Pedro Insua-El Español
El historiador Alejandro García Sanjuán ha publicado recientemente un importante libro (La conquista de la península ibérica y la tergiversación del pasado. Del catastrofismo al negacionismo) a propósito de la conquista islámica de la Península. En él se muestra la poderosa labor crítica del análisis histórico cuando este es riguroso.
Frente a dos versiones tergiversadas y tendenciosas de la conquista islámica, la catastrofista (la más habitual desde Simonet) y la negacionista (representada principalmente por Ignacio Olagüe y sus epígonos actuales), Sanjuán hace un repaso exhaustivo de todas las fuentes que prueban (desde la cronística árabe y cristiana a la numismática y otras pruebas arqueológicas) el carácter conquistador de la progresión islámica por la Península.
El análisis que García Sanjuán hace de la numismática, de los restos de las monedas acuñadas por el estado islámico en vísperas de la conquista y durante la misma es particularmente decisivo respecto al carácter teológico, «divinal» por decirlo con Américo Castro, de la conquista islámica de la Península.
De esta manera, Sanjuán pone críticamente a raya al hablar de «conquista», con mucha solidez documental y argumental, dos modos tendenciosos de interpretar la acción islámica en la península a partir del 711. A saber: la tesis de la invasión y la tesis de la revolución. Dos concepciones que responden a criterios ideológicos y no tanto a criterios históricos. Esto es, reales.
La tesis de la invasión es el esquema clásico decimonónico «nacionalista españolista», dice Sanjuán. El autor se hace eco de la concepción providencialista cristiana medieval, de la «visión de los vencidos» que ven en la acción islámica una «invasión» del territorio cristiano, con la consiguiente «pérdida de España».
Se establece aquí, por efecto ideológico de este esquema, un quid pro quo anacrónico por el que se convierte la Hispania cristiana (hispanorromana o gótica) en España, siendo vista la acción islámica como una catástrofe nacional. Pero, sobreponiéndose a la catástrofe, la nación española, ya constituida al parecer con anterioridad a la invasión, va a resistir, bien en condición de libre (en las montañas), bien subyugada (viviendo entre árabes). Y lo hará hasta expulsar al invasor de la patria ocupada.
La población mozárabe será vista, y Francisco Javier Simonet es quizá el representante más depurado de esta visión, como la «nación cautiva». Como «españoles» sometidos al «yugo muslímico» y que, aún «subyugados por la morisma», sabrán mantener el «espíritu nacional» y los intereses «patrios», dice Simonet en su clásica Historia de los mozárabes.
Por otra parte, frente a esta visión catastrofista de la acción islámica, existe la concepción negacionista, que mitiga la acción de conquista islámica y la dibuja como una revolución religiosa producida porque la España hispanogoda arriana ve en el islam, ni siquiera mahomético en principio, una salida monoteísta unitaria frente a la superestructura católica (trinitaria) impuesta desde Recaredo.
La tesis, tan ocurrente como fantástica, se debe a Ignacio Olagüe y ha tenido en González Ferrín a un fiel continuador (Cuando fuimos árabes). En este caso, se niega la existencia de España, convertida en pura imposición oligárquica superestructural (España es el españolismo, sin más), para dar paso a las verdaderas sociedades, híbridas, mestizas, que surgen de la combinatoria de las tres castas.
Desde esta visión tampoco se niega la catástrofe. Sólo que esta se sitúa en el 2 de enero de 1492, cuando el islam político es liquidado en la península.
En el libro de García Sanjuán encontramos una crítica precisa y pormenorizada, incluso demoledora, contra esta tesis negacionista por ahistórica, así como a los nichos ideológicos que le dieron (y todavía le dan) buena acogida. Desde el falangismo maurófilo del propio Olagüe hasta el revival del andalucismo de, por ejemplo, Manuel Pimentel, pasando por Garaudy, Luis Racionero, Goytisolo y etcétera. García Sanjuán la llega a calificar, con muy buenas razones para ello, de «fraude historiográfico».
Pero también encontramos en el libro una crítica, más bien antihistórica por anacrónica, a la concepción catastrofista y providencialista que se ha atrincherado hoy, a la vista de cómo interpretan Macarena Olona y Santiago Abascal el día de la toma de Granada, en el nicho ideológico de Vox.
Así que aquí tenemos dos claros ejemplos de cómo se distorsiona la historia por la política (historia ancilla politicae) tratando, hunos y hotros, de arrimar el ascua a su sardina ideológica.