EL MUNDO 22/01/15
VICTORIA PREGO
Si hay un momento inoportuno para que un partido se enzarce en peleas internas de gran calado, ese es el momento que precede a unas elecciones porque es entonces cuando se necesita toda la fuerza y la cohesión interna para salir a luchar frente a los adversarios por la victoria.
Y en ese momento estamos, en términos además superlativos, porque este año que acaba de empezar está cuajado de convocatorias electorales, en todas las cuales el Partido Socialista se juega algo decisivo, que se ganó al comienzo de la democracia pero que está en riesgo de perder precisamente ahora: el liderazgo de la izquierda española. Pero no es eso lo único que se juega el partido de Pedro Sánchez en las distintas elecciones que nos esperan. Se juega también el poder en los ayuntamientos y en las comunidades, se juega el perder o conservar un papel medio relevante en Cataluña y se juega el ser un partido con opciones de gobierno en España. Porque, de todas estas elecciones, sólo en las previsibles autonómicas andaluzas sale el PSOE a la batalla con la perspectiva cierta de ganar. En el resto de los comicios el panorama que se le ofrece hoy es muy dudoso y, en algunos casos, tenebroso.
En estas condiciones, los socialistas se equivocan al hacer algo insólito: retirarle, de una manera tan manifiesta que sonroja, el apoyo a quien ellos mismos eligieron como su líder hace apenas seis meses. Pero eso es exactamente lo que están haciendo, con una cadencia creciente de desaires que alcanzan la categoría de humillación al líder.
Quizá haya quienes consideran que su partido está aún a tiempo de volver a empezar y creen que todavía tienen margen para pensar en cambiar de caballo en mitad de la carrera autonómica y municipal que ya ha empezado. O quizá lo que esperan es que el PSOE sufra un batacazo sin paliativos en esta primera convocatoria del año y así acumular motivos para remover a su secretario general. Desde luego, están haciendo todo lo que está en sus manos para que el tal batacazo deje de ser una hipótesis y la noche del 24 de mayo pase a convertirse en una apabullante realidad. Y la responsabilidad de estos cálculos disparatados y de estas estrategias suicidas no está en las bases del partido sino en sus cuadros y en algunos de sus más destacados dirigentes.
Pero si alguno en el PSOE piensa que este partido, ahora debilitado y en busca de su lugar en el escenario político nacional, va a salir fortalecido tras pasar por una nueva batalla por el liderazgo, se equivoca por completo. Ya no hay tiempo para los socialistas más que para cerrar sus filas, apoyar a su secretario general y ayudarle a que encuentre el discurso y el tono que eviten el desastre que les espera si continúan deshojando la margarita mientras la tormenta estalla sobre sus cabezas. Haberlo pensado antes.