Cuando dentro de un tiempo se analicen los años de mandato de Pedro Sánchez como hoy se estudian los de Fernando VII, y los estudiosos de su figura describan su modus operandi, se hablará sin duda alguna de la decapitación de la directora del CNI, Paz Esteban, como arquetipo de decisión sanchista por antonomasia.
Es evidente que el presidente del Gobierno hubiera preferido que fuera la propia Paz Esteban la que le ofreciera su cabeza en una bandeja.
Es evidente también que Sánchez habría preferido que fuera ella, en primera persona o por boca de Margarita Robles, la que diera públicamente las explicaciones del porqué de su dimisión. Sabe Sánchez que una servidora del Estado como Esteban jamás osaría escenificar su disgusto o cantar la traviata frente a la prensa. Y eso, por más razones que tuviera la exdirectora del CNI para ello.
Pero el plan B de Sánchez, el cese fulminante, tampoco es mala opción para él. Porque así podrá ahora esgrimir dos argumentos distintos en función de cuál sea su auditorio.
Frente a las críticas de los partidos constitucionalistas, dirá que el cese se produjo por los fallos de seguridad que permitieron que los móviles del presidente y de otros ministros fueran espiados por una potencia extranjera.
Frente a los nacionalistas, dirá que el cese de Paz Esteban se produjo porque esta se extralimitó en sus funciones y decidió espiar, por su cuenta y riesgo, y con el beneplácito de un Poder Judicial que como cualquier progresista español sabe no es más que el brazo jurídico del neofranquismo, a algunos independentistas cuyo único pecado era amenazar a diario con dar un nuevo golpe de Estado, sabotear con regularidad suiza algunas de las principales infraestructuras del país y buscar para ello la financiación y el apoyo político de la Rusia de Vladímir Putin. Pecadillos menores en el paradigma Frankenstein.
Por supuesto, tanto Sánchez como ERC y el resto de partidos independentistas saben que el relato es flagrantemente falso. Pero ERC no necesita razones, sino justificaciones que esgrimir frente a aquellos nostálgicos del golpe del 2017 que, como Carles Puigdemont, les exigen que rompan ya con el PSOE.
Y es que ahora, con la cabeza de una pieza de caza mayor como Paz Esteban entre sus manos, Pere Aragonès ya podrá defender frente a los suyos que el independentismo ha logrado descabezar el CNI. El dragón que, en su imaginario, habita en las cloacas del Estado.
Lo excepcionalmente grave es que, a diferencia del relato de Sánchez, este último, el de Aragonès, es verdadero. Y eso lo han reconocido ya en privado algunos de los ministros de este Gobierno: el cese de Esteban no ha tenido nada que ver con el espionaje marroquí al presidente y sus ministros, sino con las presiones de los independentistas y, secundariamente, de Podemos.
El objetivo de estos era Robles, pero el «ni pa’ti ni pa’mí» ha acabado con la directora del CNI en el cadalso, los servicios secretos humillados por el principal enemigo de la democracia constitucional (el nacionalismo) y la convicción de que cuando Alberto Núñez Feijóo llegue a la presidencia en 2024 su principal labor no será la de encarrilar de nuevo la economía española en el ancho de vía europeo, como suele hacer el PP cuando llega al poder tras un Gobierno del PSOE, sino la de reconstruir el Estado.
Ahora, en cualquier caso, se entiende mejor la decisión de hacer público el espionaje de los móviles del presidente la semana pasada. El desprestigio nacional e internacional de España y el socavamiento de una de sus instituciones clave no fue más que el precio que Sánchez decidió pagar para justificar el sacrificio de Esteban. Es decir, para mantenerse en el poder hasta el próximo escándalo.
El fin de la batalla entre ministros en el seno del Gobierno de esta última semana deja un resultado agridulce para Margarita Robles.
Por el lado agrio, la destitución de una funcionaria de su confianza que se ha comportado a lo largo de 40 años de carrera de forma estrictamente profesional y de acuerdo a derecho.
Por el lado dulce, el premio de consolación del nombramiento como nueva directora del CNI de Esperanza Casteleiro, su número dos y actual secretaria de Estado de Defensa. Menos da una piedra.
«No es una destitución, es una sustitución» ha dicho Margarita Robles durante una comparecencia rocambolesca que, con total seguridad, preferiría haberse ahorrado. Como decía alguien ingenioso en Twitter, «no es una destitución, es una sustitución en forma de simulación en diferido».
La decisión de guillotinar a Esteban se suma al cese del coronel Diego Pérez de los Cobos (por negarse a cumplir una orden ilegal) y al de Edmundo Bal (que se negó a aguar la calificación de los delitos cometidos por los líderes del golpe de Estado catalanista de 2017). Se suma también a decenas de otras decisiones estratégicas, arquetípicamente sanchistas, cuyo único nexo común es lo pírrico de la victoria a la que conducen.
Porque Sánchez sacrifica sistemáticamente patrimonio institucional de enorme calado a cambio de minúsculos beneficios coyunturales. Ese es el modus operandi sanchista al que hacía referencia en el primer párrafo de este texto. El viejo après moi le déluge de Luis XV.
Así también resisto yo.