Teodoro León Gross-El País
Rajoy no puede liderar una crisis de Estado sin levantar el teléfono para hablar con sus socios
A la estela sonrojante de la sesión de control tras el CIS se le ha sumado —qué semana— la elección de un títere notoriamente xenófobo para la Generalitat. Como la realidad también imita al arte, se diría que la política española a veces trata de parecerse a la caricatura de trazo grueso con que la definió Baroja: una timba de tahúres. El tacticismo de Rajoy y Rivera, el oportunismo de Puigdemont, el no-es-sí desubicado de Sánchez, un juego con cartas marcadas con mucho que ganar y que perder entre Cataluña, presupuestos, encuestas y aritméticas parlamentarias. Demasiados faroles. Baste decir que estos días el partido más coherente ha sido Podemos.
Rivera ha sido amonestado desde todos los frentes por romper la unidad del 155. No por falta de razón, sino por falta de razón de Estado. Si Wilde advertía que nada es más artificial que la excesiva naturalidad, a veces nada resulta tan falso como la autenticidad excesiva. Y la ruptura indignada de Rivera con el 155 por el tacticismo de PP/PSOE puede ser real, pero sonó sobreactuada, tanto más 24 horas después del CIS donde queda lejos en escaños, incluso del PSOE. El “cuanto peor, mejor” puede funcionarle a Podemos, pero no a ellos. Claro que la elección de Torra ha venido a avalarle después: en Cataluña hay un proyecto xenófobo y ninguna intención de frenar, a pesar de la urgencia del PP y PNV. Por demás, aunque es posible que la gente prefiera su dureza al dontancredismo de Rajoy, no hay atajos.
Rajoy es un veterano con piel de cocodrilo, y esta primavera ha roto la timba anteponiendo la obsesión de los Presupuestos a todo, incluso a la crisis de Cataluña. Su “aprobetxategui” pareció un lapsus linguae freudiano. Como el PNV, está obsesionado con Ciudadanos. Su trampa de tahúr a Rivera con las pensiones ha sido digna de un riverboat del Mississippi, o sea, indigna. No se puede pedir lealtad a un socio con el que se es tan desleal. Y no se puede liderar una crisis de Estado sin levantar el teléfono durante meses para hablar con sus socios. El liderazgo corresponde al presidente, y no ha ejercido. Le cedió ese honor al juez Llarena buscando de perfil que se pudra el problema. Marca de la casa.
El PSOE presume de lealtad al Estado, y no se le podrá negar. Su problema es parecer, cada vez más, actores secundarios sin protagonismo. El efecto Sánchez se ha agotado, y ese vacío no lo va a llenar Margarita Robles. No salen, por decirlo al modo de Lakoff, del elefante. No imponen agenda, ni siquiera con España a la cabeza de Europa en pobreza laboral. Y en Cataluña, con su background, tienen malas cartas. Por demás, sus ataques a Rivera parecen dictados, como en el PP, por la fuga de votos en porcentajes inquietantes. Se les nota que han dejado de pelear con Rajoy para centrarse en Rivera. A su izquierda, el sorpasso vuelve a ser verosímil.
Hay una crisis de Estado y un paisaje dañado tras la crisis, pero la política parece una timba. Y tal vez la moral no sea una virtud esencial en política, como apuntaba Ortega en su Mirabeau, pero una timba, cuando juegan tahúres dispuestos a romper las reglas, puede acabar peligrosamente de cualquier modo. A menudo, como vio Mark Twain, mal.