Como estamos metidos en un pozo y con pocas posibilidades de salir de él podríamos echar una mirada a los bordes. Francia, por ejemplo. Nos ayudaría al menos a conllevar el gesto enfurruñado que se esparce entre nuestra ciudadanía y sus voceros. Estamos cargados de razones, por supuesto, y hasta el más zote se manifiesta como autoridad para decidir si nuestras opiniones son ciertas porque coinciden con las suyas o somos víctimas de esa corriente opositora que lo manipula todo. En palabras del eminente ministro de los Trasportes Que Nunca Funcionan siempre nos queda escoger entre la Mierda o el Buen Gobierno. Estamos condenados a seguir en el pozo con vistas al mar, que es un enigma con olas. Aliviémonos mirando al horizonte.
El presidente Macron tomó una decisión de esas que tienden a mantener la estabilidad, es decir, él mismo, y que acaban en la ruptura de los esquemas en los que se movía la rutinaria vida política francesa. ¿Y cuándo la toma? Antes del mediodía del domingo 9 de junio, cuando ni siquiera las urnas de las elecciones europeas se han cerrado. ¿Cómo sabe un gobernante, con precisión científica, que ha sido derrotado antes de que se contabilicen todos los votos? Nuestro Tezanos nos ayudaría mucho en el campo de esa “sociología creativa”, pero su empeño no va hacia la realidad sino hacia la necesidad.
Si se detienen un momento a pensar se darán cuenta de que “la necesidad”, que en la política fue siempre una añagaza del poder absoluto para convencer a los adictos -Hitler y el espacio vital germánico, Stalin y la destrucción de la propiedad agrícola, Franco y la represión de posguerra…- en la actualidad es una obra de orfebrería que se construye en base a la bisutería, aunque con el señuelo de las marcas de lujo. Una triquiñuela diseñada por el poder para hacerlo susceptible de que la gente simple caiga rendida ante la clarividencia del líder. Sin informar ni siquiera a su Primer Ministro, Gabriel Attal (como dicta la Constitución Francesa, art. 12), el presidente Macron decidió a media mañana del domingo disolver la Asamblea Nacional. El antiguo banquero de los Rothschil, que se preciaba de conocer bien el valor de la meteorología, desató una tormenta.
Emmanuel Macron es un Rey Sol republicano de un país que se deslizaba lentamente, muy lentamente, hacia una crisis total
En su convicción señera de que la necesidad la dictaba él, imaginó el caos entre sus adversarios, pero resultó que su ejército se paralizó de espanto ante lo que se le venía encima. La primera reacción de su República En Marcha fue recomendarle no participar en la campaña electoral -sólo dos mítines- y la segunda, que sus aliados naturales Los Republicanos se fraccionaran entre la evidencia de un acercamiento a la extrema derecha de Marine Le Pen o buscarse la vida en sus feudos. Desde Mitterrand la izquierda francesa ha llevado encima el estigma de los equilibrios que consintieran la ambición de un líder anciano y enfermo, un vieux routier de la política en su sentido menos honorable, que compensaba con el arte para manejar los entornos, convirtiéndole en sabio, culto, narrador brillante y siniestro guardador de secretos, empezando por los propios. Un Rey Sol republicano de un país que se deslizaba lentamente, muy lentamente, hacia una crisis total. Desde el equívoco glamour de una sociedad integradora que gozaba de una imagen universal consolidada. Paris sube o baja, pero siempre será un referente.
Mitterrand fue el promotor en la sombra del Reagrupamiento Nacional cuando aún no se llamaba así y tenía por líder a un fascista irredento, Le Pen, padre de la actual candidata a todo, Marianne. Un juego nada sofisticado que décadas después descubrió Pedro Sánchez con Vox y Santiago Abascal. Nada de comparaciones simples; entre Mitterrand y Sánchez hay mundos, y lo que en uno pudo ser un seguro de vejez política sosegada para el otro es un escudo con el que golpear a quien delate su fragilidad de arribista.
Macron vs Le Pen
Parecía imposible pero lo consiguió Macron con esa decisión temeraria de megalómano. Retando a la extrema derecha de Marianne Le Pen el combate sería entre él o el caos, pero como suele ocurrir cuando se provoca una tormenta es que probablemente gane el caos, y que suceda lo que suceda pierdas tú. Nadie hubiera imaginado que en apenas dos días la multifracturada izquierda francesa se uniera en lo que llaman Nuevo Frente Popular. No alcanzo a profundizar en la sensibilidad social gala para pontificar sobre si esto de renovar el lema es evocador de entusiasmos o equívoco recordatorio. Para nosotros decir Frente Popular es algo que con tan sólo pronunciarlo trae mal fario, pero en Francia evoca, si alguien recuerda ya algo, la semana de 48 horas y las vacaciones de verano, esas jornadas multicolores que plasmó en blanco y negro una feliz película de Jean Renoir.
La unidad de la izquierda francesa tiene ese aire de lo que se hace por el sindicato de las prisas ante el reto inminente que les ha puesto Macron, que no Marianne Le Pen. Cuando el Presidente imaginó que su inmarcesible figura iba a concitar la adhesión de esa izquierda, tan desmigada como la española aunque sin la componente hispana de la institucionalización, o lo que es lo mismo, la garantía del Estado en su calidad de fabricante de empleos diversos. No dependen de Macron como aquí sí dependen de Sánchez por más remilgados que se exhiban. Es curioso que renieguen del gobierno quienes se conjuran por mantenerlo. Incluso cuando les abandonan las urnas encuentran fórmulas patéticas para justificarse. Sólo les faltaba decir “Por España”, como los serviles funcionarios del viejo régimen.
Que La Francia Insumisa de Melenchon vaya del brazo con los socialistas de Faure y Glucksmann, es fruto de la necesidad que ha creado Macron al disolver la Asamblea Nacional. El Nuevo Frente Popular está destinado a ser otra atracción veraniega con clausura el 7 de julio (2ª vuelta electoral). Luego vendrá a finales de mes los Juegos Olímpicos en París. Fiestas que adornarán lo que parece inevitable: Macron se tambaleará bailando en su soberbia y Marianne Le Pen y su base social, que nació y creció en la extrema derecha, irá recogiendo los restos del Titanic.
Con notable agudeza Raphaël Llorca -de inequívocas raíces españolas- ha escrito en “Le Monde” un artículo demoledor en el que califica el gesto de Macron como “un golpe de Estado psíquico”. Quizá sean los psiquiatras los llamados a perfilar nuestros análisis, porque nos hemos quedado sin recursos intelectuales para entender de una manera objetiva lo que hacen los líderes, enfermos de narcisismo. Una patología de Estado.