Juan Francisco Ferré-El Correo
- Con Sánchez no fracasa solo una gestión execrable del país. Es la catadura de una casta política mediocre y degradada la que está quedando en evidencia
Que vivimos en la sociedad del espectáculo ya lo sabíamos, a nuestro pesar. Que el espectáculo iba a degradarse hasta niveles de infamia y abyección tan desoladores, pocos lo sospechaban. Ni siquiera Guy Debord, creador del concepto y la teoría que lo explicaba, sería capaz de imaginar que la fusión de la mafia con los asuntos públicos alcanzaría tal grado de obscenidad y desvergüenza, jugando con las dos últimas sílabas de la palabra espectáculo.
Ya quisiera Sánchez que un guardia civil pretendiera ponerle una bomba a su coche oficial, o atacar con misiles supersónicos su juguete favorito, el Falcon presidencial. Ya quisiera Sánchez, sí, que un sicario del planeta facha tramara un atentado contra su vida. Ya quisiera él, y sus secuaces más mendaces, exhibirse como víctima de la conspiración policial, las maniobras judiciales y la persecución periodística. Sería todo mucho más fácil. Y ya quisiera yo, por supuesto, poder juzgarlo solo en razón del incumplimiento de su programa ideológico y no por el progresivo hundimiento en las simas de la corrupción, la falsedad y el autoritarismo.
El espectáculo es deplorable. Los «matones» de Sánchez son una parada de los monstruos que ni la oposición, en su infinita torpeza, sería capaz de superar. El escuadrón suicida, en comparación, era una tropa de filántropos. Con Sánchez no fracasa solo una gestión execrable del país. Es la catadura de una casta política mediocre y degradada la que está quedando en evidencia. El síndrome era visible desde hace años, en ambos partidos, pero roza ahora niveles pornográficos. Es un cáncer del sistema con múltiples metástasis. El régimen partitocrático es la causa y el descaro insultante de sus actores mediáticos la secuela. Esa grosería insolente, esa ordinariez rampante, esa ignorancia triunfante, en sus ideas, gestos y discursos, no son banales. Son signos de la degeneración educativa y cultural de la sociedad española.
Ya sé que ni la cultura ni la educación podrían salvarnos de la barbarie de ciertos programas de la televisión privada y ahora de la pública, otro éxito sanchista. Nada, por lo visto, nos puede salvar de la podredumbre, la basura, el excremento y la mugre del espectáculo nuestro de cada día. Y así seguimos, instalados tan a gusto entre la picaresca y el esperpento. No hay consuelo más tonificante, para el espíritu de los descontentos, que sumergirse con sentido crítico en la obra del gran Debord. Ya que no podemos transformar el mundo, conformémonos con entenderlo.