Miquel Escudero-El Correo
Me escabullo de todo seguimiento político al distinguir sectarismo: si no es fanatismo son malas artes al servicio de intereses que se disfrazan con frases hechas; manipular es una absoluta falta de respeto. Rehúyo enseguida a quienes representan en su teatro escénico la vida humana como una batalla interminable entre ‘buenos’ y ‘malos’. A aquellos, ‘los nuestros’, les aceptan todo lo que digan o hagan. A estos, ‘los otros’, les niegan todo y les procuran todo el desprecio, todo el daño posible. Pero todo admite colores.
Las diferencias de opinión se han de debatir de forma colorida y de igual a igual; no de forma maniquea y entregados a hacer ruido y más ruido. Se trata de buscar lo mejor y no actuar como robots, se trata de saber dudar y someterse a preguntas por incómodas que sean. Quien quiera romper las cadenas de la ignorancia necesita el método científico, enseña a tomar decisiones. Y, según el físico iraquí Al-Khalili, «preguntarnos si al mirar alrededor vemos el cuadro completo y cómo podríamos averiguar algo más».
¿Importa que los políticos tengan formación científica? No, pues ser científico no asegura estar libre de sesgos cognitivos; los hay de confirmación (errores sistemáticos a favor de lo que se defiende) y también de correspondencia (errores por sobrevalorar a ‘los nuestros’ y atribuir de inmediato defectos a ‘los otros’). Sí que interesa que los representantes políticos no pretendan ‘ser de los buenos’, sino ‘hacer las cosas lo mejor posible’; que no es lo mismo. Con respeto a la realidad, sin fingir superioridades de ningún tipo y mostrando la mejor disposición, aunque no se gane. ¿Aunque no se tenga éxito?