EL CONFIDENCIAL 18/06/13
JOAN TAPIA
Cuando a principios de año plantó cara y se negó a votar en el Parlament (pese al disgusto de cinco diputados ‘catalanistas’) la declaración soberanista de CiU y ERC, el líder del PSC, Pere Navarro, lanzó el mensaje de que no era un satélite del independentismo. Luego, cuando en el Parlamento español (pese al cabreo de Carme Chacón) ordenó votar a favor del derecho a decidir de los catalanes (de forma legal y pactada), demostró que tampoco era el mariachi del PSOE que pinta la agitprop nacionalista. Y entre el independentismo de Mas y Junqueras (que cada vez preocupa más a los democristianos de Duran Lleida y al empresariado catalán) y la cerrazón inmovilista del PP (que Alicia Sánchez-Camacho sigue como un cordero), la posición de Navarro ha ido tomando fuerza y convirtiéndose en una posible tercera vía.
Primero, porque ha dibujado bien -con la ayuda de Miquel Iceta, que quiso disputarle la dirección del partido- su propuesta federal: definición de España como un estado plurinacional, con Catalunya y Euskadi como naciones; reforma profunda del Senado, no como cámara de segunda lectura, sino territorial, con competencias propias al estilo del Bundesrat alemán, y, finalmente, consagración del principio de “ordinalidad”. Tras la solidaridad, ningún Estado federado contribuyente neto podría quedar con menos recursos por habitante que otro receptor.
En segundo lugar, porque desde entonces la idea de la reforma constitucional ha sumado apoyos. El PSOE está preparando una propuesta (que no será igual que la del PSC) y, en Catalunya, tanto el prestigioso Círculo de Economía, entidad independiente de empresarios y economistas, como el presidente del Foment, Gay de Montellá, defienden la reforma constitucional. Este último explicita que la financiación autonómica es capítulo sustancial.
“La independencia no es rentable”
Pere Navarro se va soltando y el pasado jueves dijo en Nueva Economía Fórum que quería expresar en voz alta ideas a las que cada vez más gente le asegura en privado su acuerdo, pero que no osa verbalizar. La primera fue afirmar de forma tajante que “la independencia no es rentable”, lo que creen muchos empresarios y es un misil a la línea de flotación de la agitprop de Artur Mas, que martillea que salir de la explotación de España es imprescindible para sobrevivir.
Navarro fue explícito: “En Cataluña hay hoy una disyuntiva clara; mientras unos preparan la ruptura, nosotros optamos por construir un nuevo pacto ofreciendo soluciones concretas”. Así remachaba que el PSC no estará en el Pacto Nacional por el Derecho a Decidir que preparan Mas y Junqueras para ir hacia la independencia. Y sin el PSC, la presencia de patronales y sindicatos se complica.
Pero Navarro tampoco se mordió la lengua ante la realidad española de los últimos años y proclamó que un nuevo sistema de financiación justo exige la corrección del privilegio foral del cupo. “A todos aquellos que -dentro o fuera del socialismo- hablan de una falsa y pretendida insolidaridad catalana, les pido que me acompañen en la propuesta de eliminar el privilegio que suponen los sistemas de concierto vasco y navarro. Si queremos una financiación justa, empecemos por eliminar (…) los privilegios hoy existentes, porque sólo así podremos construir un sistema justo para todos”.
Claro, Navarro será zarandeado. En CiU y ERC le ven como el adversario más peligroso. Saben que las no propuestas del PP, aunque capitalizan el antinacionalismo, arrastran a muy poca gente de la centralidad catalana. En el PSC, un sector relevante -por catalanismo, o por seguidismo de CDC- expresa malestar. El último ha sido Antoni Castells, un prestigioso economista que fue conseller de Economía y Finanzas con Maragall y Montilla. En el PSOE creen que levanta alfombras que turban la agrietada paz interna y que sus propuestas son, como mínimo, inoportunas. Y en buena parte de España -siempre escamada con los catalanes- la crítica al cupo y al concierto desorienta. Siempre había vivido a gusto, olvidando los privilegios del cupo que desde hace años tensan la solidaridad catalana.
Pero si Cataluña y España deben salir de la incomprensión mutua y la desafección provocadas por el cambio de las expectativas socioeconómicas y la sentencia del Constitucional sobre un Estatut ya aprobado en referendo, sólo puede ser poniendo todas las cartas sobre la mesa.
¿Perjudica Navarro al PSOE? Así será si el PSOE no sabe adaptarse a los nuevos tiempos. Felipe González y Alfonso Guerra ya admitieron en el 77 y 78 que para que el PSOE pudiera gobernar España, los socialistas necesitaban un gran resultado en Catalunya y que eso sólo era posible si el PSC era otro partido, con propuestas propias, que la dirección federal debía saber integrar y torear. Felipe González lo supo hacer con el PSC de Reventós, Obiols, Serra y Maragall. Y Rubalcaba no es menos inteligente y pragmático que Felipe y Guerra, aunque no tiene ni el fondo del primero ni los prejuicios del segundo. Cualquier líder político un poco profesional sabe que, sin ganar en Cataluña o tener un gran resultado, es difícil gobernar España. Por el peso parlamentario de Cataluña y porque es la quinta parte del PIB.
Felipe González supo respetar y domar al PSC de Obiols, Serra y Lluch. Adolfo Suárez (antes de morir a manos de los suyos) intentó pesar más en Cataluña asociándose con el democristiano Antón Cañellas (cuñado de Miquel Roca y que venía del partido de Duran Lleida), e incluso Aznar intento una finta con Josep Piqué.
¿Y Zapatero? Empezó bien, pero fue inconsistente. Claro que el Estatut que Maragall, Mas y la ERC de entonces llevaron a Madrid debía ser renegociado. Eso lo indica la Constitución, pero con mucho menos tacticismo y con más mirada a largo. Ni Zapatero ni Rajoy (todavía menos) estuvieron entonces a la altura. Y el PSC no supo elevar su voz con fuerza e inteligencia cuando la sentencia del Constitucional. Respetó demasiado a Zapatero y los intereses personales de Chacón. Ahora las propuestas de Navarro intentan encarnar una tercera fuerza que -no sin esfuerzo- todavía tiene oxígeno en una Cataluña inclinada al soberanismo. O Rubalcaba y Rajoy saben escuchar o… conflictos serios y desórdenes.