- Necesitamos una defensa que garantice nuestra independencia y una economía plenamente integrada en la Revolución Digital. En el mejor de los casos tardaremos años en conseguirlo, pero la alternativa es la decadencia, con el consiguiente fin de nuestro Estado de bienestar y nuestra propia independencia
Las hemerotecas de todo Occidente recogen la preocupación que la cumbre ruso-americana convocada en Alaska había despertado. Nadie confiaba en Trump, por eso a nadie le ha sorprendido el resultado. Temíamos un desastre y ocurrió, con el agravante del ridículo de tender la alfombra roja al agresor y de humillar a la víctima y a los aliados. Rusia ha sido reconocida como un actor responsable con el que hay que entenderse a cambio de humo. Putin no se ha comprometido a nada.
Rusia decidió atacar por tercera vez a Ucrania, en esta ocasión de manera definitiva, cuando consideró que no había elementos disuasorios que aconsejaran mayor prudencia. El vínculo trasatlántico estaba en crisis; los europeos no habían reaccionado ante los sucesos de Moldavia, Georgia, Crimea y Donbás; Francia y Alemania se encontraban en procesos electorales; Alemania dependía del gas ruso y nadie quería líos con Rusia, mucho menos por un Estado como Ucrania, corrupto e inestable. Rusia cometió todos los errores imaginables. Su despliegue militar fue bochornoso, su número de bajas una auténtica vergüenza, empujó a estados como Finlandia y Suecia a entrar en la OTAN y a Alemania a revisar en profundidad los fundamentos de su acción exterior. Siendo todo esto cierto, la gente de Putin acertó en lo fundamental: los estados occidentales no harían nada definitivo para ayudar a Ucrania.
Con Biden en la Casa Blanca una OTAN comprometida formalmente con la defensa del territorio de soberanía ucraniano se limitó a tratar de desgastar a Rusia, el estado con mayor capacidad de resistencia del mundo, que además contaba ya con el pleno respaldo de China. Con Trump ni siquiera eso. Hoy Estados Unidos ha abandonado los principios rectores de su acción exterior, seguidos desde la postguerra mundial, para retrotraerse a un tiempo pasado que no fue mejor. Nacionalismo, neomercantilismo y proteccionismo son las armas con las que quiere defender sus intereses nacionales en un entorno definido por la globalización y la Revolución Digital. Prescinde de los aliados, ya convertidos en potenciales vasallos, para mantener un pulso directo con China, preocupado por disponer de los suministros necesarios para poder producir y del acceso a los mercados donde situar sus productos.
Para la Administración norteamericana Ucrania es un estorbo a la hora de reanudar las relaciones con Rusia, importantes para llegar a acuerdos sobre el Ártico que eviten un conflicto indeseable; poder acceder a las ingentes reservas de materias primas, en especial tierras raras; y, en la medida de lo posible, revertir el hoy íntimo vínculo establecido entre China y Rusia. La negociación iniciada por el equipo de Trump con el Gobierno de Moscú pasará a la historia como un ejemplo de ignorancia y soberbia. Personas no cualificadas han llevado el peso de unas conversaciones que tuvieron como único resultado convencer a las elites moscovitas de que se encontraban ante el mejor escenario imaginable. Los diplomáticos rusos han administrado la golosina de unas mejores expectativas comerciales para mantenerse firmes en la cuestión ucraniana. Putin no ha variado su posición desde el 2022, prueba de su profesionalidad, en contraste con el papel representado por un lamentable grupo de aventureros norteamericanos. El resultado está a la vista, Trump ya ha aceptado el grueso del argumentario ruso: Ucrania deberá ser dividida y lo que quede no podrá entrar en la OTAN.
Europa fue humillada por Estados Unidos en la cumbre Atlántica de La Haya, con la exigencia de un arbitrario 5% sobre PIB de inversión en defensa. Una humillación merecida, pero que no dejaba lugar a dudas sobre el estado en que la Alianza se encontraba. Fue de nuevo humillada, esta vez con mucha menos razón, con la imposición de un marco arancelario igualmente arbitrario. En Alaska, por tercera vez, asistimos a otra humillación, en esta ocasión por el incumplimiento norteamericano de una política acordada entre los estados de ambas orillas del Atlántico. Nuestra responsabilidad es grande, porque enviamos a Rusia el mensaje equivocado, al tiempo que prescindimos del necesario dispositivo de disuasión. No se trata de descargar la responsabilidad en el atrabiliario equipo de Trump sino de reconocer que el vínculo trasatlántico está irremediablemente dañado y que el futuro está sólo en nuestras manos.
Necesitamos una defensa que garantice nuestra independencia y una economía plenamente integrada en la Revolución Digital. En el mejor de los casos tardaremos años en conseguirlo, pero la alternativa es la decadencia, con el consiguiente fin de nuestro modelo de Estado de bienestar y de nuestra propia independencia. Por ahora nuestros dirigentes tratan de ganar tiempo. Es comprensible, pero no suficiente. Necesitamos urgentemente una estrategia conjunta para salir del agujero en el que libre y estúpidamente nos hemos metido.