Javier Caraballo-El Confidencial
- El discurso de la España imparable de Sánchez se contamina con esa torpe autocomplacencia y acaba estropeando y deformando incluso aquellos aspectos en los que el Gobierno puede darse por satisfecho
La autocomplacencia es el placebo de los malos gobernantes. Puede servir como elixir del momento, pero más allá todo son contraindicaciones, algunas personales, como la soberbia y la prepotencia, que son termitas pacientes, y otras generales, como el alejamiento de la realidad, de la calle. Pedro Sánchez no lo sabe. Por eso se recrea en el placebo con sus discursos a la nación, como el de este miércoles, sobre el balance del ecuador de esta legislatura, porque teniendo motivos objetivos para defender su gestión, le añade tanta impostura grandilocuente que acaba agriándolo todo. En el mejor de los casos, para sus intereses, el resultado es un balance parcial que justificarán, o pasarán por alto, los adeptos, en correspondencia con la política de banderías que existe en España. Pero más allá de los incondicionales, el discurso de la España imparable de Pedro Sánchez se contamina con esa torpe autocomplacencia y acaba estropeando y deformando, por la falta de credibilidad, incluso aquellos aspectos en los que el Gobierno, objetivamente, puede darse por satisfecho.
En este ejercicio de realidad virtual, tan propio, por otra parte, de la política española, el sectarismo presidencial llegó al extremo inaceptable del formato elegido para la rueda de prensa, en el que queda al arbitrio de los asesores de la Moncloa quién pregunta y quién no. De modo que fueron seleccionados solo los medios de comunicación, incluidos los de titularidad del Estado, que le resultan más cómodos al Gobierno, los de una línea editorial más acorde, como si las ‘ruedas de prensa’ estuvieran dirigidas a la ‘prensa de la rueda’. De ese montaje de autocomplacencia pueden extraerse, sin embargo, algunos de los logros objetivos de este Gobierno, junto a otros maquillados, adulterados y, por tanto, falsos.
“Un impulso modernizador sin precedentes”. Lo único que no tiene precedentes en la democracia española desde que gobierna Pedro Sánchez es la forma en que accedió al cargo, el único que ha salido triunfante de una moción de censura, y la manera en que ha sabido mantenerse, con el primer Gobierno de coalición que ha existido. Pero nada más, aunque lo anterior no sea desdeñable desde el estricto punto de vista político, su habilidad para tejer pactos y coaliciones, como se ha remarcado aquí otras veces. Afirmar, más allá de eso, que este es el agaobierno más reformista y modernizador, “¡sin precedentes!”, es sencillamente insostenible. Y redoblar la falacia con la aseveración de que la pandemia, que nos mantuvo literalmente paralizados durante medio año, ha servido para incrementar la producción reformista es un delirio. No hará falta citar los primeros gobiernos de la democracia, de Adolfo Suárez o de Leopoldo Calvo Sotelo, sino el del propio Felipe González, para apreciar el embelesamiento monclovita de Sánchez.
“Es de sentido común validar la reforma laboral”. Los grandes acuerdos políticos en España solo se alcanzan en situaciones extremas, como en la Transición, cuando el miedo a la involución tras salir de la dictadura provocó el entendimiento. El acuerdo de la reforma laboral alcanzado por el Gobierno de Pedro Sánchez tiene algo que ver con ese miedo exterior, que esta vez provenía de Europa, al condicionar la llegada de fondos europeos a la aprobación consensuada de la ley. En todo caso, haberlo logrado es un mérito exclusivo del Gobierno de Pedro Sánchez que se suma a la aprobación, también en este final de año 2021, de los presupuestos generales de Estado por una amplísima mayoría de 190 votos. Y se trata del presidente con el respaldo parlamentario más raquítico de toda la democracia… En fin, tenemos una reforma laboral que no deroga la anterior, que se aprueba por acuerdo de patronal y sindicatos, y Europa responde concediéndole a España la distinción de ser el primer país en recibir fondos para la recuperación. Obviamente, es de sentido común aplaudir esta reforma laboral.
“Regeneración democrática y respeto como forma de hacer política”. Nada de lo que ha aprobado, intentado o impulsado el Gobierno de Pedro Sánchez con sus socios parlamentarios guarda relación con la regeneración democrática y el respeto, ni el político ni, sobre todo, el institucional. Por eso chirría tanto la afirmación del presidente Sánchez en su balance. El maltrato y la desconsideración sostenida al poder judicial comenzó con la provocativa designación de su ministra de Justicia como fiscal general del Estado y se ha mantenido con el acoso y la desatención de los tribunales ante decisiones trascendentales como los indultos a los presos independentistas o las sentencias sobre el estado de alarma durante la pandemia. Lo último conocido es un documento, elaborado por el PSOE y Más País, para controlar políticamente los organismos independientes, desde la Comisión Nacional del Mercado de Valores hasta la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, pasando por el Consejo de Transparencia.
“Estamos protegidos para hacer frente a ómicron”. Ya podría tentarse la ropa el presidente del Gobierno antes de hacer afirmaciones como esta de su discurso de balance, porque si algo nos ha enseñado la pandemia en estos casi dos años es el ridículo al que se expone quien se atreve a pontificar sobre el futuro. ¿O es necesario recordar las previsiones de Fernando Simón, como portavoz del Ejecutivo, desde que comenzó la pandemia? Sin necesidad de caer nuevamente en el ridículo, por ese absurdo triunfalismo ante lo desconocido, el presidente Pedro Sánchez sí puede estar satisfecho de la campaña de vacunación en España, gracias a la gestión de la compra de dosis suficientes por parte de su Gobierno, y de la eficaz administración de estas por parte de las comunidades autónomas. Por una vez, las administraciones públicas, de muy distinto color político, han estado a la altura de la sociedad española, en la que los negacionistas son una deplorable minoría. No reconocerlo así, que esa cadena comienza en el Gobierno de España, solo puede justificarse desde el sectarismo o la ceguera.
“La entrada de España en la guerra de Irak y la salida de Afganistán”. El presidente Sánchez incluyó en su discurso de balance una serie de paralelismos con el pasado que, en su mayoría, acabaron constituyendo un monumental ejercicio de demagogia. Citó varios. Por ejemplo, “la situación de Cataluña hace cuatro años y la actual”, como si todo lo ocurrido fuera obra exclusiva de su Gobierno, aunque haya sido importante, y no, fundamentalmente, a consecuencia de la sentencia del Tribunal Supremo. Otra más, igualmente insostenible: “La gestión del Prestige y la del volcán de La Palma”, como si se tratara de dos hechos equiparables, ni en su origen, ni en su dimensión ni en su gestión. Es tan absurdo que, para equipararlos, llegaríamos al disparate de exigirle al Gobierno de Pedro Sánchez que retire la lava… El más llamativo de todos los paralelismos fue la equiparación de “la entrada en la guerra de Irak y la salida de Afganistán”. Quizá se le ha olvidado ya al presidente que la salida de Afganistán, en la que su Gobierno no decidió ni participó de ninguna decisión, porque se trató de una medida unilateral de Estados Unidos, fue un hecho vergonzoso de la comunidad internacional en la que se volvió a entregar el país al fundamentalismo talibán, que siguen padeciendo millones de afganos, después de 20 años de ocupación.