Miquel Gilénez-Vozpópuli

  • La atomización, magnífica excusa para vivir de la revolución sin verse obligada a realizarla. Hoy es un magnífico ejemplo de esta estrategia

Suponiendo que quienes dicen gobernarnos conozcan a Demócrito bien harían en recordar que para ese gigante solo existían átomos y vacío. El resto, decía, solo eran opiniones. Este sabio conocía muy bien la condición del ser humano, el animal que se encubre, y encubrimiento es lo que oímos en quienes han decidido segmentar la lucha por la libertad, dividiéndola en cuantas más partes mejor. Demócrito no se tomaría en serio a estos apóstoles de las mini causas perdidas puesto que defendió siempre reírse de los ignorantes. Nada más lejos de él que la gravedad impostada, los discursos huecos o la consigna repetida machaconamente.

Al socialismo y ya no digamos al comunismo estalinista, perseguidor de lo libre, tan condenado en el parlamento europeo como el nazismo, les fue de perlas descubrir que, como la revolución implicaba un riesgo físico que no podía afrontar su condición cobarde, lo mejor era ir del todo a la parte. Nada de luchar por el progreso de la humanidad, por la libertad del pueblo, ni siquiera por el proletariado. Era más útil luchar por la ecología, el feminismo, los derechos del consumidor, los colectivos trans, el derecho a la ocupación, el calentamiento global, el animalismo, los derechos de este o aquel pequeño país, en fin, convertir en un puzle complicadísimo de encajar lo que antes se englobaba en un solo concepto. Eso permitía crear miles de conflictos y una miríada de organizaciones en las que dar pienso a los acólitos. Pero, repetimos, existen los átomos y el vacío.

Esos átomos son las partículas activas que giran, que conviven sin tocarse y a las que une esa energía universal. Es el èlan vital. El vacío, por el contrario, es la nada. La sociedad real está compuesta por esos átomos que la hacen vibrar, moverse, cambiar. De ahí que cuando no se es átomo por pura inacción se elija el vacío y, en aras de ofrecer una imagen atractiva, se presente a trocitos, disimulado, porque la rotundidad y el temor, heraldos del vacío, atemorizan. Un buen ejemplo es el calendario pagano con el que se quiere sustituir al tradicional, y que ya intentaron instaurar los nazis o el régimen estalinista, y que tiene sus santos, sus mártires y su liturgia. Uno de sus días sacros es hoy, 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, día de la mujer contra el hombre, día del odio al sexo masculino, día del vómito interesado contra no tan solo el género masculino sino también contra todas las mujeres que no pertenezcan a la nueva iglesia del feminismo. Es un día donde la reivindicación deja de existir, sustituida por el hostigamiento, el revanchismo, y el olvido de muchas, muchísimas mujeres.

Este 8 de marzo es una trampa urdida por hormiguitas que se consideran superiores, que se plantan ante el cosmos desafiándolo en un gesto tan estúpido como carente de sentido

La historia no es el fruto de la lucha de clases ni de los hombres contra las mujeres; tampoco es el combate del humano contra la deidad. La historia así simplificada como lucha de la izquierda, simplemente es mentira. Porque nuestro devenir a lo largo de los siglos es un cósmico ensayo de tanteo y error, de avance y retroceso, de azar y necesidad como decía Demócrito y sentenció Jacques Monod en su más que recomendable libro “El azar y la necesidad”. El principio de la objetividad, decía Monod, implica la ética del conocimiento y eso nos lleva aceptar que surgimos de la casualidad. No avanzamos hacia nada porque no hay nada hacia lo que avanzar. Solo nuestro sentido moral nos define. Somos meras partículas en un universo en el que lo máximo que podemos aspirar es a la humildad y a ser útiles a nuestros semejantes. Todo el marxismo se cae a pedazos ante este hecho que desmonta las luchas proteicas que los comunistas pretenden hacernos creer que constituyen el motor de la historia. No es más que el ser humano el que perjudica o beneficia al ser humano. No existe más dictadura que la de humanos contra humanos. No existe más bondad en hombres que en mujeres, en ricos que en pobres, en ateos que en creyentes porque todo es permutable y no existen leyes biológicas deterministas, a pesar de las teorías racistas. El crimen es el crimen lo cometa quien lo cometa, el injusto lo es independientemente de su sexo, la miseria no tiene biología. Solo la bondad, la rectitud, la justicia puede erradicar las lacras que llevamos en nuestra condición de seres humanos. De ahí la enorme deformación al enfrentarnos a los unos contra los otros, cuando nuestro peor enemigo está dentro de nosotros mismos. La igualdad real solo la otorga la bondad, amarse los unos a los otros, auxiliar al necesitado, socorrer al pobre, compartir lo que se tiene, como dijo cierto carpintero de Galilea. Pero no pueden admitir esa igualdad porque ellos no aman, solo saben odiar.

No tan solo abominan de Dios. También lo hacen del universo. Este 8 de marzo es una trampa urdida por hormiguitas que se consideran superiores, que se plantan ante el cosmos desafiándolo en un gesto tan estúpido como carente de sentido. Vacío con ínfulas de átomos.