- Apoyar la transición de ETA desde el terrorismo al poder sin que se hayan cumplido algunas exigencias mínimas es una traición política y una afrenta moral a los españoles.
Los críticos de la Transición siempre han argüido que ese proceso estuvo condicionado de manera inequívoca por el poder militar (poder que por aquel entonces todavía era, a su modo de ver, franquista) y por otras limitaciones similares, sin que de nada pueda servir, a juicio de esos puristas, el refrendo mayoritario de los españoles en el referéndum de 15 de diciembre de 1976 ni lo que vino luego.
Es decir, la aprobación popular de una Constitución elaborada en las Cortes y nada menos que una continuidad constitucional de cerca de cinco décadas con numerosas elecciones libres del más diverso tipo. Para estos idealistas tan peculiares, hubo un defecto de origen y sería necesario empezar de nuevo.
La ley de memoria democrática de Pedro Sánchez forma parte de ese ideal tan estrambótico, pero pretende algo todavía más insólito. Que se revise de arriba abajo la política española hasta bien entrado 1983, con Felipe González en la Moncloa a lomos de 208 escaños.
Y ello se hace a petición de un grupo político cuya relación íntima con ETA no es ningún secreto para nadie. Entre otras cosas, porque ellos se encargan de que esa relación sea el hilo conductor de su política apenas diez años después de su abandono de la actividad terrorista y a tan sólo cuatro años de que ETA dijese que había desmantelado sus infraestructuras por haberse disuelto.
El proceso de integración de militantes de grupos terroristas en instituciones democráticas es la única vía posible para todos, una vez se cumplan una serie de condiciones que, en este caso, distan bastante de haberse cumplido.
Si la desaparición de la banda hubiese sido seguida de una petición pública de perdón por los horrendos crímenes cometidos, y de una puesta a disposición de la Justicia de la información que sólo ellos tienen para que se puedan resolver los muchos procesos judiciales pendientes, sería lógico argumentar que personas que han cumplido sus condenas y han dado muestras de rehabilitación moral puedan ejercer sus derechos políticos sin merma alguna.
«Ni ETA ha puesto su información a disposición de los jueces ni la mayoría de sus nuevos dirigentes ha dicho nada que insinúe una rectificación»
Lo que ha pasado en España no ha sido eso, sino algo que se le parece muy poco, porque de una manera deliberada se ha pretendido ir haciendo algo muy distinto. Ni ETA ha puesto su información a disposición de los jueces legítimos, que administran una Justicia que emana del pueblo, ni la mayoría de sus nuevos dirigentes ha dicho nada que insinúe una rectificación, sino que se han limitado a muy ambiguas palabras sobre su supuesta bondad y sus inalienables derechos, que siempre dicen poseer en nombre del pueblo vasco.
Esto ha sido compatible con un continuado rosario de homenajes a etarras excarcelados que son recibidos con muestras de alborozo no por su mera vuelta a casa, sino por lo muy admirable que, al parecer, ha resultado su conducta.
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Con todo, ese proceso, repleto de mentiras y de indignidad, podría haber sido tolerado de facto dada la propensión de los españoles a mirar hacia adelante y a olvidar unos años de ignominia, vergüenza y miedo.
Pero ha vuelto a suceder que los herederos de la barbarie etarra, que muchas veces no son herederos, sino los mismos asesinos vestidos con pieles de cordero, han interpretado mal esa tendencia acomodaticia a olvidar.
Pero, sobre todo, han visto que estaban ante un Gobierno carente de cualquier sentido de responsabilidad histórica. Y han decidido lanzarse a convertir su espantosa historia de muerte y barbarie en un paso decisivo en la conquista de la libertad.
Es inaudito que se hayan atrevido a iniciar una maniobra tan obscena y mentirosa, pero lo que alcanza límites casi impensables es que haya un Gobierno y una mayoría parlamentaria suficiente dispuestos a acogerla y a aprobarla.
ETA le da la vuelta al calcetín de la historia y fabula su propia transición a lo que le interesa con la cómplice y bobalicona condescendencia de un PSOE que, en efecto, está haciendo cosas que hielan la sangre, y de una serie de grupos que se dicen más a su izquierda y que es seguro ven en este primer paso un amplio portillo a sus más delirantes fantasías.
