VICENTE VALLÉS-EL CONFIDENCIAL

  • España está en permanente cuestión, pero no es tan habitual que se reúnan en un mismo momento todas las crisis posibles y con tan alto grado de intensidad
Algunos expertos en materia de construcción dicen —y quizá lo digan en serio—, que los edificios tienden a no caerse. Es tranquilizador que así sea, porque lo contrario resultaría alarmante. Podría ocurrir que la arquitectura de nuestro Estado tienda también a sostenerse en pie, pero está siendo sometida a fuertes tensiones sísmicas y es visible la fatiga de sus materiales. España está en permanente cuestión.

No es un problema nuevo y no se trata, por tanto, de una circunstancia sino de una categoría. Sin embargo, no es tan habitual que se reúnan en un mismo momento todas las crisis posibles y con tan alto grado de intensidad. A la calamidad sanitaria se une la calamidad económica. Y ambas coinciden con la ofensiva independentista —con sus altibajos—, con el ataque en todos los frentes contra la monarquía parlamentaria y con el deseo de algunos de acabar con el propio sistema en términos generales. Y buena parte de esos ataques proceden del Consejo de Ministros.

El presidente Zapatero demostró ser un virtuoso en el manejo de la llamada «geometría variable». Cuando quería satisfacer sus instintos izquierdistas pactaba con Izquierda Unida y con los partidos nacionalistas o independentistas que quisieran sumarse. Pero cuando se trató de una cuestión de Estado y había que salvar al país de la catástrofe económica, se unió con el PP de Rajoy para modificar en veinticuatro horas el artículo 135 de la Constitución, en el intento de asegurar la estabilidad presupuestaria y dejar satisfechos a los mercados financieros y a Bruselas.

Pedro Sánchez ha optado por seguir la estela de Zapatero, pero apretando las tuercas de la geometría variable hasta superar lindes que ningún otro líder socialista quiso nunca traspasar: elevar al Gobierno de la nación al populismo de extrema izquierda y pactar la supervivencia de la legislatura incluso con Esquerra y con EH Bildu. Una vez lograda esa aparente estabilidad, Sánchez izquierdea con Podemos y con el sector más radical del Parlamento. Pero cuando en el horizonte aparece una cuestión de Estado, cuando existe la amenaza de que el sistema pueda tambalearse, el presidente busca otros aliados.

En Moncloa consienten que Podemos juguetee con la idea de poner en jaque al Rey, tomando a Felipe VI como rehén de Juan Carlos I. A la espera de que los tribunales decidan si el emérito es imputable y, en su caso, por qué, los fieles socios de Pedro Sánchez han intentado conformar en el Congreso una comisión para hacer su propia investigación. No lo han conseguido porque Sánchez siempre se deja acompañar por Frankenstein, pero solo hasta que llega al borde del precipicio. Una vez allí se coge de la mano del PP, y hasta de Vox, para no caer en un ejercicio de geometría variable de máximo riesgo. Una temeridad más.

La derecha y la extrema derecha populista han salvado al presidente de sí mismo en las reuniones de la Mesa del Congreso en las que se tenía que autorizar esa investigación. Y en los próximos días se debatirá de nuevo esa posibilidad, porque Podemos, ERC y Bildu presumen de ser persistentes en sus criterios. Si en este caso se pusiera en marcha la maquinaria propagandística y de redes sociales que la izquierda populista gestiona con tanta maestría, ya se habría bautizado a este revoltijo político compuesto por PSOE, PP y Vox como el triborbónico o como un trío de Colón monárquico virtual.

Pero en las cercanías del despacho presidencial están convencidos de que podrán manejar a sus socios, a los que la vicepresidenta Carmen Calvo ha intentado bajar los humos describiendo a Podemos como «el cuarto grupo parlamentario de la Cámara». A esos efectos, Sánchez es como un aficionado al juego que está seguro de que controla su hábito de apostar, incluso cuando ya ha tenido que pedir un primer préstamo para seguir arriesgando su dinero en la ruleta porque la cuenta bancaria empieza a vaciarse.

Es poco probable que prosperen los intentos de Podemos, Esquerra y EH Bildu por enfrentar al poder legislativo con la Corona. Pero sí provocan un debate persistente y un continuo sobresalto político, mediático y social que es, en definitiva, el verdadero objetivo de tales propuestas, además de hacer que afloren las contradicciones del PSOE.

Tratando de buscarle al gato los tres pies que pudiera tener —según asegura la conocida expresión— se podría hacer un ejercicio puramente especulativo. Es solo política ficción, pero resultaría interesante saber qué pasaría si PP y Vox decidieran abstenerse en una de esas votaciones que los coaligados y socios del PSOE fuerzan periódicamente en la Mesa del Congreso. Dejarían al PSOE desnudo ante el espejo, viéndose en la difícil tesitura de resolver sin apoyo alguno un problema de Estado: defender la supervivencia de la Corona y de la monarquía parlamentaria en solitario y frente a quienes las sostienen en el poder. Tal cosa no ocurrirá, pero la idea es sugerente.