- La democracia censitaria, no ya por sexo o renta, como antaño, sino por nivel educativo, sería una catástrofe. Si en España solo votaran, por ejemplo, los poseedores de un doctorado, esto sería un infierno aún peor que el de ahora, que ya es decir
No hay tiempo para todo, hay que priorizar. Compruebo que, a medida que uno desciende en los diarios —lo de pasar página es de otros tiempos—, todo se llena de personajes que ni conozco ni quiero conocer. Se les supone algún atractivo, no tanto a ellos como al lugar donde veranean y con quién. El tenor de los titulares en las bajuras de los diarios basta para comprender que son gentes sin interés, sin obra, sin ideas, sin discurso, sin nada. Creo que un día la telebasura saltó a otros medios, librándose de la suciedad, por alguna razón, la radio. También unos poquísimos diarios como este. La renuncia de un medio digital, o de la versión digital de un medio de papel, a manchar al lector con superficialidades idiotizantes no es poca cosa. Están desdeñando los clics que una masa embobada les procuraría. Es meritorio retar a los lectores con contenidos que exigen y merecen atención.
La tropa de desconocidos ensalzados, pese a no tener nada que decir, goza de una inexplicable popularidad (o algo así). Al carecer de atributos, son esbozos humanos. Su título para intentar robar un espacio de nuestro tiempo (y a menudo lograrlo) consiste en ser parientes de personajes que en su día aportaron algún valor, quizá todavía lo aporten. Parientes de músicos o de actores. Y solo de escritores en el caso de que tengan un premio Nobel. Queda Vargas Llosa, español de Perú, y ya. Supongo que a los habitantes de ese círculo del infierno los dotarán de un interés espurio, normalmente malévolo. Se exigirá capacidad para flotar en habladurías o para aguantar impasibles la humillación pública. Esta era la especialidad de aquel prescriptor político —Jorge Javier se llamaba, ¿no?—, que combinaba la grosería y el maltrato a los invitados (más bien invitadas) con la promoción de Pedro Sánchez cuando se acercaban elecciones. El autócrata llamaba al programa en directo y subía en las encuestas.
Entiendo que este fenómeno, demostrable, haya hecho dudar a muchos de la democracia, en concreto del hecho de que todos los votos valgan lo mismo (que en realidad no es así, aunque debería). Pero se trata de una mala comprensión de un fenómeno casi mágico. La democracia censitaria, no ya por sexo o renta, como antaño, sino por nivel educativo, sería una catástrofe. Si en España solo votaran, por ejemplo, los poseedores de un doctorado, esto sería un infierno aún peor que el de ahora, que ya es decir. El fenómeno mágico es que cuando los votos se cuentan por millones, la resultante suele acercarse a lo razonable. No es que siempre ocurra de este modo, pero en la serie histórica la cantidad aporta calidad, por raro que parezca. Vengo eludiendo todo lo relativo a un asesino descuartizador sito en Tailandia. No quiero saber por qué existe una demanda de noticias sobre él, ni mucho menos la razón de que suscite alguna simpatía o empatía. Uno tiene que priorizar, y esas cosas manchan.