PEDRO G. CUARTANGO – EL MUNDO – 18/03/17
· Más de 40 años después de la muerte del dictador, el Ayuntamiento de Madrid ha decidido cambiar la denominación de 47 calles franquistas. Lástima que se haya tardado tanto tiempo en quitar el nombre de algunos generales afectos al Movimiento Nacional que todavía quedan en el callejero. Pero el gesto llega tarde, resulta inútil y sólo es una cortina de humo para distraer de los verdaderos problemas de la capital.
Hay un viejo refrán castellano que dice «a moro muerto, gran lanzada». Esto es lo que ha hecho el Ayuntamiento que se ha escudado en la Ley de Memoria Histórica para tomar una medida que carece de sentido porque la gran mayoría de esos nombres que se quiere borrar ha pasado al olvido más absoluto.
Nadie sabe ya quiénes eran los hermanos García Noblejas, Eduardo Aunós, García Escámez o Emilio Jiménez Millas. Pero el caso más surrealista es el cambio de nombre de la calle Romero Basart porque había dos militares que tenían los mismos apellidos porque eran hermanos. Uno fue general de la Guardia Civil y defensor de El Alcázar de Toledo y el otro, jefe de la aviación republicana. Si le quitan la calle al primero, nuestros ediles podrían haber mantenido el nombre para homenajear al segundo, que estuvo en la cárcel tras el final de la Guerra Civil.
Creo que la decisión de Manuela Carmena llega con cuatro décadas de retraso, aunque algunos argumentarán que Podemos no gobernaba en aquella época y que Pablo Iglesias no había nacido todavía. Pero hay que recordar que durante la Transición se cambiaron los nombres de las calles y se eliminaron las referencias al general Franco y a José Antonio, el fundador de la Falange, decisiones que eran sensatas, justificadas y motivadas por la necesidad de reconciliación que existía entonces.
Hoy, casi ocho décadas después del final de aquella sangrienta y cruel contienda entre españoles, es un acto inútil y meramente propagandístico cambiar los nombres a esas 47 calles, por muy justificado que esté en algunos casos.
La historia no debería ser utilizada para dividir a los ciudadanos y menos como un arma arrojadiza para ofender a los descendientes de aquellos militares y dirigentes del franquismo que difícilmente pueden comprender que ahora se adopte una medida de esta naturaleza. Muchos de los nombres con los que se van a rebautizar esas calles corresponden a personas honorables, injustamente olvidadas y merecedoras de un reconocimiento social. Pero eso era fácil de arreglar sin caer en el revanchismo. Hubiera bastado dignificar su memoria con las calles que se abren en los nuevos barrios o dando su nombre a lugares cuya denominación se puede cambiar porque carece de significado.
El afán de los regidores del Ayuntamiento de Madrid es reafirmar su ideología y hacer un guiño a su clientela electoral, que aplaudirá la medida como un signo de progresismo y equidad.
No lo es. Por el contrario, la iniciativa refleja un inquietante sectarismo y una falta de generosidad y respeto a quienes no comulgan con sus ideas.
Creo que lo que tenemos que hacer es olvidar los rencores del pasado y dejar la interpretación de la historia a los historiadores. Mi abuelo estuvo a punto ser fusilado por un pelotón de falangistas, pero hoy yo soy el único que lo sabe porque él me lo contó antes de morir. Sacar a colación estos asuntos para dividir a los ciudadanos entre buenos y malos es una mezquindad. Por respeto precisamente a la memoria histórica, a lo que sucedió de verdad, lo mejor es sencillamente perdonar y renunciar a cualquier revisionismo porque el horror carece de bando.
PEDRO G. CUARTANGO – EL MUNDO – 18/03/17