IGNACIO CAMACHO-ABC
- Mejor no significa siempre más grande. La competencia y la libertad de elección importan en las sociedades liberales
Llámenme desfasado pero echo de menos los bancos pequeños. Aquellas entidades de origen regional o familiar que trabajaban el ‘retail’ sobre el terreno, desde la cercanía al tejido social de autónomos, ‘pymes’, profesionales y comercios. Incluso las malaventuradas cajas de ahorro, que fueron una buena idea antes de que la injerencia de políticos incompetentes arruinara el modelo. O quizá lo que añoro es sólo una banca humana, respetuosa, capaz de escuchar los problemas del cliente en vez de atosigarlo con ofertas de productos financieros tan complejos que las autoridades obligan al comprador a firmar su conocimiento del riesgo. Una banca donde al menos parezca que importan las personas, además del dinero.
Por eso quizá no sea mala noticia que el Sabadell se haya resistido –por ahora– a la compra planteada por el BBVA, aunque quizá todo se reduzca a una cuestión de precio. La lógica del sector aconseja, casi impone, fusiones desde la crisis de la pasada década en el entendimiento de que se necesitan corporaciones de gran tamaño y consistencia para dotar de estabilidad al sistema. Pero incluso desde el prisma macroeconómico hay argumentos para el debate en esta materia porque las consecuencias de un eventual desplome –y sabemos por los precedentes que siempre existe un margen razonable de contingencia– pueden resultar también sistémicas. Algo tan sencillo como aquello de los huevos en una sola cesta.
En una democracia de consumidores, mejor no significa siempre más grande. La diversidad de oferta y la consiguiente libertad de elección también cuentan en el mercado de capitales, y desde el punto de vista del usuario parece esencial comparar y evaluar condiciones para escoger las más favorables. En este sentido, la subsistencia de entidades medianas complementa la de los gigantes y ofrece el margen de competencia –aunque cada vez más reducido– imprescindible en las sociedades liberales. Los directivos y accionistas del Sabadell sabrán por qué han rechazado la oferta; quizá sólo se trate de una estrategia para obtener más plusvalías finales. Pero su decisión contiene lecciones relevantes en un proceso de concentraciones de alcance aparentemente imparable.
La revolución tecnológica ha cambiado la relación con los bancos. Mucha gente, sobre todo la de más edad y más dificultades en el manejo telemático, encuentra serios inconvenientes a la reducción, a veces desaparición, de sucursales en sus barrios. En la España rural hay pueblos sin un mísero cajero automático, y en la urbana crece la queja por la creciente deshumanización del trato. En este sentido, la progresiva centralización está marginando a numerosos grupos de ciudadanos que se sienten desplazados en la prestación de un servicio ordinario. Esa inquietud no la va a calmar una absorción frustrada, pero algo es algo. Aunque sólo sea una oficina abierta unas cuantas calles más abajo.