ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 17/07/14
· El Rey, en 1999, al hoy presidente del consejo independentista catalán: «Carles, con las cosas de comer no se juega».
El 20 de julio de 1999, en plena tregua-trampa de ETA, el Tribunal Constitucional torció la mano del Supremo y liberó a los 23 integrantes de la Mesa Nacional de HB, condenados a siete años de cárcel por colaboración con banda armada. La razón aducida por el ponente del texto para desautorizar al Supremo apelaba al carácter supuestamente desproporcionado de la pena impuesta a los batasunos y resultaba tan peregrina que ni siquiera los abogados filoetarras la habían incluido en su recurso, por más que a día de hoy escuchemos argumentos similares en labios de jueces de la Audiencia Nacional.
El redactor de ese «monumento jurídico» exculpatorio, pionero de la que tiempo después legalizaría al brazo político de la organización terrorista con el fin de permitir su regreso a las instituciones democráticas, en el contexto del «proceso de paz» auspiciado por Zapatero, se llamaba Carles Viver Pi-Sunyer y era a la sazón el número dos del TC, órgano al que había accedido a propuesta de CiU. Hoy día este jurista de discutible prestigio preside el Consejo Asesor para la Transición de Cataluña, eufemismo bajo el que se oculta un tinglado encargado de revestir de aparente legalidad la secesión de una parte del territorio español, en flagrante violación del espíritu y la letra de nuestra Carta Magna.
El 15 de septiembre de aquel aciago 1999, un par de meses antes de que ETA rompiera su engañoso alto el fuego y reanudara los asesinatos, se celebraba en Madrid la Apertura del Año Judicial, bajo la presidencia de Su Majestad el Rey. Entre los presentes se encontraba el citado Viver Pi-Sunyer, entonces vicepresidente del órgano encargado de velar por el cumplimiento de nuestra Ley de leyes, hoy presidente del Consejo que tiene por misión hallar el modo de traicionarla impunemente. Don Juan Carlos, en un gesto característico suyo, cogió del brazo al magistrado y se lo llevó a un aparte, en busca de discreción, aunque un testigo de lo acontecido oyó claramente las palabras que salieron de su boca: «Carles, con las cosas de comer no se juega».
Han pasado quince años y el nacionalismo desleal ha seguido jugando sin mesura con las cosas de comer, mientras devoraba ávidamente toda ofrenda destinada a aplacar su apetito insaciable. Cada provocación por su parte ha sido respondida desde los sucesivos gobiernos con muestras de debilidad, dádivas, privilegios fiscales, tolerancia con los sucesivos incumplimientos de sentencias firmes en materia lingüística, abandono progresivo de los ciudadanos que desde Cataluña reclaman el amparo del Estado español, y diálogo de sordo (o con sordo), toda vez que uno de los interlocutores se niega a escuchar al otro. Porque esa Constitución, la misma que juró servir Carles Viver y a la que ahora afrenta al servicio del separatismo sedicioso, establece inequívocamente que España es una Nación única e indisoluble, cuya soberanía reside en el pueblo español. Lo que significa que somos todos nosotros, el conjunto de los españoles, los llamados a decidir lo que se hace con nuestro país. Por muchas manifestaciones que se orquesten desde la Generalitat o sus aledaños, por más leyes que se saque de la manga el
Parlament invadiendo competencias ajenas, por abultado que fuese el resultado de unas elecciones plebiscitarias precedidas de otra campaña de mentiras financiada con nuestros impuestos, esto seguirá siendo así.
Ya no queda nada con lo que jugar. Se han agotado las ofrendas propiciatorias de un entendimiento que nunca estuvo en el ánimo de quienes con una mano prometen y con la otra apuñalan. Sólo queda aprender de los errores pasados y actuar en consecuencia, o bien quemar la Constitución y tirar definitivamente la toalla.
ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 17/07/14