Ignacio Camacho-ABC
- Más que una nueva Transición, el sanchismo ha iniciado la deconstrucción de la primera. Un cambio bastardo del sistema
El concepto de la Segunda Transición como sinónimo de avance en la arquitectura democrática, que surge con recurrencia cíclica en la política española, tiene que ver con el prestigio que rodea al proceso constituyente de una aureola casi mitológica. Se le ha adjudicado a la etapa de González, por su modernización estructural y el ingreso en las instituciones de Europa; a la de Aznar por la entrada en el euro y la homogeneización de competencias autonómicas, y hasta a la de Zapatero por una deriva estatutaria desastrosa, pero ninguno de esos mandatos presidenciales pasó en realidad de ser un conjunto más o menos afortunado de reformas. Es extraño que ni el ego de Sánchez ni la pulsión propagandística de Redondo hayan caído hasta ahora en la tentación de parangonarse con el ciclo más decisivo de nuestra reciente Historia, quizá porque su objetivo principal consiste sólo en mantenerse el mayor tiempo posible en La Moncloa. Sin embargo, y sin plantearlo de forma expresa, en ese empeño de supervivencia a costa de lo que sea están a punto de llevar al país a una dinámica de revisión constitucional encubierta que más que a una nueva Transición se parece a la deconstrucción de la primera. Es decir, a la revocación ‘de facto’ de las bases del sistema.
Ese salto cualitativo no tiene que ver sólo con la vuelta de tuerca al modelo territorial que se atisba tras la negociación con el independentismo, sino sobre todo con el proyecto cada vez más nítido de liquidar el principio de separación de poderes y los mecanismos de control del Ejecutivo. Por una parte, la alianza con los adversarios de la soberanía nacional y de la integridad del Estado exige liberarlos de toda subordinación al orden jurídico. Por otra, el estilo cada vez más autocrático del presidente es incompatible con la existencia de contrapesos y equilibrios normativos que pongan trabas a su bonapartismo. El estado de alarma y la consiguiente desactivación del Congreso fue el campo de pruebas para una ofensiva de asedio contra cualquier organismo con teórica autonomía respecto al Gobierno: el Consejo de Transparencia, el del Poder Judicial, el de RTVE, la Comisión de Competencia, el Tribunal de Cuentas, el Constitucional, el Supremo… Unos por desembarco directo; otros, los más independientes, por deslegitimación y acorralamiento.
Así, mientras la UE mira con inquietud la deriva autoritaria de Hungría o Polonia, se va configurando en España una democracia tutelada, desnaturalizada a la manera turca o mexicana. El referente bolivariano de Pablo Iglesias no hacía falta; es Sánchez quien propicia ‘motu proprio’ una mutación de régimen por la puerta falsa, quizá sin calibrar siquiera su alcance, enredado sólo en su pasión por el juego de ventaja. Una Transición trucha, fraudulenta, bastarda. Ese tipo de experimentos de aprendices de brujo que se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban.