Ignacio Varela-El Confidencial
- El auto homenaje que se está propinando Aznar con el pretexto de conmemorar su llegada al poder en 1996 podría desembocar en desengaño y hartazgo recíproco entre él y sus fieles
En 1932, Enrique Jardiel Poncela escribió su última y, probablemente, mejor novela: ‘La tournée de Dios’. En ella, relata genialmente la visita de Dios a España, que comienza con un recibimiento fervoroso en el Cerro de los Ángeles y desemboca en desengaño y hartazgo recíproco entre el Ser Supremo y sus fieles. La República censuró la obra por beata y el franquismo la censuró por blasfema.
Algo así podría suceder en el Partido Popular si José María Aznar prolonga más de la cuenta el auto homenaje que se está propinando con el pretexto de conmemorar su llegada al poder en 1996. El pantocrátor del PP aprovecha la gira mediática para revestir de leyenda histórica aquel momento y airear el listado completo de reproches a todo lo ocurrido en su partido desde que (voluntariamente, nunca se olvida de subrayarlo) abandonó el mando en 2004.Al parecer, él no tuvo nada que ver con aquella derrota electoral y todo lo que sus sucesores han hecho desde entonces hasta el día de hoy ha sido derrochar la preciosa herencia política que él les dejo, hasta llevar el partido a su impotencia actual. Motivo por el que, según le contó a Évole en La Sexta, “no ha pasado un solo día, ¡ni uno!, sin que me hayan pedido que vuelva”.
Es frecuente en quienes mandaron mucho reconstruir en sus cabezas una historia de la historia, creerla firmemente y narrarla con total sinceridad. El relato de Aznar viene tan sobrecargado de mistificaciones sobre el pasado como ayuno de ideas útiles para el presente y el futuro. Si lo primero resulta humanamente comprensible, lo segundo es, en el mejor de los casos, políticamente estéril. En la actual disyuntiva del PP, no sé si con esa narrativa se ayuda; pero ayudar, no ayuda.Es de justicia histórica resaltar que José María Aznar construyó, casi desde la nada, lo que la derecha española jamás había tenido antes: un partido político de verdad, capaz de competir y ganar en la contienda democrática. En la Transición, Suárez fracasó en el intento de construir un partido, y Fraga ya hizo bastante atrayendo el franquismo social hacia la democracia.
Aznar fue doblemente clarividente. Comprendió que la derecha necesitaba un instrumento político al menos tan sólido y eficiente como el que González y Guerra montaron sobre los restos del viejo PSOE. Y comprendió también que, en una sociedad escorada hacia la izquierda, la única posibilidad de ser alternativa de poder pasaba por aglutinar bajo una misma sigla todo el espacio que abarca desde los nostálgicos del franquismo a los fronterizos con la socialdemocracia, y hacerlo sin que resultara un gallinero ingobernable. Lo consiguió y, con ello, contribuyó decisivamente a la consolidación del sistema. Esa es la mejor parte de su legado, pero puede arruinarla si sigue empeñado en arrojársela a la cara a quienes hoy, en circunstancias radicalmente diferentes, tienen ante sí la tarea ingente de construir una alternativa viable de poder a la alianza estratégica del partido sanchista, la extrema izquierda populista y todas las fuerzas del nacionalismo destituyente.Precisemos algunas cosas:
- Aquella victoria del 96 resultó ser más pírrica que grandiosa, y no porque estuviera muy difícil. De hecho, lo difícil era que el PP perdiera aquella elección o no obtuviera la mayoría abrumadora que anunciaban las encuestas tres meses antes de votar. Pero Aznar estuvo a punto de lograrlo: menos de 300.000 votos lo separaron de un PSOE dividido y exhausto, incapaz de seguir gobernando un solo día más, con un González que ya se marchaba y a última hora decidió presentarse sin otro propósito que aminorar la segura —y necesaria— derrota de su partido. No sé dónde está la leyenda.
- Es cierto que Aznar se consolidó durante la primera legislatura, combinando una política inteligente, moderada y reformista con el estado comatoso de su rival. Pero interpretó muy mal su mayoría absoluta de 2000. Quiso ver en ella una mutación ideológica del país y un talón en blanco al portador, y se lanzó a encadenar errores dictados por la prepotencia. Con la sucesión del escándalo del Prestige, la guerra de Irak y la funesta gestión del 11-M desde la Moncloa, regaló a Zapatero una victoria para la que este no estaba preparado. Es hora de admitir que, con un comportamiento menos alocado de Aznar durante las horas críticas que siguieron al atentado, Mariano Rajoy no habría tenido que esperar ocho años para ser presidente del Gobierno.
- La inculpación de Aznar a su propio partido es singularmente injusta porque ninguno de los elementos de la crisis actual del PP le es ajeno. Para empezar, sus dos sucesores alcanzaron el liderazgo porque él lo quiso. Eligió personalmente a Mariano Rajoy y, al día siguiente, ya comenzó a segarle la hierba bajo los pies. Pablo Casado, un producto de laboratorio de la Fundación FAES, ganó un congreso porque Aznar echó el resto en despachos y pasillos para sacar de la pista a Soraya Sáenz de Santamaría, que había ganado las primarias. Es más, estimuló el genocidio de dirigentes cualificados al que se lanzó Casado (imitando el modelo de Sánchez en el PSOE), que ha desprovisto a ese partido de recursos de personal para montar un Consejo de Ministros a la altura de las circunstancias.
Bárcenas, Rodrigo Rato, la caja B y todo lo demás que ahora se le atraganta al PP no los inventó Rajoy, ya estaban allí cuando él llegó. Todo lo que se le puede reprochar al indolente Mariano es que primero no movió un dedo para frenar el saqueo y después no apechugó con la responsabilidad cuando pudo y debió hacerlo, prolongando la agonía de su partido hasta hoy.
También son de la cuenta de Aznar muchas de las cosas que hoy exasperan al electorado de la derecha, como la transferencia incondicional de la sanidad y la educación a las comunidades autónomas, la consolidación del cupo vasco (Xavier Arzallus: “He conseguido más de Aznar en 14 días que de González en 14 años”) y la pasividad ante las leyes pujolianas de inmersión lingüística. Todas ellas forman parte del discurso con el que Vox está demoliendo al PP (por cierto, Santiago Abascal perteneció a la Junta Directiva Nacional del PP entre 2000 y 2005).
Con todo, lo que más se echa en falta en esta ‘tournée’ de Aznar y en el comisariado ideológico con el que pretende seguir vigilando a su partido es que acompañe la catarata de reproches con una respuesta precisa a esta cuestión: «Oiga, exactamente, ¿qué es lo que propone hacer, aquí y ahora?». Si no da esa respuesta, es porque no la tiene. Probablemente, nadie la tiene.