EL MUNDO – 15/07/15 – CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO
· Las encuestas que apuntan a una caída del independentismo en Cataluña son siempre bien recibidas en Madrid. Quiero decir, en el Gobierno.
Suponen la constatación de la teoría del suflé, según la cual a los independentistas hay que dejarles a su bola porque, al final, la gente se acaba cansando de las manifestaciones y de poner estelades en los balcones.
Creer que el problema de Cataluña se ha acabado o está en camino de solucionarse por sí solo es una prueba de ceguera política, o bien de un rajoyismo exacerbado.
El acuerdo alcanzado el pasado lunes para la presentación de una lista única independentista a las elecciones del 27-S es la demostración de que la cuestión catalana, que puede tener sus flujos y reflujos, no es agua pasada, sino todo lo contrario.
· La batalla política con la que se enfrenta el Gobierno de España no puede ser minusvalorada.
Los comicios se plantean no sólo como un plebiscito, sino como la estación de partida de la independencia, cuyo término sería una declaración unilateral de escisión en la primavera de 2017, constitución catalana mediante.
Artur Mas, al que algunos ya veían como relaciones públicas de un hotel de la costa, ha logrado un éxito político innegable al conseguir que ERC acepte que en la exclusiva «lista civil» por la que apostaba se cuelen también algunos profesionales, como él mismo, que para eso ha hundido a su partido.
Mas, en efecto, ha destruido a CiU, pero a cambio ha logrado que sus contrincantes en la liga independentista le den el título de «presidente de la independencia». El consenso catalán ahora –con el que comulgan destacados empresarios– es que el líder de Convergència es «el mal menor». Y eso le salva.
El president acepta no ser el cabeza de lista, puesto que se reserva para una persona relevante de la sociedad civil, aunque esté lastrada por su pasado político. Para el cargo, CDC apuesta por Joan Rigol, ex dirigente de Unió y ex presidente del Parlament, que cuenta entre sus títulos con un doctorado en Teología. Los republicanos de ERC le consideran demasiado aficionado a comulgar los domingos y han puesto sobre la mesa el nombre de Carles Viver Pi-Sunyer, ex magistrado del Tribunal Constitucional y ahora presidente del Consejo Asesor para la Transición Nacional. No puede decirse de ninguno de ellos que haya vivido al margen de la política.
Ahora bien, ¿por qué Mas ha logrado que ERC se baje los pantalones renunciando a su marca, como establecía el pacto del 14 de enero, o a su «lista civil», una de las aportaciones más originales al debate político del siglo XXI?
La cosa parece evidente: por separado, los independentistas no sumaban una mayoría suficiente en el Parlament como para imponer el proceso. Parece que tampoco con una candidatura sólo de aficionados.
La encuesta publicada el pasado domingo por La Vanguardia vino a rubricar esa tesis. Sumando los escaños de CDC, ERC y CUP por separado, el resultado estaría entre 63 y 65 escaños, mientras que la lista conjunta lograría entre 68 y 72 escaños (aunque CUP se descuelgue, aportará sus diputados a la mayoría independentista).
A la terquedad de los números se suma la posición de las organizaciones civiles (ANC, Òmnium Cultural y AMI), que prefieren a Mas como guía para este tránsito histórico.
Pero, además, está el ascenso de la izquierda ligada a Podemos (que en Cataluña cuenta con el respaldo de ICV), cuya fuerza es cada vez mayor, como demuestran los resultados de las elecciones municipales. Ese movimiento es visto con desconfianza y temor por el independentismo, que piensa que la unidad puede darle un plus de legitimidad y de votos.
Así las cosas, el Gobierno va a tener que ponerse las pilas, porque la única fuerza, hoy por hoy, con posibilidades de derribar el muro soberanista en Cataluña es Ciudadanos.