Iñaki Ezkerra-ABC
- Un ultranormativismo asfixiante trata de colarse por todos los resquicios
Después de trece largos años de ausencia, la tilde ha vuelto al adverbio ‘solo’, pero tímidamente, esto es, en los casos en los que haya riesgo de ambigüedad a juicio de quien escribe. Nos hallamos así ante una indecisa decisión de la RAE y una paradójica redundancia (la ambigüedad para juzgar la ambigüedad) que no sirve para reafirmar la norma, sino para diluirla al dejarla al arbitrio interpretativo del usuario.
Podría pensarse que esa regia institución trata de sintonizar con el curso de la vida nacional y con un supuesto espíritu liberal de nuestro tiempo, pero no es así. Vivimos en este país una época marcada por un ultranormativismo asfixiante que trata de colarse por todos los resquicios de nuestra vida privada y que va de la obligatoriedad de los cursillos para tener un perro hasta la prohibición de darle un beso a la pareja si no es con su consentimiento explícito.
«Si quieres conocer a Pepillo, dale un carguillo». En otras épocas, cuando a Pepillo le daban un carguillo se volvía un soberbio, un arrogante o un pedante. Le daba por crecerse, por machacar al personal subalterno o por hablar de forma distinta, digamos ‘atildada’. Hoy a Pepillo le da por sacar normas absurdas. Es la enfermedad de la clase política de nuestro país y de nuestro tiempo: normativizarlo todo.
Y en este contexto va la RAE y se muestra remisa a establecer una norma fija como la de acentuar ortográficamente el adverbio ‘solo’. Después de trece años de haber enviado esa tilde al exilio, accede a devolvérnosla de un modo parcial, discrecional, opcional, aconfesional, suponiendo una madurez en el hablante y en el escribiente que contradicen nuestros ministros cada vez que cogen la alcachofa y nos hablan con infinitivos, como los indios de un ‘western’: «Aclarar que nuestro Gobierno no va a echarse atrás en esta ley», o sea, «hombre blanco no fumar la pipa de la paz». ¿De verdad esta gente sabe discernir cuándo el ‘solo’ es un adverbio y cuándo es un adjetivo o cuándo uno puede confundirse con el otro?
Sí. La tilde como imagen de una libertad que no existe en los demás espacios de la ciudadanía. La tilde como signo de un respeto que no está de moda en una España que hiperboliza el debate político y lo reduce a fachas y rojos. La tilde como símbolo de una creatividad mediocre y como antítesis de una madurez que no tenemos como pueblo. La tilde como alegoría de la intransigencia que se disfraza de tolerancia. La tilde como síntoma de la corrección política que evita mentar ese acento de toda la vida como si necesitara eufemismos. La tilde tonta de los atildados; o sea, el ilustrativo salto de la inseguridad jurídica, política y económica a la inseguridad ortográfica como metáfora de todas ellas.