ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 09/02/15
· El PSOE va camino de convertirse en bisagra y sea cual sea la opción que elija respaldar estará firmando su sentencia de muerte.
El PSOE está metido en una trampa que podría engullirle a él, y con él, a todos nosotros, antes de lo que pensamos. Un cepo cruel, sin escapatoria aparente, cuyas fauces se estrechan de día en día ante la mirada impotente de Pedro Sánchez. Una pesadilla.
A juzgar por la tendencia que marcan unánimemente las encuestas, el partido que más años ha gobernado en democracia va camino de convertirse en bisagra, con el agravante de que sea cual sea la opción que elija respaldar estará firmando su propia sentencia de muerte. Si se abraza a Podemos, cuyo ascenso meteórico es inversamente proporcional al adelgazamiento de la base electoral socialista, el oso populista lo acabará triturando, como ha ocurrido en Italia y Grecia. Si se impone la sensatez que lleva a intentar una coalición con el Partido Popular, su electorado más fiel, firmemente anclado en una posición visceralmente incompatible con lo que perciben como «la caverna», será implacable en el castigo. A ese dilema se enfrenta el jefe de la oposición, sin haber tenido arte ni parte en el cúmulo de errores que ha llevado a su formación a semejante atolladero.
De hecho fue Zapatero, ese líder de infausta memoria tanto para el socialismo como para España, quien abrió la caja de los truenos con sus devaneos ideológicos destructores de los acuerdos más o menos tácitos que habían cimentado hasta su llegada al poder el progreso espectacular de nuestro país. Si no existe la Nación («concepto discutido y discutible») y la Constitución es ilegítima (Ley de Memoria Histórica) todo salto al vacío está permitido. Y puestos a saltar, mejor hacerlo libres de mochilas, a lomos de un movimiento mesiánico que apela a las emociones más puras por sucias que sean sus tácticas. Un grupo de auténticos maestros en el arte de la manipulación de masas (no en vano se refieren a «la gente» o al «pueblo» en vez de hablar de «ciudadanos», término cargado de connotaciones democráticas) dispuestos a dinamitar todos los pilares del sistema hasta dejarlo reducido a escombros. A siniestra, pues, un abismo de sinrazón que avanza veloz e imparable, ha deglutido ya a IU y sigue barriendo o borrando el paisaje político a su paso, como la «nada» de Michael Ende en «La Historia Interminable».
¿Y a diestra? Allí, en el centro derecha agrupado bajo las siglas PP, muchos ven la salvación. Desde las más altas instituciones hasta el Ibex 35 en bloque, pasando por multitud de analistas, se alza un clamor en demanda de un gran pacto de Estado que mantenga la estabilidad en aras del crecimiento económico. Un deseo a menudo convertido en pronóstico (lo que los anglosajones denominan «wishful thiking») enfrentado a un sinfín de obstáculos de difícil o imposible superación. Primero, la citada aversión casi irracional de una parte sustancial del electorado socialista a todo lo que huela a derecha, reflejada recientemente en las críticas vertidas contra Sánchez por firmar con Rajoy un acuerdo destinado a combatir el terrorismo yihadista. Segundo, el calendario electoral, que sitúa las municipales antes de las generales. ¿Alguien se imagina gobiernos de coalición PP-PSOE en ayuntamientos pequeños, medianos o incluso grandes, como Madrid o Valencia? Habría que superar tales barreras de prejuicios ancestrales, forzar de tal modo la sociología local, que la hipótesis resulta sencillamente irrealizable.
En ausencia de mayorías absolutas, parece más plausible pensar en frentes anti-PP como los fraguados en Cataluña, Galicia o Baleares en la era ZP, con las consecuencias de todos conocidas. Frentes suicidas a largo plazo, susceptibles, sin embargo, de alimentar a la corta más de una boca hambrienta tras largos años de intemperie. Y después del banquete, el diluvio.
ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 09/02/15