No les ha de faltar, como es obvio, el apoyo del resto de las fuerzas, no escasas por desgracia, que no son capaces de imaginar otra cosa que una futura desmembración de España.
«No tendrán éxito ni la destrucción de la unidad de España ni el intento de escribir una historia del todo falsa bajo el supuesto amparo de la democracia»
Ni unos ni otros conseguirán nada. Pero se están dando el gustazo no ya de pisar moqueta, sino de reírse de lo que resulta más sagrado a una buena mayoría de españoles. Su admiración por quienes perdieron su vida a manos de ETA y su deseo de que nada semejante vuelva nunca a suceder.
No tendrán éxito, ténganlo por cierto, ni la destrucción de la unidad de España ni el intento de escribir, ahora sí, una historia del todo falsa bajo el supuesto amparo de la democracia. Pero no será porque Gobiernos como este de Sánchez hagan nada por evitarlo, sino porque los españoles le pedirán cuentas de esta última felonía, que es de naturaleza inolvidable e inequívoca.
El revisionismo que el Gobierno pretende hacer de nuestra historia reciente es la antesala de un calculado derribo del orden constitucional que, con todos los defectos que se quiera, ha sabido mantener la libertad, la democracia y un alto nivel de convivencia cívica y política que ahora se quiere romper.
Cuando se transige con confusiones entre la vía constitucional y el supuesto legado político de ETA se están dinamitando los cimientos de la concordia entre españoles. Las víctimas de ETA, sus allegados y sus familias, han dado un admirable ejemplo de respeto a los procedimientos de la Justicia, aunque estos no hayan sido siempre lo eficaces que sería deseable. También han hecho de su apuesta por la paz civil y la renuncia a la venganza y a cualquier violencia un admirable ejemplo de moralidad civil y personal.
Es incomprensible que el Ejecutivo se haya prestado a transigir y pactar con quienes, además de despreciarlo, pues al fin y a la postre es el Gobierno español, no pretenden otra cosa que acabar con el sistema del que este toma una legitimidad que se está poniendo en tela de juicio con esta clase de mistificaciones históricas y de obscenidades morales.
Son muchos los que piensan que este Gobierno actúa así como consecuencia de su debilidad, que no tiene otro remedio que acogerse a los escaños a los que se acoge si quiere continuar en el poder, se supone que para cumplir un programa asumible por sus votantes.
Esta es una interpretación muy miope. Todo Gobierno tiene varias posibilidades, también este. El hecho de que Sánchez haya escogido un camino que cuestiona el orden político vigente no se debe a su debilidad, sino a su soberbia.
A esa creencia, que anida en el corazón de determinadas izquierdas de ahora, de que su existencia sólo se justificará si aciertan a romper el molde en el que sea posible la alternancia política que es inevitable en cualquier democracia.
«Al defender la legitimidad del relato terrorista, Sánchez roba a las víctimas la memoria fiel de su sacrificio y de los ideales que le dieron un sentido»
Lo que Sánchez comparte con EH Bildu no es un apaño para seguir unos meses en la Moncloa. Es algo más y algo muy distinto al mero afán de poder.
Es la convicción de que se ha de hacer cuanto se pueda para evitar que alguien distinto a la izquierda pueda ganar unas elecciones, porque ese es el origen de todos los males que impiden que los pueblos puedan gozar del socialismo. Una determinación en la que cualquier fuerza es bienvenida si se suma a semejante maniobra. No se va a rechazar el apoyo de unos votos porque la derecha diga que están manchados con la sangre de muchos. También de muchos socialistas.
Al defender la legitimidad del relato terrorista, Sánchez roba a las víctimas lo único que les ha quedado y que pudo ayudarles a superar su dolor. La memoria fiel de su sacrificio y de los ideales que le dieron un sentido.
Apoyar la vergonzosa transición de ETA desde la trinchera terrorista al poder democrático sin que se hayan cumplido las exigencias mínimas que harían soportable tal tránsito, y hacerlo falseando la historia de una epopeya de la resistencia ciudadana frente al terror, constituye una traición política y una afrenta moral a todos los ciudadanos de bien.
Hay que esperar que cualquier Gobierno que suceda a este sepa borrar con energía esta oscura página legislativa. La amistad con una EH Bildu que sigue presumiendo de sus hazañas y que ahora quiere homologarlas como memoria común debería ser la tumba política de Pedro Sánchez y hay que esperar que lo sea.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.