Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Y una vez convencido de que puede hacer lo que le dé la gana porque no habrá ninguna consecuencia, agarra, se lía la manta a la cabeza y se pone al micrófono a bendecir el trasiego de sobres con billetes del modo que lo haría un maestro de moral, un santo, un mesías: «Yo mismo lo he hecho»

Van a normalizar el trajino sociata de sobres con billetes. Que el dinero en efectivo no es necesariamente dinero negro, arguye el cuco autócrata. Ya, chato, pero el dinero negro sí que viene en efectivo. Esa es la razón por la que, en los partidos, se evita. En el PSOE no porque no es un partido, sino de una partida de la porra que se ha hecho con el Estado. Una banda persuadida de poder hacer cuanto se les antoje, puesto que tienen tomados todos los resortes del control y del equilibrio de poderes. Tomados como la Casa tomada de Cortázar, donde una presencia fatídica e invisible avanza y avanza, ocupándolo todo y dejando a los habitantes de la casa en un espacio cada vez más reducido, condenados, con la sola certeza de un inconcebible final.

El Estado es la casa tomada. Creemos ver al mal que se adentra y se adueña, ocupando las estancias, pero estamos equivocados. Nos lanzan, cuando no les queda más remedio, a un Koldo, luego a un Ábalos, para que veamos la toma del Estado como lo que no es: las gamberradas sexuales de unos granujas cutres que nunca debieron trepar hasta allí; unos ganapanes con hambre atrasada que, en la excitación de su imprevista suerte, guardan los billetes por fajos y, como la gente del bronce, elude las cantidades y crea una taxonomía peregrina de chistorras, soles, lechugas y folios. Y claro, nos echamos a reír en vez de echarnos al monte, que sería lo suyo. Los pícaros nos pierden, y acaso perdieron ya al imperio, de modo que las ficciones con personajes de moral descoyuntada han podido más que una historia de innumerables e inigualables logros.

Y por esa debilidad que tenemos, la toma del Estado nos parece grave, sí, nos parece intolerable, sí, pero, ¿quién estaba en el parador? ¿A qué pilingui llaman «la 1»? Mientras tanto, el 1 sigue adelante, se mete hasta la cocina del resto de poderes e instituciones, no deja nada sin mancillar, se mea en todo como hacen los perros y los lobos para marcar el terreno. Y una vez convencido de que puede hacer lo que le dé la gana porque no habrá ninguna consecuencia, agarra, se lía la manta a la cabeza y se pone al micrófono a bendecir el trasiego de sobres con billetes del modo que lo haría un maestro de moral, un santo, un mesías: «Yo mismo lo he hecho». Ah, bueno, si lo has hecho tú, que estás fuera de toda duda, que estás libre de toda sombra, que no tienes a la familia investigada por choriceo, que posees una palabra y va a misa, que cuando prometes algo es garantía de cumplimiento, y que no has mentido nunca, entonces es que pasarse sobres con billetes en un partido político es lo más normal del mundo. Y vas y te quedas tan tranquilo, pues al cabo apelas a la España cegada, amoral, sin lecturas, iracunda cuando no de vinos.