ALBERTO AYALA-EL CORREO

La crisis económica de 2008 y la insoportable cascada de escándalos de corrupción que afloraban por entonces, semana sí semana también, colocaron al sistema político español surgido de la Transición contra las cuerdas. Aquellas grietas, lejos de desaparecer, amenazan con agravarse y situarnos ante una tormenta casi perfecta.

La primera consecuencia de aquella recesión fue el empobrecimiento de una parte de la sociedad española y el ensanchamiento de la brecha social. La clase media menguó y muchos trabajadores cayeron en la pobreza, mientras una minoría multiplicaba su patrimonio.

Todo ello, y las protestas sociales que se extendieron por calles y plazas, hizo que los partidos que se han repartido el poder en las cuatro últimas décadas, PSOE y PP, vieran en peligro su posición. A la izquierda de la izquierda apareció Podemos. Y luego fue Ciudadanos el que, con abundante respaldo económico y mediático, daba el salto desde Cataluña a la política española para evitar que los morados tocaran poder.

La pandemia ha impedido aliviar el empobrecimiento de una parte de la sociedad. La precariedad y el paro se agravan. Y la situación amenaza con empeorar en los próximos meses.

Los partidos del turno han recuperado una pequeña parte de su posición anterior gracias a los desaciertos de los nuevos actores. Las crisis internas, las incongruencias y los desaciertos continuados de Podemos han debilitado seriamente a los de Iglesias, por más que hoy compartan Gobierno con el PSOE. El mayúsculo error de Albert Rivera, al rechazar un pacto con los socialistas, para desplazar al PP del liderazgo del centroderecha, ha colocado a los liberales en la puerta de salida de la política española, lo que Arrimadas trata de evitar a golpe de posibilismo, y con la interesada ayuda del PSOE.

El Gobierno Sánchez conseguirá en pocos días el plácet final del Parlamento a su proyecto presupuestario para 2021. En teoría ello le dejará el camino expedito para intentar completar la legislatura. En teoría.

La crisis económica, esas colas del hambre que vemos a diario en nuestras ciudades -también en nuestro supuesto oasis vasco-, son una peligrosa bomba de relojería social y política. El suflé catalán parece tender a bajar, sobre todo si se confirma el triunfo de ERC en los comicios del 14 de febrero. Pero la inapropiada conducta del rey emérito ha introducido un nuevo argumento para la incertidumbre. Y no menor.

Unidas Podemos, con su grosera campaña contra la Monarquía, ha decidido que el republicanismo puede ser un buen arma para sembrar y recuperar posiciones a costa de su aliado y a la vez adversario electoral, el PSOE. Pablo Iglesias no ha tenido reparo alguno en alinearse con soberanistas, independentistas y con los herederos de Batasuna -en cuyo ADN político está debilitar al Estado siempre que se pueda- en su ofensiva contra el padre del Rey, y contra la institución.

Añadan a todo ello una ultraderecha que no se corta a la hora de considerar de los suyos a esos militares retirados, nostálgicos del franquismo, que no dudan en hablar en sus chats de fusilar a unos cuantos millones de ‘rojos’. Que escribe cartas al Rey con ánimo de torcer su papel institucional. Y que no duda en agitar la calle contra el Gobierno, con medias verdades y no pocas mentiras, y comprobarán que en el horizonte asoma tormenta. Veremos de qué intensidad.