Cuenta el Génesis que Yahvé, alarmado por la construcción de una enorme torre con la que los hombres pretendían asaltar los cielos, decidió confundir las lenguas de la descendencia de Caín para que les fuera imposible entenderse y trabajar juntos. Desde entonces, la variedad de lenguas se ha entendido como un castigo divino o, al menos, un fastidio para viajeros, comerciantes y estudiosos, excepto -es natural- para los filólogos y las escuelas de idiomas. Lo indudable es que sin lenguaje no hay sociedad ni modo de vida humano. Un sabio cuento africano abunda en este principio afirmando que los monos saben hablar perfectamente, pero que nunca lo hacen delante de hombres para que no se les obligue a trabajar.
Dividir las lenguas para dividir a la humanidad
Así pues, Yahvé inauguró la política lingüística: al dividirlas, impidió formar una comunidad política universal y unida. El mito de Babel es uno de los más profundos de la rica teología política bíblica. Observemos por ejemplo que la carencia de una lengua común es una de las mayores desventajas de la Unión Europea, que el inglés técnico y turístico solo soluciona muy parcialmente. Con la mayor colección del mundo de lenguas nacionales de impresionante historia cultural y habladas muy lejos de su hogar natal (inglés, español y portugués, sobre todo), los europeos no tenemos una en la que reconocernos verdaderamente como conciudadanos.
Aunque sigamos unidos por costumbres, gastronomía y destinos de turismo nacional, considerarse primero catalanes, vascos o lo que sea porque se posee una lengua propia distintiva es pura y ancestral estrategia de babelización
En resumen, pocas cosas resultan tan eficaces para dividir y romper una comunidad, o para frustrarla, que eliminar la lengua común o atacar el estatus de la existente, exactamente lo que los separatistas llevan haciendo los últimos cuarenta años largos: dividirnos. Marginando progresivamente el español de las administraciones y del empleo y los servicios públicos, muy especialmente de la educación, los nacionalistas han ido erosionando el sentimiento fundamental de pertenencia a nuestra comunidad política, llamada España. Pues, aunque sigamos unidos por costumbres, gastronomía y destinos de turismo nacional, considerarse primero catalanes, vascos o lo que sea porque se posee una lengua propia distintiva es pura y ancestral estrategia de babelización.
Sánchez percibe que, para defender su posición amenazada por el declive electoral, le viene bien profundizar las divisiones mediante rupturas lingüísticas impuestas desde arriba al mismísimo Congreso
Sánchez lo ha entendido y apoyado con su perfidia característica, y su Vice favorita coyuntural se ha apresurado a anunciar la buena nueva de que en la próxima legislatura el Congreso será una nueva torre de Babel, sin que Yahvé pueda impedirlo. Tienen la confianza, nada equivocada, en que buena parte de la sociedad española no verá nada malo, sino un progreso, en que Rufián o la Aizpurua les insulten en catalán o euskera, y sigan avanzando en la degradación y ruina de su Estado común y de la democracia del 78. Y Sánchez percibe que, para defender su posición amenazada por el declive electoral, le viene bien profundizar las divisiones mediante rupturas lingüísticas impuestas desde arriba al mismísimo Congreso, pervirtiendo sus funciones representativas.
El tópico de que un Congreso de Babel representa un avance de la democracia, y no el retroceso que será, es otra consecuencia del profundo desarme de la opinión pública en principios políticos sólidos y conocimientos culturales no epidérmicos, efecto a su vez de la rendición de las élites al nacionalismo, a la manipulación partidista del lenguaje y al abandono del conocimiento y el talento como bienes a proteger y fomentar. Así que me siento obligado a dar dos sencillas razones de por qué debería impedirse el Congreso de Babel. Ahí van.
La primera y más simple es que los diputados no representan a sus partidos, sus votantes ni sus lenguas: todos nos representan a todos. Es un principio de la democracia representativa tan esencial como absolutamente orillado por la degeneración política. Como los diputados nos representan a todos, tienen la obligación de dirigirse a nosotros y debatir entre ellos en la lengua común, el español o castellano. Los parlamentarios no tienen derecho a convertir la vida parlamentaria en extensión de su vida privada, en la que tienen todo el derecho a hablar en lo que prefieran e incluso a callar. Anote: cuando un diputado se dirija a usted en el Congreso en una lengua distinta a la oficial y común (fuera de citas concretas o frases de cortesía), es porque le considera a usted un extranjero. Eso es todo.
Sin duda sin lengua no hay cultura pero, al igual que el sonido y la música o el instrumento y el trabajo, son cosas diferentes.
La segunda razón es que el argumento de que las lenguas son cultura, y por tanto promover las lenguas significa mejorar y ampliar la cultura, es una falacia. Sin duda sin lengua no hay cultura pero, al igual que el sonido y la música o el instrumento y el trabajo, son cosas diferentes. He explicado brevemente ese error tan popular en este hilo de Twitter con los ejemplos de dos grandes y excepcionales lenguas de cultura, el griego y el hebreo.
El griego ha sido la lengua de culturas tan distintas como la clásica pagana y la medieval ortodoxa cristiana o la moderna, de Homero, Eurípides, San Nectario de Egina y Constantino Cavafis. Una sola lengua y muchas culturas sucesivas y a veces enfrentadas. Las culturas judías se han desenvuelto igual de bien cuando el hebreo dejó de ser lengua hablada del pueblo de Israel (en la época de los Macabeos) y su uso se limitó al culto en la sinagoga y el estudio, sustituido por otras en la vida social, como el ladino judeoespañol y el yiddish askenazi: dejar de hablar hebreo no convirtió a los judíos en gentiles. Habría ejemplos similares para miles de páginas: pensemos por ejemplo en la inteligente relación de Irlanda con el inglés de sus detestados colonizadores…
Cultura más dañada
Trasladado a España, esto significa que nuestra cultura o culturas (la catalana, la vasca, la gallega y cualquier otra) no van a mejorar en nada porque los separatistas impongan en nuestro Congreso la negación de la lengua común con vistas a liquidar a la propia comunidad política, llamada España. Por el contrario, nuestra cultura política y general quedará aún más dañada, y la convivencia más amenazada. Todo para que Sánchez pueda seguir en la Moncloa apoyado por lo peor de cada casa. Atención a este retroceso adicional, porque es mucho más significativo de lo que parece a primera vista.