La teología de la destrucción

ABC 08/08/15
IGNACIO CAMACHO

· En el delirio fundamentalista, los perturbados de la yihad sueñan con el arma nuclear como el nuevo alfanje del Profeta

TAL vez la estupidez humana no sea, como temía Einstein, tan infinita como el universo; al menos a partir de Hiroshima sabemos que tiene un límite. Nadie ha sido capaz de pulsar desde entonces el botón que activaría el holocausto planetario, lo cual apunta a un mínimo sentido de autoconservación que al menos ha funcionado un palmo antes del punto de fusión de alguna crisis. El sobrecogedor rearme de las guerras frías generó una suerte de ciencia de la disuasión basada en el hobbesiano temor mutuo a la condición lobuna de la especie. Setenta años después esta es sin embargo la hora en que no conviene permanecer demasiado confiados en nuestra general cordura. Porque incluso en la dominante teología de la seguridad hay siempre un factor desequilibrado que amenaza con levantar una nueva herejía: la teología de la destrucción.

La suerte de la Humanidad en el siglo XX fue que el arma atómica la construyó primero una potencia democrática. En poder de un Hitler acorralado es probable que la Historia hubiera dejado de escribirse. Esa primacía permitió un equilibrio disuasorio, capaz de abrir atisbos de razón incluso en los momentos, como aquel de los trece días cubanos, de apariencia más desquiciada. El telón de acero cayó de forma sorpresiva a martillazos de cristal y hasta el trastornado orate de Corea parece recobrar un punto de discernimiento cuanto contempla el abismo del apocalipsis. Pero existe un peligro cierto en la contemporaneidad, y se llama fundamentalismo islámico. En manos de los perturbados de la yihad la bomba nuclear no sería un escudo de protección, sino la nueva forma del alfanje del Profeta.

La prioridad del mundo moderno ha de ser, pues, la de mantener esas manos lejos del cuadro de mandos que abre la caja de Pandora, ya que las naciones libres carecen de determinación para enfrentarse en términos convencionales a su verdadero enemigo. Aunque la interpretación buenista de la cultura de la paz haya desenfocado la estrategia de la defensa, la preservación de esa frontera constituye una ultimaratio, un imperativo categórico. Hasta los servicios de información más desorientados saben que el islamismo busca en el mercado negro los materiales para una bomba sucia con la que incrementar su fuerza intimidatoria. Si la llegasen a fabricar estaríamos ante la plasmación de una pesadilla de ficción fílmica, la materialización de una siniestra quimera de proporciones cósmicas.

En el Parque de la Paz de Nagasaki, la soledad de las estatuas y la ausencia de pájaros inspiran el silencio existencial de un karma aciago. Siete décadas más tarde del día de las cenizas, la pedagogía de la memoria se enfrenta al fenómeno de la caducidad vital, a la transmisión de una experiencia cuya eficacia tiene una duración contrastada de tres generaciones. A partir de ahí se afloja como factor de aprendizaje. Y estamos a punto de entrar en la cuarta.