ABC 14/06/17
IGNACIO CAMACHO
· Fue una monserga extenuante, una doble perorata narcótica, hemorrágica, hiperbólica. Más que censura, una penitencia
SIN límite de tiempo. Cuando planificaba su moción –o más bien función– de censura, Pablo Iglesias debió de apreciar en esa frase del reglamento un regalo de propiedades mágicas. Hasta los programadores de televisión más complacientes con Podemos tasan el minutaje de sus apariciones para evitar el efecto de saturación de la audiencia. Pero el Congreso le ofrecía una oportunidad inagotable de monopolizar la atención mediática a mayor gloria de su insaciable narcisismo. Como candidato podía hablar sin restricciones, perorar hasta la ronquera y escucharse a sí mismo hasta el arrobo. Lo hizo, vaya si lo hizo. A pachas con su compañera Irene Montero convirtió el Parlamento en una edición extra de «La Tuerka», en un discurso de proporciones castristas, en una homilía autocomplaciente, en una matraca infinita. Eterna en el sentido metafísico que decía Quevedo: sin principio ni fin. Un bucle retórico que derretía los relojes como en los cuadros de Dalí.
Cinco horas se repartieron desde buena mañana, como el Dúo Pimpinela, los dos oradores. La censura que le plantearon a Rajoy fue penitencial, un castigo que consistía en escuchar aquel doble sermón extenuante. Quizá pensaron copar la programación de las teles amigas hasta los telediarios del mediodía, pero el presidente coló por sorpresa un turno de réplica a Montero que obligó a Iglesias a adentrarse en el territorio sagrado de la siesta. Ambos postulantes abusaron –se llama filibusterismo político– de la prerrogativa reglamentaria para endilgarle a la Cámara, a las cámaras y a la nación una monserga asfixiante, narcótica, hemorrágica. Una hipérbole apocalíptica que recorrió todo el argumentario habitual de Podemos –ése que pinta a un país exangüe, calamitoso y misérrimo secuestrado por las élites corruptas del régimen– con un detallismo farragoso y una intensidad repetitiva agotadora. Soltaron un tostón inclemente, atroz, inhumano. Sin piedad ni indulgencia. Paladeando su sobrevenido protagonismo solipsista mientras el auditorio pasaba del estado inerme al exánime entre bostezos. Más de uno estuvo tentado de rendirse a votar que sí para acabar con aquel insufrible tedio.
Pero a lo único que no se puede desafiar a Rajoy es a resistencia. Tras aguantar impávido en su escaño aquella tabarra acaparadora, salió pasadas las tres –¡¡desde las nueve!!– a la tribuna dejando a los diputados al borde de la inanición cuando la mayoría ya escapaba en busca de un refrigerio. Entonces, y durante un rato, aquello pareció un debate. El censurado atacó en tromba, suelto de lengua y manos, cómodo en el papel de replicante en vez de replicado. Atacó tanto y con tanta vehemencia a Iglesias que corrió el riesgo de parecer mejor opositor que gobernante. El toma y daca fue vivo aunque no deslumbrante y sus señorías al fin se desperezaron, pero a esas alturas ya no padecían tanto de sueño como de hambre.