Agustín Valladolid-Vozpópuli
Lo que debe evitar en todo caso el presidente es que un excesivo afán por sacar rédito político a los desmanes trumpistas acabe perjudicando gravemente al país
Hay que reconocerles a Pedro Sánchez y a sus asesores una elevada competencia en el análisis de contextos y en su posterior aplicación a las decisiones políticas. Por lo general, el equipo de estrategia de Moncloa ha sabido responder con agilidad y apreciable eficacia a las múltiples situaciones que han requerido una rápida readaptación de su presidente al entorno. A veces con excesiva eficacia.
No me refiero al entorno afectado por el interés general, sino al exclusivo de Sánchez, quien ha sabido encontrar casi siempre el camino y el relato adecuados para convertir sus frecuentes quebrantamientos de la palabra dada y de sus compromisos electorales en nuevas oportunidades para marcar territorio, establecer diferencias con los adversarios y reagrupar a sus seguidores.
Pero es ahora cuando el equipo de hechiceros de Presidencia del Gobierno está siendo sometido a una verdadera prueba de fuego. El shock provocado por el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido de tal envergadura que ha echado por tierra cualquier previsión y desmontado cualquier bosquejo previo de posicionamiento y respuesta.
Una cosa es realimentar un cierto protagonismo como defensor de Zelenski y otra muy distinta convertirte en el líder de la resistencia anti-Trump. Eso es lo que tiene que medir bien Sánchez
Toca reposicionarse con rapidez y en eso están. Sin descartar el papel de Sánchez-Llanero-Solitario de la progresía internacional, pero evitando hacer estridentes tonterías. Básicamente porque Trump ya ha dejado claro que no le preocupa en absoluto que las suyas, las tonterías, sean mucho mayores, encantado como está con el rol del gorila con dos pistolas cargadas que irrumpe de improviso en la habitación.
Una cosa es realimentar el papel protagonista de defensor de Zelenski y otra muy distinta convertirte en el líder de la resistencia anti-Trump. Eso es lo que tiene que medir bien Sánchez. Si el mono ha llamado dictador al presidente de Ucrania, ¡qué no será capaz de hacer con el primer ministro de un país que militarmente, y en clave de aportación a la defensa de Ucrania y Europa, es un pigmeo!
Donald Trump solo ha necesitado un mes para superar, por mucho, el peor de los presagios: su determinación de dinamitar el orden internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que hay que entender, antes de tomar decisiones aventuradas, es que el empresario neoyorquino y el pelotón de fusilamiento que le acompaña son mucho más que una anomalía temporal.
Hartazgo norteamericano frente a la Europa del bienestar
Trump es la materialización de un sentimiento muy arraigado en amplios sectores de la sociedad americana: el hartazgo frente a una Europa que ha delegado su seguridad en el paraguas estadounidense mientras construía un Estado de bienestar que muchos norteamericanos contemplan con creciente resentimiento.
En el caso concreto de España, Trump tiene sólidos argumentos para acrecentar el sentimiento de agravio. Un ejemplo: Estados Unidos ha donado hasta la fecha unos 75.000 millones de dólares a Ucrania, 46.560 en ayuda militar y alrededor de 26.400 en concepto de asistencia financiera. Nuestro país, según los últimos datos del Ministerio de Asuntos Exteriores, 110 millones de euros, aunque hay comprometidos otros 1.100 en material militar. Muy por debajo en todo caso de los 18.900 millones de Alemania o los 7.270 del Reino Unido.
Conviene no tentar a la suerte. Un Donald Trump instalado en el Despacho Oval como si fuera el plató de “Sálvame Deluxe”, disparando ráfagas de aranceles y descalificaciones ad hominem, nos puede dar un disgusto mayúsculo. Ya no se trata de Sánchez, se trata de España. Y es eso lo que tiene que medir el presidente del Gobierno; y sobre todo evitar: que un excesivo afán por sacar rédito político a los desmanes trumpistas acabe perjudicando gravemente al país.
La gran duda que sobrevuela la política nacional es si tenemos el Gobierno que hace falta para capear el temporal; si Sánchez, a estas alturas, quiere y puede rectificar, recuperando el consenso en los asuntos centrales del Estado
Difícil pero necesario equilibrio el que tendrán que delimitar los druidas del sanchismo si quieren que nada de lo que haga el presidente norteamericano deje de ser políticamente rentable porque se les vuelva en contra. Yo avanzo un pronóstico (que quizá sea más bien un deseo): que Pedro Sánchez se va a desempeñar en este nuevo contexto con más cautela de la que se presupone, porque sabe -y si no lo sabe ya se lo habrán dicho- que no le hace falta sobreactuar. Que ya sobreactúa Trump.
Esta va a ser una larga travesía, con tormentas que pueden alterar bruscamente las actuales previsiones demoscópicas. Incluso a favor de Sánchez. Su problema, y la gran duda que sobrevuela la política nacional, es si tenemos el Gobierno que hace falta, el que necesitamos para capear el temporal, para parar el golpe; si Sánchez, a estas alturas, quiere y puede rectificar, abandonando una nefasta política de confrontación y recuperando el consenso en los asuntos centrales, y la prudencia y el sentido de Estado como herramientas fundamentales con las que enfrentar un futuro que más que incierto se ha vuelto declaradamente amenazador.
Y es llegado este punto cuando el pronóstico se viene abajo. Donde la duda ofende. Donde no parece posible que Sánchez, por muy grandes y graves que sean los riesgos para el país, esté política y psicológicamente capacitado para un giro tan radical, para desandar el camino y poner fin a la fatal estrategia de disgregación diseñada, y hasta ahora siempre ratificada, por sus consejeros.