JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO
- Los finales de legislatura son tiempos que exigen acentuar la propia identidad y propician movimientos tan extraños que nadie los habría esperado
Las discrepancias entre socios han acompañado a este Gobierno desde el inicio de su andadura. Nada raro en una coalición que, pese a su diversidad interna, se decidió en una noche, durante aquel duermevela en que inquietantes pesadillas turbaron el sueño del jefe del partido ganador de los comicios. Durante un tiempo, la tensión fue cosa de dos, provocada y controlada, a la vez, por el fuerte carácter de los líderes de los socios coaligados, Sánchez e Iglesias. Pero, tras la dimisión de éste y la designación de Yolanda Díaz como su sucesora, las cosas fueron a peor, transformándose la tensión a dos en otra a tres, más agria y compleja. Al desdén que la nueva líder había ya dejado entrever hacia el modo de hacer política de sus compañeros de Podemos sumaba ahora la muy personal decisión de montar, de cara a las elecciones generales, una plataforma que, al devaluar la relevancia de ese partido, elevaba la tensión que ya se percibía en su seno a frontal enfrentamiento. Son hoy más noticia la distancia entre Podemos y Yolanda Díaz que la que se da entre ambos y el socio socialista.
Hasta ahora, las discrepancias no habían puesto en riesgo la coalición. El aguante no se debía tanto a la naturalidad con que agentes políticos y sociales asumían la inevitabilidad de tensiones entre grupos de ideología y orígenes tan distantes. Obedecía, sobre todo, a que la coalición avalaba la relevancia política y la ganancia de beneficios a los socios coaligados, así como al grupo de aliados que los acompaña. Pero, en cuanto el proceso electoral asomó por el horizonte, surgió en algunos el temor de que tan abigarrada promiscuidad pudiera serles más perjudicial que ventajosa. La ilusión, si es que alguna vez la hubo, se tornó resignación, y lo poco que de ella acaso quedara se mantiene por temor a una alternativa indeseable. En ésas estamos.
En el tramo final de toda legislatura, suelen ganar fuerza las propuestas que más y mejor identifican el carácter de cada partido. En el caso de Podemos, a ésas pertenecen las leyes ‘trans’ y del ‘sólo sí es sí’. Ambas son para ellos lo que la justificación por la fe para Lutero: «Articulus stantis vel cadentis Ecclesiae», es decir, trasladado a nuestro caso, un asunto por el que se mantiene en pie o se derrumba la coalición. Sánchez lo ha entendido y, tanto en una como en otra, templa gaitas y se muestra incluso más cercano a Podemos que a su partido. Gana tiempo, alargando la tramitación, pero sin rechazar el meollo, en la primera, y, en vez de rectificar, prefiere, en la segunda, encomendarse a la unificación de doctrina por parte de la Justicia. Parecida actitud adopta, por cierto, respecto del aliado ERC. Cede en la sedición y evita pronunciarse sobre la malversación. El equilibrio se mantiene para que la coalición y su entramado no se derrumben.
Lo de Podemos es, sin duda, lo más decisivo. Pablo Iglesias, que, si no el mando, mantiene la autoridad en su partido, expuso hace unas semanas, en una de las tertulias que protagoniza, su teoría sobre por qué Pedro Sánchez haría coincidir, el próximo mayo, las elecciones generales con las autonómicas y municipales. Y, analizados los últimos movimientos, la teoría se revela, más que profecía, intencionado ‘wishful thinking’ o calculada expresión de un deseo. Su puesta en conocimiento público supone, en efecto, un aviso, y hasta un toque de presión, en busca de que los hechos se acomoden a su voluntad.
Lo que Iglesias dice que Sánchez haría es lo que a él le gustaría hacer. La contumaz terquedad con que Podemos está defendiendo las dos leyes citadas suena, en tal sentido, a amenaza dirigida a su socio en los perentorios términos de, o aceptas en ambos casos mi postura en su integridad, o tumbo la coalición y fuerzo la caída del Gobierno. O quizá hasta logre que me echen. En cualquiera de los dos casos, el malo sería el otro. Y, una vez más, la sombra de la malquerida Yolanda se cernería sobre la decisión. Unas elecciones generales en mayo la dejarían sin tiempo para consolidar su proyecto. Dos pájaros, pues, de un tiro. De un lado, reafirma uno la propia identidad y se desembaraza del desgaste de la implicación gubernamental en tiempos en que pintan bastos y, de otro, deja hundir bajo sus pies el suelo sobre el que la rival, más que amiga, se propone erigir su propuesta. La trama, como la urdida en su día por lady Macbeth, es recurrente en la historia. Y, tras esta elucubración, sólo espero del lector el comprensivo ‘se non è vero, è molto ben trovato’ que se ganó el bueno de Giordano Bruno por la suya.