada de la vicepresidenta Jourova, en un ten con ten interminable entre Pons y Bolaños, la aparición del nombre de Macías en el trámite del mercadeo, cuando ya casi todo estaba resuelto, fue un golpe bajo, dicen en el PSOE, o una jugada maestra, apuntan desde el PP. Ya no había marcha atrás. Moncloa tenía que tragar. El informe de la UE sobre la salud democrática de España, víctima de seis años de sanchismo, se va a publicar la semana próxima. Sin la entente sobre la maldita renovación del CGPJ habría una severa regañina europea al Gobierno español. Una trompada de las que resuenan hasta Hungría. O Rumanía.
La ceremonia de los parabienes, firma del documento, foto con la comisaria checa y mensajes de enorme satisfacción, el principio de una gran amistad y todo eso. Diez y diez
El triministro, muy a su pesar, se la embauló. Sánchez, en horas bajas desde el tropezón de las elecciones a la Eurocámara, evitó volver al atasco. Se tragó su ultimátum fake de dos semanas atrás. «El día de la marmota ha durado demasiado, dos mil días, más de cinco años. Se acabó. Si el PP no desbloquea, daremos una solución». No hacía falta ponerse estupendo. El acuerdo ya casi estaba cerrado. Sólo faltaba la liturgia de Bruselas. La ceremonia de los parabienes, firma del documento, foto con la comisaria checa y mensajes de enorme satisfacción, el principio de una gran amistad y todo eso. Diez para ti y diez para mi. Reparto equitativo de sillas en el gobierno de los jueces y todos contentos. ¿Todos?
El Gobierno, muy a su pesar, se tragó el sapo de Macías. Hasta ahora era la ‘bestia negra’ inasumible para ocupar plaza en el Tribunal de garantías, convertido ya en el cortijo sandungo de Pumpido, en la instancia trituradora de las sentencias del Supremo, en la servil herramienta para consumar las despóticas arbitrariedades del reverenciado caudillo. José María Macías (Barcelona 1964), jurista de irreprochable trayectoria, magistrado, perteneciente a la Carrera Judicial desde el año 1990, director general de Asuntos Contenciosos de la Generalitat de Cataluña en los años 2002 y 2003, profesor universitario y vocal del CGPJ desde 2015, exhibe un perfil nada acomodaticio, beligerante y poco dado a incurrir en el silencio culposo.
Sus frecuentes declaraciones a los medios le han hecho valedor al título de ‘el azote de la amnistía‘, ley contra la que se ha pronunciado en foros e intervenciones con palabra justa y fondo firme, muy lejos de las actitudes paniaguadas de algunos de sus compañeros togados, empachados de melindres y ansias de ascensos. «No es constitucional», «es de aprobación imposible», «degrada la función judicial y el Estado de derecho», «nada espero del TC para frenar la ley». A calzón quitado y sin anestesia. La otra noche estuvo en lo de Dieter, con Esmeralda Ruiz. Se mostró prudente como una teresiana y templado como un refresco en un chiringuito de de playa.
Su designación, en el tiempo de descuento del partido, ha incendiado a la prensa del movimiento. En una respuesta ofuscada y algo atrabiliaria, se recordaba en los medios orgánicos su trayectoria combativa con la últimas medidas del sanchismo, y lo han adornado con epítetos gloriosos como ‘ultraderechista’, «ariete contra el gobierno de coalición del progreso«, «exorbitado nacionalista español» y demás ásperas variaciones, malsonantes y huecas como los cerebelos de sus autores. Tan excesivas que rozaban lo ditirámbico. Todo exceso en la crítica deviene en encomiástico elogio.
Once años por delante
El juego de equilibrios en las sillas del TC pasa ahora a 7-5, siempre a favor de la izquierda. Nada que deba preocupar a Pumpido ni a su jefe superior, pero, quién sabe. En votaciones decisivas a veces suceden bajas por indisposición, problemas familiares, cambios de criterio por un ataque repentino de exigencia ética… El mundo de las puñetas es imprevisible. Macías, para espanto de algunos de sus pares, podrá disfrutar de ese sillón once años, los tres que le quedan hasta el relevo de 2026 y los nueve correspondientes tras esa renovación.
Hay dos cosas que le han salido bien a Feijóo en este cambalache de cambios en la cúpula del poder judicial. El reparto de diez y diez, que parecía imposible hace tres semanas, con los nombres adecuados y sin intemperancias malignas, y los retoques al estatuto fiscal para que no se repita la vergüenza del caso de Dolores Delgado. Además de, por supuesto, la irrupción del incontenible Macías en este tabladillo de las togas, tan manoseado y ofendido como el juego de naipes de un tahúr.
¿Será esta la última vez que los políticos designen a los miembros de la mesa del poder de los jueces? Esa es la idea, pero bueno, eso ya, quizás en el próximo cuento.